miércoles, 24 de abril de 2024

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

No hay ser humano perfecto. Eso lo decimos todo y, por nuestra propia experiencia, lo sabemos. Sin embargo, en algunas ocasiones somos suficiente y creemos saberlo todo. Y es ahí donde está el peligro, nos dice el Papa Francisco hoy en su audiencia. creernos suficientes para distinguir el bien del mal. Necesitamos ese auxilio del Espíritu Santo para asistidos en Él distinguir donde está el bien y donde el mal. Y, por supuesto, guiados por Él tener la fortaleza y valentía para elegir hacer el bien. 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 24 de abril de 2024

Catequesis. Vicios y virtudes. 16. La vida de gracia según el Espíritu

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis pasadas reflexionamos sobre las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Hoy nos acercamos a las tres virtudes teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad. Se denominan teologales porque son infundidas por Dios y se viven en la relación con Él. Estas virtudes nos dan una especial asistencia del Espíritu Santo para poder seguir las huellas de Jesús en nuestra vida cotidiana.

El Espíritu Santo nos ayuda a distinguir claramente el bien del mal y a tener la fuerza para optar por el bien. En el deseo de hacer lo correcto, sin embargo, podemos caer en la autosuficiencia o en el voluntarismo. Pero si nos abrimos con humildad al Espíritu Santo, Él reaviva en nosotros las virtudes teologales. Así, cuando perdemos la confianza, Dios aumenta nuestra fe; cuando nos desalentamos, despierta en nosotros la esperanza; y cuando nuestro corazón se enfría, Él lo enciende en el fuego de su amor.    

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda la gracia de creer, esperar y amar a imitación del Corazón de Cristo, siendo sus testigos en toda circunstancia. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

miércoles, 17 de abril de 2024

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Actuar con templanza es ser equilibrado, conscientes de tus pasiones, de las inclinaciones que pueden desequilibrarte y distorsionar la realidad de tu propio ser y ver lo que realmente no es ni hacer lo que no debes de hacer. La templanza nos ayuda a dominarnos y a dirigir nuestras pasiones de forma correcta y moral. Hoy, el Papa Francisco nos habla de esta virtud.

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 17 de abril de 2024

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Catequesis. Vicios y virtudes. 15. La templanza

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hablaré de la cuarta y última virtud cardenal: la templanza. Esta virtud comparte con las otras tres una historia que se remonta   muy atrás en el tiempo y no pertenece sólo a los cristianos. Para los griegos, la práctica de las virtudes tenía como meta la felicidad. El filósofo Aristóteles escribió su tratado más importante sobre ética para su hijo Nicómaco, con el fin de instruirlo en el arte de vivir. ¿Por qué todos buscamos la felicidad y, sin embargo, tan pocos la alcanzan? Esta es la pregunta. Para responderla, Aristóteles aborda el tema de las virtudes, entre las que ocupa un lugar de relieve la enkráteia, es decir, la templanza. El término griego significa literalmente “poder sobre sí mismo”. La templanza es un poder sobre sí mismo. Esta virtud es, por lo tanto, la capacidad de autodominio, el arte de no dejarse arrollar por las pasiones rebeldes, de poner orden en lo que Manzoni llama "el revoltijo del corazón humano".

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que «la templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados». «Ella – continúa el Catecismo – asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su corazón» (n. 1809).

Entonces, la templanza, como dice la palabra italiana, es la virtud de la justa medida. En cada situación, se porta con sabiduría, porque las personas que actúan movidas por el ímpetu o la exuberancia son, en última instancia, poco fiables. Las personas sin templanza son siempre poco fiables. En un mundo en el que tanta gente se jacta de decir lo que piensa, la persona templada prefiere, en cambio, pensar lo que dice. ¿Entienden la diferencia? No digo lo que se me ocurre, así sin más; no: pienso lo que tengo que decir. Asimismo, quien practica la templanza no hace promesas vacías, sino que asume compromisos en la medida en que puede cumplirlos.

