miércoles, 30 de marzo de 2022

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Hoy, nuestro Papa Francisco nos habla de esa etapa de nuestra vida, la de ancianos. ¿Cómo hemos gastado nuestro tiempo? ¿Ambicionando las cosas del mundo, o dándonos en amor? Es una época hermosa donde, el anciano, puede transmitir, así, nos dice el Papa, hizo Simeón y Ana, ese amor vivido en su vida anunciado al Amor Eterno, nuestro Padre Dios.


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 30 de marzo de 2022

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Catequesis sobre la vejez 5. La fidelidad a la visita de Dios para la generación que viene

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos nuestras catequesis sobre la ancianidad, y hoy contemplamos de modo especial a Simeón y Ana. La razón de vivir de estos ancianos era esperar la visita de Dios; y lo hicieron llenos de vitalidad espiritual, en una actitud de oración y servicio. Al final de sus vidas, ambos supieron reconocer en el Niño Jesús al Salvador, fuente de paz y consuelo. Su ejemplo nos enseña que la fidelidad en la espera afina los sentidos espirituales y nos hace más sensibles para reconocer los signos de Dios.

En una sociedad, como esta, que exalta el placer de los sentidos físicos y que, al mismo tiempo, “anestesia” los sentidos espirituales, se corre el peligro de ser insensibles ante el sufrimiento y la fragilidad, y, por tanto, de descartar a las personas mayores, que van perdiendo las fuerzas de la juventud. Por eso, es importante el diálogo entre las generaciones, entre jóvenes y ancianos, para que los ancianos transmitan su sabiduría a los jóvenes, y los jóvenes escuchen a los ancianos, promoviendo un espíritu de fraternidad y, me atrevo a decir la palabra, de “ternura social”. Que este diálogo entre jóvenes y ancianos nos ayude a crecer en “ternura social”.


Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Teniendo presente el testimonio de Simeón y Ana, pidamos al Espíritu Santo que ilumine nuestros sentidos espirituales para que descubramos los signos de Dios en nuestra vida y seamos testigos alegres de su presencia en medio del mundo. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Nota: enlace catequesis total: https://bit.ly/3Nt30C5

miércoles, 23 de marzo de 2022

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Mi experiencia personal, de hace solo unos momentos, pero que me parece de toda la vida, es que Dios nunca se va. En algún momento de tu vida experimentas soledad, se han ido los amigos y sientes que estás solo. Pero no es así, el Amigo, el mejor Amigo nunca se va. Está presente siempre a tu lado y te da calor, compañía, ánimo y confianza. Sabe todo de ti y conoce tus debilidades, tus infidelidades, tus pecados.  

Es verdad, la ancianidad, como nos dice el Papa, es una época donde nos vemos, humildemente, tal y como somos y nos abrimos a confesarnos lo que realmente somos, pecadores perdonados por la Infinita Misericordia de nuestro Dios. Un Dios que nos ama y nos busca para salvarnos y liberarnos del pecado.



Aula PaBlo VI
Miércoles, 23 de marzo de 2022

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Catequesis sobre la vejez 4. La despedida y la herencia: memoria y testimonio

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la Biblia, el pasaje de la muerte del viejo Moisés está precedido por su testamento espiritual, llamado “Cántico de Moisés”. Este Cántico es en primer lugar una bellísima confesión de fe, y dice así: «Porque voy a aclamar el nombre de Yahveh; ¡ensalzad a nuestro Dios! Él es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de lealtad, no de perfidia, es justo y recto» (Dt 32,3-4).  Pero también es memoria de la historia vivida con Dios, de las aventuras del pueblo que se ha formado a partir de la fe en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Y por tanto Moisés recuerda también las amarguras y las desilusiones del mismo Dios: Su fidelidad puesta continuamente a prueba por la infidelidad de su pueblo. El Dios fiel y la respuesta del pueblo infiel: como si el pueblo quisiera poner a prueba la fidelidad de Dios. Y Él permanece siempre fiel, cerca de su pueblo. Este es precisamente el núcleo del Cántico de Moisés: la fidelidad de Dios que nos acompaña durante toda la vida.

Cuando Moisés pronuncia esta confesión de fe está en el umbral de la tierra prometida, y también de su despedida de la vida. Tenía ciento veinte años, señala la narración, pero «no se había apagado su ojo» (Dt 34,7). Esa capacidad de ver, ver realmente y también ver simbólicamente, como tienen los ancianos, que saben ver las cosas, el significado más profundo de las cosas. La vitalidad de su mirada es un don valioso: le consiente transmitir la herencia de su larga experiencia de vida y de fe, con la lucidez necesaria. Moisés ve la historia y transmite la historia; los ancianos ven la historia y transmiten la historia.

Una vejez a la cual le es concedida esta lucidez es un don valioso para la próxima generación. La escucha personal y directa del pasaje de la historia de fe vivida, con todos sus altibajos, es insustituible. Leerla en los libros, verla en las películas, consultarla en internet, aunque sea útil, nunca será lo mismo. Esta transmisión —¡que es la auténtica tradición, la transmisión concreta del anciano al joven!—, esta transmisión le falta mucho hoy, y cada vez más, a las nuevas generaciones. ¿Por qué? Porque esta civilización nueva tiene la idea de que los ancianos son material de descarte, los ancianos deben ser descartados. ¡Esto es una brutalidad! No, no es así. La narración directa, de persona a persona, tiene tonos y modos de comunicación que ningún otro medio puede sustituir. Un anciano que ha vivido mucho, y obtiene el don de un lúcido y apasionado testimonio de su historia, es una bendición insustituible. ¿Somos capaces de reconocer y de honrar este don de los ancianos? ¿La transmisión de la fe —y del sentido de la vida— sigue hoy este camino de escucha de los ancianos?  Yo puedo dar un testimonio personal. El odio y la rabia contra la guerra yo lo aprendí de mi abuelo que combatió en el Piave, en 1914: él me transmitió esta rabia a la guerra. Porque me contó los sufrimientos de una guerra. Y esto no se aprende ni en los libros ni de otra manera, se aprende así, transmitiéndola de abuelos a nietos. Y esto es insustituible. La transmisión de la experiencia de vida de los abuelos a los nietos. Lamentablemente hoy esto no es así y se piensa que los abuelos sean material de descarte: ¡no! Son la memoria viva de un pueblo y los jóvenes y los niños deben escuchar a los abuelos.

En nuestra cultura, tan “políticamente correcta”, este camino resulta obstaculizado de varias formas: en la familia, en la sociedad, en la misma comunidad cristiana. Hay quien propone incluso abolir la enseñanza de la historia, como una información superflua sobre mundos que ya no son actuales, que quita recursos al conocimiento del presente. ¡Cómo si nosotros hubiéramos nacido ayer!

A la transmisión de la fe, por otro lado, le falta a menudo la pasión propia de una “historia vivida”. Transmitir la fe no es decir las cosas “bla-bla-bla”. Es contar la experiencia de fe. ¿Y entonces difícilmente puede atraer a elegir el amor para siempre, la fidelidad a la palabra dada, la perseverancia en la entrega, la compasión por los rostros heridos y abatidos? Ciertamente, las historias de la vida deben ser transformadas en testimonio, y el testimonio debe ser leal. No es ciertamente leal la ideología que doblega la historia a los propios esquemas; no es leal la propaganda, que adapta la historia a la promoción del propio grupo; no es leal hacer de la historia un tribunal en el que se condena todo el pasado y se desalienta todo futuro. Ser leal es contar la historia como es, y solamente la puede contar bien quien la ha vivido. Por esto es muy importante escuchar a los ancianos, escuchar a los abuelos, es importante que los niños hablen con ellos.

Los mismos Evangelios cuentan honestamente la historia bendita de Jesús sin esconder los errores, las incomprensiones e incluso las traiciones de sus discípulos. Esta es la historia, es la verdad, esto es testimonio. Este es el don de la memoria que los “ancianos” de la Iglesia transmiten, desde el inicio, pasándolo “de mano en mano” a la próxima generación. Nos hará bien preguntarnos: ¿cuánto valoramos esta forma de transmitir la fe, de pasar el testigo entre los ancianos de la comunidad y los jóvenes que se abren al futuro? Y aquí me viene a la mente algo que he dicho muchas veces, pero quisiera repetirlo. ¿Cómo se transmite la fe? “Ah, aquí hay un libro, estúdialo”: no. Así no se puede transmitir la fe. La fe se transmite en dialecto, es decir en el habla familiar, entre abuelos y nietos, entre padres y nietos. La fe se transmite siempre en dialecto, en ese dialecto familiar y vivencial aprendido a lo largo de los años. Por eso es muy importante el diálogo en una familia, el diálogo de los niños con los abuelos que son aquellos que tienen la sabiduría de la fe.