También en los placeres, la persona templada actúa juiciosamente. El libre curso dado a los impulsos y la total licencia concedida a los placeres acaban volviéndose contra nosotros mismos, sumiéndonos en un estado de aburrimiento. ¡Cuántas personas que han querido probarlo todo vorazmente se han encontrado con que han perdido el gusto por todo! Mejor entonces buscar la justa medida: por ejemplo, para apreciar un buen vino, es mejor saborearlo a pequeños sorbos que tragárselo todo de golpe. Todos sabemos esto.

La persona templada sabe pesar y dosificar bien las palabras. Piensa en lo que dice. No permite que un momento de ira arruine relaciones y amistades que luego sólo pueden reconstruirse con gran esfuerzo. Especialmente en la vida familiar, donde las inhibiciones son menores, todos corremos el riesgo de no mantener bajo control las tensiones, las irritaciones, la ira. Hay un momento para hablar y otro para callar, pero ambos requieren la justa medida. Y esto se aplica a muchas cosas, como por ejemplo el estar con otros y el estar solos.

Aunque la persona templada sabe controlar su irascibilidad, esto no significa que se la vea perennemente con un rostro pacífico y sonriente. De hecho, a veces es necesario indignarse, pero siempre de la manera correcta. Estas son las palabras: la justa medida, la manera correcta. Una palabra de reproche a veces es más saludable que un silencio agrio y rencoroso. La persona templada sabe que no hay nada más incómodo que corregir a otro, pero también sabe que es necesario: de lo contrario se estaría dando rienda suelta al mal. En ciertos casos, la persona templada consigue mantener unidos los extremos: afirma principios absolutos, reivindica valores innegociables, pero también sabe comprender a las personas y mostrar empatía por ellas. Muestra empatía.

El don de la persona templada es, por tanto, el equilibrio, una cualidad tan valiosa como rara. De hecho, en nuestro mundo todo empuja al exceso. En cambio, la templanza se lleva bien con actitudes evangélicas como la pequeñez, la discreción, el escondimiento, la mansedumbre. Quien es templado aprecia la estima de los demás, pero no hace de ella el único criterio de cada acción y de cada palabra. Es sensible, sabe llorar y no se avergüenza de ello, pero no llora sobre sí mismo. Derrotado, se levanta; victorioso, es capaz de volver a su antigua vida escondida. No busca el aplauso, pero sabe que necesita de los demás.Hermanos y hermanas, no es cierto que la templanza nos vuelva grises y sin alegría. Al contrario, hace que uno disfrute mejor de los bienes de la vida: estar juntos en la mesa, la ternura de ciertas amistades, la confianza con las personas sabias, el asombro ante la belleza de la creación. La felicidad con templanza es alegría que florece en el corazón de quien reconoce y valora lo que más importa en la vida. Recemos al Señor para que nos dé este don: el don de la madurez, de la madurez de la edad, de la madurez afectiva, de la madurez social. El don de la templanza.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Cristo resucitado que nos enseñe a vivir con sobriedad y en acción de gracias por tantos dones que recibimos de su generosidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

miércoles, 10 de abril de 2024

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Hoy el Papa Francisco nos habla de la virtud de la fortaleza. Y es que sin ella, al menos yo lo pienso así, nuestra vida iría a la deriva y sometida a las pasiones. Necesitamos la fortaleza para sobreponernos a nuestra debilidades y frágiles inclinaciones a la que nos someten nuestras propias pasiones y nuestros más grandes enemigos: mundo, demonio y carne.

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 10 de abril de 2024

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Catequesis. Vicios y virtudes. 13. La fortaleza

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy reflexionamos sobre la virtud de la fortaleza. Es esa virtud que nos asegura el firme y constante deseo de buscar el bien. Para los antiguos pensadores no era posible imaginar un ser humano sin pasiones, sin ellas seríamos como piedras inertes. Todos tenemos pasiones, todos. Sin embargo, hay que educar las pasiones, hay que encauzarlas, hay que purificarlas en el agua del Bautismo, con el fuego del Espíritu Santo.