A veces reflexiono sobre esta extraña anomalía. El catecismo de la iniciación cristiana bebe hoy generosamente en la Palabra de Dios y transmite información precisa sobre los dogmas, sobre la moral de la fe y los sacramentos. A menudo falta, sin embargo, un conocimiento de la Iglesia que nazca de la escucha y del testimonio de la historia real de la fe y de la vida de la comunidad eclesial, desde el inicio hasta nuestros días. De niños se aprende la Palabra de Dios en las aulas del catecismo; pero la Iglesia se “aprende”, de jóvenes, en las aulas escolares y en los medios de comunicación de la información global.

La narración de la historia de fe debería ser como el Cántico de Moisés, como el testimonio de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles. Es decir, una historia capaz de recordar con emoción la bendición de Dios y con lealtad nuestras faltas. Sería bonito que en los itinerarios de catequesis existiera desde el principio también la costumbre de escuchar, de la experiencia vivida de los ancianos, la lúcida confesión de las bendiciones recibidas por Dios, que debemos custodiar, y el leal testimonio de nuestras faltas de fidelidad, que debemos reparar y corregir. Los ancianos entran en la tierra prometida, que Dios desea para toda generación, cuando ofrecen a los jóvenes la bella iniciación de su testimonio y transmiten la historia de la fe, la fe en dialecto, ese dialecto familiar, ese dialecto que pasa de los ancianos a los jóvenes. Entonces, guiados por el Señor Jesús, ancianos y jóvenes entran juntos en su Reino de vida y de amor.  Pero todos juntos. Todos en familia, con este tesoro grande que es la fe transmitida en dialecto.


Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, de modo particular al grupo de peregrinos colombianos “Por los caminos de María”. Siguiendo el ejemplo de Moisés, y de la Virgen María, pidamos al Señor que nuestra vida sea un cántico de alabanza por las maravillas que hace en nosotros. Y que este magníficat sea testimonio alegre y memoria agradecida que transmita a las nuevas generaciones la antorcha de la fe. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

LLAMAMIENTO

Quisiera tomar un minuto para recordar a las víctimas de la guerra. Las noticias de las personas desplazadas, de las personas que huyen, de las personas muertas, de las personas heridas, de tantas personas caídas de un lado y del otro, son noticias de muerte. Pidamos al Señor de la vida que nos libere de esta muerte de la guerra. Con la guerra todo se pierde, todo. No hay victoria en una guerra: todo es derrota. Que el Señor envíe su Espíritu para que nos haga entender que la guerra es una derrota de la humanidad, nos haga entender que es necesario más bien derrotar la guerra. El Espíritu del Señor nos libere a todos de esta necesidad de autodestrucción, que se manifiesta haciendo la guerra. Recemos también para que los gobernantes entiendan que comprar armas y fabricar armas no es la solución del problema. La solución es trabajar juntos por la paz y, como dice la Biblia, hacer de las armas instrumentos para la paz. Recemos juntos a la Virgen: Dios te salve María…


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos hoy sobre la memoria y el testimonio que transmiten los ancianos, y nos centramos particularmente en la historia de Moisés. En los días previos a su muerte, Moisés pronunció su testamento espiritual, que es una hermosa confesión de fe. Sus palabras no sólo testimonian el amor y la fidelidad de Dios, sino también las infidelidades de su pueblo. Esta transmisión de la fe y del sentido de la vida —que se hace a partir de las propias experiencias, sin ocultar las luces y las sombras— es la tradición, que pasa de generación en generación.

También el Evangelio nos da testimonio de la historia de Jesús y de las experiencias de los discípulos. Lo hace con honestidad, sin esconder las fragilidades e incluso las traiciones de los seguidores de Jesús. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo transmitimos la fe a las futuras generaciones?, ¿damos testimonio gozoso de la presencia de Dios en nuestra vida, sabiendo reconocer, al mismo tiempo, nuestras faltas de coherencia?


miércoles, 16 de marzo de 2022

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

 Hoy, el Papa Francisco nos habla de la vejez. Es evidente que la vejez es el momento de darnos cuenta que lo que cuenta - valga la redundancia - en la vida es el final. Y el final, después de una vida intensa, llena de riqueza o no, lo importante son los momentos en los que te recuerdan por el amor que has dado. Nada tiene valor sino lo que tú has dado gratuitamente y, por amor, a los demás. Y eso se presenta de manera diáfana en la época de la vejez. 

Recemos por Ucrania, unidos al Papa, y reflexionemos sobre la vejez viéndonos llamados a la vocación, en la figura de Noé, como nos indica el Papa.




PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 16 de marzo de 2022

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Catequesis del Santo Padre

Llamamiento y oración por Ucrania

 

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CATEQUESIS DEL SANTO PADRE

 

Catequesis sobre la vejez 3. La vejez, recurso para la juventud despreocupada

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje bíblico —con el lenguaje simbólico de la época en la que fue escrito— nos dice algo impresionante: Dios estaba tan amargado por la difundida maldad de los hombres, que se había convertido en una forma de vida normal, que pensó que se había equivocado al crearlos y decidió eliminarlos. Una solución radical. Incluso podría tener un giro paradójico de misericordia. No más humanos, no más historia, no más juicio, no más condena. Y muchas víctimas predestinadas de la corrupción, de la violencia, de la injusticia serían perdonadas para siempre.

¿No nos sucede a veces también a nosotros —abrumados por el sentido de impotencia contra el mal o desmoralizados por los “profetas de desventuras”— pensar que era mejor no haber nacido? ¿Debemos dar crédito a ciertas teorías recientes, que denuncian la especie humana como un daño evolutivo para la vida en nuestro planeta? ¿Todo negativo? No.

De hecho, estamos bajo presión, expuestos a tensiones opuestas que nos confunden. Por un lado, tenemos el optimismo de una juventud eterna, iluminado por los progresos extraordinarios de la técnica, que pinta un futuro lleno de máquinas más eficientes y más inteligentes que nosotros, que curarán nuestros males y pensarán para nosotros las mejores soluciones para no morir: el mundo del robot. Por otro lado, nuestra fantasía parece cada vez más concentrada en la representación de una catástrofe final que nos extinguirá. Lo que sucede con una eventual guerra atómica. El “día después” de esto —si estaremos todavía, días y seres humanos— se deberá empezar de cero. Destruir todo para volver a empezar de cero. No quiero hacer banal el tema del progreso, naturalmente. Pero parece que el símbolo del diluvio esté ganando terreno en nuestro inconsciente. La pandemia actual, además, hipoteca gravemente nuestra representación despreocupada de las cosas que importan, para la vida y para su destino.

En el pasaje bíblico, cuando se trata de poner a salvo de la corrupción y del diluvio la vida de la tierra, Dios encomienda el trabajo a la fidelidad del más anciano de todos, al “justo” Noé. ¿La vejez salvará el mundo, me pregunto? ¿En qué sentido? ¿Y cómo salvará el mundo la vejez? ¿Y cuál es el horizonte? ¿La vida más allá de la muerte o solamente la supervivencia hasta el diluvio?

Una palabra de Jesús, que evoca “los días de Noé”, nos ayuda a profundizar el sentido de la página bíblica que hemos escuchado. Jesús, hablando de los últimos tiempos, dice: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos» (Lc 17,26-27). De hecho, comer y beber, tomar mujer o marido, son cosas muy normales y no parecen ejemplos de corrupción. ¿Dónde está la corrupción? ¿Dónde estaba la corrupción, allí? En realidad, Jesús destaca el hecho de que los seres humanos, cuando se limitan a disfrutar de la vida, pierden incluso la percepción de la corrupción, que mortifica la dignidad y envenena el sentido. Cuando se pierde la percepción de la corrupción, y la corrupción se vuelve una cosa normal: todo tiene su precio, ¡todo! Se compra, se vende, opiniones, actos de justicia… Esto, en el mundo de los negocios, en el mundo de muchas profesiones, es común. Y viven sin preocupación también la corrupción, como si fuera parte de la normalidad del bienestar humano. Cuando tú vas a hacer algo y es lento, el proceso para hacerlo es un poco lento, cuántas veces se escucha decir: “Pero, si me das una propina yo acelero esto”. Muchas veces. “Dame algo y yo voy más adelante”. Lo sabemos bien, todos nosotros. El mundo de la corrupción parece parte de la normalidad del ser humano; y esto es feo. Esta mañana he hablado con un señor que me contaba de este problema en su tierra. Los bienes de la vida son consumidos y disfrutados sin preocupación por la calidad espiritual de la vida, sin cuidado por el hábitat de la casa común. Todo se explota, sin preocuparse de la mortificación y del abatimiento que muchos sufren, y tampoco del mal que envenena la comunidad. Mientras la vida normal pueda estar llena de “bienestar”, no queremos pensar en lo que la vacía de justicia y amor. “Pero, ¡yo estoy bien! ¿Por qué debo pensar en los problemas, en las guerras, en la miseria humana, en cuánta pobreza, en cuánta maldad? No, yo estoy bien. No me importan los demás”. Este es el pensamiento inconsciente que nos lleva adelante a vivir un estado de corrupción.