La fortaleza nos sirve para confrontar y vencer los enemigos internos, por ejemplo, la ansiedad, la angustia, el temor, la culpa y muchas otras fuerzas que se agitan en nuestro interior y que tantas veces nos paralizan. También nos ayuda a combatir a los enemigos externos que se presentan en la vida en forma de dificultades de cualquier tipo. Cultivar esta virtud nos hará ser personas que no se atemorizan ni se desaniman ante las pruebas y que se toman en serio los desafíos del mundo, actuando decididamente contra el mal y contra la indiferencia.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que este tiempo pascual aumente en nosotros los dones de la gracia, para que comprendamos mejor la excelencia del bautismo y que la misericordia eterna del Señor, que hemos celebrado el domingo pasado, nos haga crecer más en la virtud de la fortaleza y en las obras de bien. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los acompañe. Muchas gracias.

miércoles, 3 de abril de 2024

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Hoy el Papa Francisco nos habla de la justicia, virtud social por excelencia que el catecismo de la Iglesia Católica define así: La virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Y es que donde no haya justicia la convivencia e igualdad entre las personas no existe, se desvanece y termina en conflicto. Leamos lo que nos dice el Santo Padre.



 PAPA FRANCESCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 3 de abril de 2024

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Catequesis. Vicios y virtudes. 13. La justicia

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua, buenos días!

Llegamos hoy a la segunda de las virtudes cardinales: vamos a hablar de la justicia. Es la virtud social por excelencia. El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: «La virtud moral che consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido» (n. 1807). Esta es la justicia. A menudo, cuando se nombra la justicia, se cita también el lema que la representa: “unicuique suum”, o sea, “a cada uno lo suyo”. Es la virtud del derecho, que trata de regular las relaciones entre las personas con equidad.

Está representada alegóricamente por la balanza, porque su objetivo es "igualar las cuentas" entre los hombres, sobre todo cuando corren el riesgo de verse distorsionadas por algún desequilibrio. Su finalidad es que en una sociedad cada uno sea tratado según su dignidad. Pero los antiguos maestros ya enseñaban que esto requiere también otras actitudes virtuosas, como la benevolencia, el respeto, la gratitud, la afabilidad, la honestidad: virtudes que contribuyen a la buena convivencia entre las personas. La justicia es una virtud para una buena convivencia entre las personas.

Todos comprendemos que la justicia es fundamental para la convivencia pacífica en la sociedad: un mundo sin leyes que respeten los derechos sería un mundo en el que es imposible vivir, se parecería a una jungla. Sin justicia no hay paz. Sin justicia no hay paz. De hecho, si no se respeta la justicia, se generan conflictos. Sin justicia, se ratifica la ley del fuerte sobre los débiles, y eso no es justo.

Pero la justicia es una virtud que actúa tanto en lo grande como en lo pequeño: no sólo concierne a las salas de los tribunales, sino también a la ética que caracteriza nuestra vida cotidiana. Establece relaciones sinceras con los demás: cumple el precepto del Evangelio según el cual el hablar cristiano debe ser: «“Sí, sí”, “No, no”; Todo lo que se dice de más, procede del Maligno.» (Mt 5,37). Las medias verdades, los discursos sutiles que buscan engañar al prójimo, las reticencias que ocultan las verdaderas intenciones, no son actitudes acordes con la justicia. La persona justa es recta, sencilla y directa, no usa máscaras, se presenta tal como es, dice la verdad. En sus labios se encuentra a menudo la palabra "gracias": sabe que, por más que nos esforcemos para ser generosos, estamos siempre en deuda con nuestro prójimo. Si amamos es también porque hemos sido amados primero.

En la tradición se pueden encontrar innumerables descripciones de la persona justa. Veamos algunas de ellas. La persona justa venera las leyes y las respeta, sabiendo que son una barrera que protege a los indefensos de la arrogancia de los poderosos. La persona justa no sólo se preocupa por su bienestar individual, sino que quiere el bien de toda la sociedad. Por eso, no cede a la tentación de pensar sólo en sí mismo y de ocuparse de sus propios asuntos, por legítimos que sean, como si fueran lo único que existe en el mundo. La virtud de la justicia evidencia -y pone la exigencia en el corazón- que no puede haber verdadero bien para mí si no hay también el bien de todos.