Me pregunto, ¿puede volverse normalidad la corrupción? Hermanos y hermanas, lamentablemente sí. Se puede respirar el aire de la corrupción como se respira el oxígeno. “Pero es normal; si usted quiere que yo haga esto rápido, ¿cuánto me da?”. ¡Es normal! ¡Es normal, pero es algo feo, no es bueno! ¿Qué es lo que abre el camino? Una cosa: la despreocupación que se dirige solo al cuidado de sí mismos: este es el pasaje que abre la puerta a la corrupción que hunde la vida de todos. La corrupción obtiene gran ventaja de esta despreocupación que no es buena. Cuando a una persona le parece todo bien y no le importan los demás: esta despreocupación ablanda nuestras defensas, ofusca la conciencia y nos hace —incluso involuntariamente—cómplices. Porque la corrupción nunca va sola: una persona siempre tiene cómplices. Y la corrupción siempre se amplía, se amplía.

La vejez está en condiciones de captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el disfrute y vacía de interioridad: vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor: esto es todo corrupción. La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones. Seremos nosotros quien demos la alarma, el alerta: “Estad atentos, que esto es la corrupción, no te lleva a nada”. La sabiduría de los ancianos es muy necesaria, hoy, para ir contra la corrupción. Las nuevas generaciones esperan de nosotros los mayores, de nosotros ancianos una palabra que sea profecía, que abra las puertas a nuevas perspectivas fuera de este mundo despreocupado de la corrupción, de la costumbre de las cosas corruptas. La bendición de Dios elige la vejez, por este carisma tan humano y humanizador. ¿Qué sentido tiene mi vejez? Cada uno de nosotros ancianos podemos preguntarnos. El sentido es este: ser profeta de la corrupción y decir a los otros: “¡Deteneos, yo he hecho ese camino y no te lleva a nada! Ahora yo te cuento mi experiencia”. Nosotros ancianos debemos ser profetas contra la corrupción, como Noé fue el profeta contra la corrupción de su tiempo, porque era el único del que Dios se fio. Yo os pregunto a todos vosotros, y también me pregunto a mí: ¿ está abierto mi corazón a ser profeta contra la corrupción de hoy? Hay algo feo, cuando los ancianos no han madurado y se vuelven mayores con las mismas costumbres corruptas de los jóvenes. Pensemos en el pasaje bíblico de los jueces de Susana: son el ejemplo de una vejez corrupta. Y nosotros, con una vejez así no seremos capaces de ser profetas para las jóvenes generaciones.

Y Noé es el ejemplo de esta vejez generativa: no es corrupta, es generativa. Noé no hace predicaciones, no se lamenta, no recrimina, pero cuida del futuro de la generación que está en peligro. Nosotros ancianos debemos cuidar de los jóvenes, de los niños que están en peligro. Construye el arca de la acogida y hace entrar hombres y animales. En el cuidado por la vida, en todas sus formas, Noé cumple el mandamiento de Dios repitiendo el gesto tierno y generoso de la creación, que en realidad es el pensamiento mismo que inspira el mandamiento de Dios: una bendición, una nueva creación (cf. Gen 8,15-9,17). La vocación de Noé permanece siempre actual. El santo patriarca debe interceder todavía por nosotros. Y nosotros, mujeres y hombres de una cierta edad —por no decir mayores, porque algunos se ofenden— no olvidemos que tenemos la posibilidad de la sabiduría, de decir a los otros: “Mira, este camino de corrupción no lleva a nada”. Nosotros debemos ser como el buen vino que al final envejecido puede dar un mensaje bueno y no malo.

Hago un llamamiento, hoy, a todas las personas que tienen una cierta edad, por no decir ancianos. Estad atentos: vosotros tenéis la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la que se vive y en la que va adelante este modo de vivir de relativismo, totalmente relativo, como si todo fuera lícito. Vamos adelante. El mundo lo necesita, necesita jóvenes fuertes, que vayan adelante, y ancianos sabios. Pidamos al Señor la gracia de la sabiduría.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Veo que hay mexicanos aquí. Pidamos al Señor que, como Noé, sepamos acoger, valorar y proteger el don de la vida en todas sus manifestaciones. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

LLAMAMIENTO Y ORACIÓN POR UCRANIA

Queridos hermanos y hermanas, en el dolor de esta guerra hacemos una oración todos juntos, pidiendo al Señor el perdón y pidiendo la paz. Rezaremos una oración escrita por un obispo italiano.

Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.
Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un bunker de Járkov, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!

Perdónanos Señor,
perdónanos, si no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.
Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.
Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel.
Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.
Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!
Ilumina nuestra conciencia,
no se haga nuestra voluntad,
¡no nos abandones a nuestras acciones!
¡Detennos, Señor, detennos!
Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.
Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia!
¡Detennos, Señor!

Amén.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos reflexionando sobre el sentido y el valor de la vejez o de la ancianidad. En la lectura del libro del Génesis hemos escuchado que Dios, para salvar al hombre de la corrupción y del diluvio, eligió a Noé, que era el más anciano de todos los hombres. Podríamos preguntarnos, ¿en qué sentido la vejez puede salvar el mundo? En un tiempo en que vivimos bajo presión, tantas veces confundidos entre la imagen de la “juventud eterna” y la representación catastrófica del “fin del mundo”, ¿qué pueden aportar los ancianos?

La vejez ayuda a desenmascarar el engaño de una vida que sólo busca el placer, o que está vacía de interioridad, y que abre la puerta a la corrupción y al desprecio de los demás. Noé es el ejemplo de la vejez que genera vida, que no se queja ni recrimina, sino que mira al futuro con confianza, respeta la creación y cuida la vida de todos. Dios lo bendice con un don especial de humanidad, sensibilidad y cercanía. Por eso, la vocación de Noé también es una llamada para cada uno de nosotros.

miércoles, 2 de marzo de 2022

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Hoy el Papa Francisco nos habla de la longevidad y su relación con la genealogía. La vejez, dice el Papa, impone ritmos más lento. Es una época en la que vemos la vida de otra forma, la realidad de la muerte más cerca y el valor del tiempo de otra manera. Ambas circunstancias, niñez, juventud y vejez desempeñan un papel  en el tiempo que nos sirve para mantenernos unido y relacionados en el amor. Leamos la reflexión del Papa Francisco en la audiencia de hoy.

 


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Paolo VI
Miércoles, 2 de marzo de 2022

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Catequesis sobre la vejez 2. La longevidad: símbolo y oportunidad

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En el pasaje bíblico de las genealogías de los antepasados sorprende enseguida su enorme longevidad: ¡se habla de siglos! ¿Cuándo empieza, aquí, la vejez? Uno se pregunta. ¿Y qué significa el hecho de que estos antiguos padres vivan tanto después de haber generado a los hijos? ¡Padres e hijos viven juntos, durante siglos! Esta cadencia secular de la época, narrada con estilo ritual, otorga a la relación entre longevidad y genealogía un significado simbólico fuerte, muy fuerte.

Es como si la transmisión de la vida humana, tan nueva en el universo creado, pidiera un lenta y prolongada iniciación. Todo es nuevo, en los inicios de la historia de una criatura que es espíritu y vida, conciencia y libertad, sensibilidad y responsabilidad. La nueva vida —la vida humana—, inmersa en la tensión entre sus orígenes “a imagen y semejanza” de Dios y la fragilidad de su condición mortal, representa una novedad completamente por descubrir. Y pide un largo tiempo de iniciación, en el que es indispensable el apoyo recíproco entre las generaciones, para descifrar las experiencias y confrontarse con los enigmas de la vida. En este largo tiempo, lentamente, es cultivada también la calidad espiritual del hombre.