Por eso, la persona justa vigila su propio comportamiento para que no perjudique a los demás: si comete un error, pide perdón. La persona justa siempre pide disculpas. En algunas situaciones es capaz de sacrificar un bien personal para ponerlo a disposición de la comunidad. Desea una sociedad ordenada, en la que sean las personas las que den lustre a los cargos, y no los cargos los que den lustre a las personas. Aborrece el favoritismo y no comercia con favores. Ama la responsabilidad y es ejemplar viviendo y promoviendo la legalidad.

Además, el justo rehúye comportamientos nocivos como la calumnia, el falso testimonio, el fraude, la usura, la burla, la deshonestidad. El justo mantiene la palabra dada, devuelve lo que ha recibido prestado, reconoce un salario justo a los trabajadores: la persona que no reconoce el justo salario a los trabajadores, no es justa, es injusta.

Nadie sabe si en nuestro mundo las personas justas son numerosas o escasas como perlas preciosas. Sin embargo, son personas que atraen gracia y bendiciones tanto sobre sí mismas como sobre el mundo en el que viven. Los justos no son moralistas que se erigen en censores, sino personas rectas que "tienen hambre y sed de justicia" (Mt 5,6), soñadores que custodian en su corazón el deseo de una fraternidad universal. Y de este sueño, especialmente hoy en día, todos tenemos una gran necesidad. Necesitamos ser hombres y mujeres justos, y esto nos hará felices.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que la luz de Cristo resucitado nos guíe por caminos de justicia y de paz, y la fuerza vivificante de su amor nos haga audaces constructores de un mundo más fraterno y solidario. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

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Llamamiento

Desgraciadamente, siguen llegando tristes noticias de Oriente Medio. Reitero mi firme llamamiento a un alto el fuego inmediato en la Franja de Gaza. Expreso mi profundo pesar por los voluntarios muertos mientras participaban en la distribución de ayuda humanitaria en Gaza. Rezo por ellos y por sus familias. Reitero mi llamamiento para que se permita el acceso de la población civil, exhausta y sufriente, a la ayuda humanitaria y para que se libere inmediatamente a los rehenes. Que se evite todo intento irresponsable de ampliar el conflicto en la región y que se trabaje para que ésta y otras guerras que siguen llevando muerte y sufrimiento a tantas partes del mundo terminen cuanto antes. Recemos y trabajemos sin descanso para que callen las armas y vuelva a reinar la paz.

Y no olvidemos la atormentada Ucrania, ¡tantos muertos! Tengo en mis manos un rosario y un libro del Nuevo Testamento que dejó un soldado que murió en la guerra. Este muchacho se llamaba Oleksandr, Alejandro, tenía 23 años. Alejandro leía el Nuevo Testamento y los Salmos, y había subrayado, en el libro de los Salmos, el Salmo 129: "Desde las profundidades a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz". Este joven de 23 años murió en Avdiïvka, en la guerra. Tenía toda una vida por delante. Y estos son su rosario y su Nuevo Testamento, con los que leía y rezaba. Quisiera guardar un poco de silencio en este momento, hagámoslo todos nosotros, pensando en este muchacho y en tantos otros como él, que murieron en esta locura de la guerra. ¡La guerra siempre destruye! Pensemos en ellos y oremos.

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Resumen leído en español

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy reflexionamos sobre la virtud cardinal de la justicia. Se trata de la virtud social por excelencia, ya que es fundamental para la convivencia pacífica en la sociedad. Consiste en regular con equidad las relaciones —con Dios y entre las personas—, dando a cada uno lo suyo; y por eso se la representa simbólicamente con la balanza.

La persona justa es recta, sencilla, honesta; conoce las leyes y las respeta; mantiene la palabra dada; en su hablar no utiliza medias verdades ni sutilezas engañosas. Para vivir esta virtud es necesario vigilar y examinarse, ser fieles “en lo poco y en lo mucho”, y ser agradecidos.

La justicia es un antídoto contra la corrupción y contra otros comportamientos nocivos —como la calumnia, el falso testimonio, el fraude, la usura— que carcomen la fraternidad y la amistad social. Por eso, es primordial educar en el sentido de justicia y fomentar la cultura de la legalidad.