En un cierto sentido, todo paso de época, en la historia humana, nos propone de nuevo esta sensación: es como si tuviéramos que retomar nuestras preguntas sobre el sentido de la vida desde el inicio y con calma, cuando aparece el escenario de la condición humana lleno de preguntas nuevas e interrogantes inéditos. Ciertamente, la acumulación de la memoria cultural aumenta la familiaridad necesaria para afrontar los pasajes inéditos. Los tiempos de la transmisión se reducen; pero los tiempos de la asimilación piden siempre paciencia. El exceso de velocidad, que ya obsesiona todos los pasajes de nuestra vida, hace cada experiencia más superficial y menos “nutriente”. Los jóvenes son víctimas inconscientes de esta escisión entre el tiempo del reloj, que quiere ser quemado, y los tiempos de la vida, que requieren una adecuada “fermentación”. Una larga vida permite experimentar estos largos tiempos y los daños de la prisa.

La vejez, ciertamente, impone ritmos más lentos: pero no son solo tiempos de inercia. La medida de estos ritmos abre, para todos, espacios de sentido de la vida desconocidos para la obsesión de la velocidad. Perder el contacto con los ritmos lentos de la vejez cierra estos espacios para todos. Es en este horizonte que he querido instituir la fiesta de los abuelos, en el último domingo de julio. La alianza entre las dos generaciones en los extremos de la vida —los niños y los ancianos— ayuda también a las otras dos —los jóvenes y los adultos— a vincularse mutuamente para hacer la existencia de todos más rica en humanidad.

Es necesario el diálogo entre generaciones: si no hay diálogo entre jóvenes y ancianos, entre adultos, si no hay diálogo, toda generación permanece aislada y no puede transmitir el mensaje. Un joven que no está vinculado a sus raíces, que son los abuelos, no recibe la fuerza —como el árbol tiene la fuerza de las raíces— y crece mal, crece enfermo, crece sin referencias. Por eso es necesario buscar, como una exigencia humana, el diálogo entre las generaciones. Y este diálogo es importante precisamente entre los abuelos y nietos, que son los dos extremos.

Imaginemos una ciudad donde la convivencia de las diferentes edades forme parte integral del proyecto global de su hábitat. Pensemos en la formación de relaciones afectivas entre vejez y juventud que se irradien en el estilo general de las relaciones. La superposición de las generaciones se convertiría en fuente de energía para un humanismo verdaderamente visible y vivible. La ciudad moderna tiende a ser hostil con los ancianos (y no por casualidad también lo es con los niños). Esta sociedad que tiene este espíritu del descarte y descarta tantos niños no queridos, descarta a los ancianos: los descarta, no sirven y los pone en una residencia para ancianos, ingresados… El exceso de velocidad nos mete en una centrífuga que nos barre como confeti. La mirada de conjunto se pierde por completo. Cada uno se aferra a su propio pedacito, que flota sobre los flujos de la ciudad-mercado, para la cual los ritmos lentos son pérdidas y la velocidad es dinero. El exceso de velocidad pulveriza la vida, no la hace más intensa. Y la sabiduría requiere “perder tiempo”. Cuando tú vuelves a casa y ves a tu hijo, a tu hija pequeña y “pierdes tiempo”, pero este coloquio es fundamental para la sociedad. Y cuando tú vuelves a casa y está el abuelo o la abuela que quizá no razona bien o, no sé, ha perdido un poco la capacidad de hablar, y tú estás con él o con ella, tú “pierdes tiempo”, pero este “perder tiempo” fortalece la familia humana. Es necesario gastar tiempo —un tiempo que no es rentable— con los niños y con los ancianos, porque ellos nos dan otra capacidad de ver la vida.

La pandemia, en la cual estamos todavía obligados a vivir, ha impuesto —por desgracia, muy dolorosamente— un revés para el obtuso culto a la velocidad. Y en este período los abuelos actuaron como barrera ante la “deshidratación” emocional de los pequeños. La alianza visible de las generaciones, que armoniza los tiempos y los ritmos, nos devuelve la esperanza de no vivir la vida en vano. Y devuelve a cada uno el amor por nuestra vida vulnerable, cerrándole el paso a la obsesión de la velocidad, que simplemente la consume. La palabra clave aquí es “perder tiempo”. A cada uno de vosotros os pregunto: ¿sabes perder el tiempo, o estás siempre apurado por la velocidad? “No, tengo prisa, no puedo…”. ¿Sabes perder el tiempo con los abuelos, con los ancianos? ¿Sabes perder el tiempo jugando con tus hijos, con los niños? Este es el punto de referencia. Pensad un poco. Y esto devuelve a cada uno el amor por nuestra vida vulnerable, bloqueando —como he dicho— el camino a la obsesión de la velocidad, que simplemente la consume. Los ritmos de la vejez son un recurso indispensable para captar el sentido de la vida marcada por el tiempo. Los ancianos tienen sus ritmos, pero son ritmos que nos ayudan. Gracias a esta mediación, se hace más creíble el destino de la vida en el encuentro con Dios: un diseño que está escondido en la creación del ser humano “a su imagen y semejanza” y está sellado en el hacerse hombre del Hijo de Dios.

Hoy se verifica una mayor longevidad de la vida humana. Esto nos ofrece la oportunidad de aumentar la alianza entre todas las etapas de la vida. Mucha longevidad, pero debemos hacer más alianza. Y también nos ayuda a crecer la alianza con el sentido de la vida en su totalidad. El sentido de la vida no está solamente en la edad adulta, de los 25 a los 60. El sentido de la vida está en todo, desde el nacimiento a la muerte y tú deberías ser capaz de hablar con todos, también tener relaciones afectivas con todos, así tu madurez será más rica, más fuerte. Y también nos ofrece este significado de la vida, que es integral. Que el Espíritu nos conceda la inteligencia y la fuerza para esta reforma: es necesaria una reforma. La prepotencia del tiempo del reloj debe convertirse en la belleza de los ritmos de la vida. Esta es la reforma que debemos hacer en nuestros corazones, en la familia y en la sociedad. Repito: ¿reformar qué? Qué la prepotencia del tiempo del reloj debe convertirse en la belleza de los ritmos de la vida. Convertir la prepotencia del tiempo, que siempre nos apura, a los ritmos propios de la vida. La alianza de las generaciones es indispensable. Una sociedad donde los ancianos no hablan con los jóvenes, los jóvenes no hablan con los ancianos, los adultos no hablan con los ancianos ni con los jóvenes, es una sociedad estéril, sin futuro, una sociedad que no mira al horizonte, sino que se mira a sí misma. Y se queda sola. Que Dios nos ayude a encontrar la música adecuada para esta armonización de las diferentes edades: los pequeños, los ancianos, los adultos, todos juntos: una hermosa sinfonía de diálogo.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que el Espíritu Santo nos conceda la gracia de experimentar la belleza de cada etapa de la vida, infancia, juventud, adultez, ancianidad, que promueva la necesidad de una alianza entre las generaciones, niños, jóvenes, adultos y ancianos llena de armonía y serenidad. Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Al escuchar el texto del Génesis, quedamos sorprendidos por la longevidad de los antepasados, cientos y cientos de años vivían. Padres e hijos viven juntos, por siglos, de manera que podemos encontrar un significado simbólico en la relación que existe entre la longevidad y la genealogía. Constatamos que, al inicio de la existencia de una creatura, hay una tensión entre su origen “a imagen y semejanza de Dios” y la fragilidad de su condición mortal. De manera que el apoyo mutuo entre las generaciones es necesario para entender las experiencias vividas y enfrentarse a las grandes preguntas de la vida.

La vejez impone ritmos más lentos, ritmos que crean espacios de reflexión profundos sobre el sentido de la vida, ritmos impensables cuando estamos sometidos a la dinámica obsesiva del tiempo. Hemos visto cómo la pandemia ha obstaculizado el culto frenético a la velocidad; en este tiempo los abuelos se han convertido en una barrera que ha evitado que la vida afectiva de los más pequeños se marchite. Esta alianza visible entre generaciones nos restituye la esperanza de no vivir en vano y también el amor por nuestra vida vulnerable que, asumida por el Hijo de Dios al hacerse hombre, nos asegura que nuestro destino es el de caminar hacia el encuentro con Dios.