miércoles, 27 de marzo de 2024

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

El Papa Francisco nos habla hoy de la Pasión de nuestro Señor, y resalta su paciencia en esos momentos de dolor y sufrimiento que nos interpela a configurarnos con Xto. Jesús en esos momentos de nuestra vida donde el dolor y el sufrimiento se hacen presente, sobre todo ante los defectos del prójimo .

 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 27 de marzo de 2024

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Catequesis. Vicios y virtudes. 13. La paciencia

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la audiencia estaba prevista en la Plaza, pero debido a la lluvia se ha trasladado al interior. Es cierto que estarán un poco apretados, ¡pero al menos no estaremos mojados! Gracias por su paciencia.

El domingo pasado escuchamos el relato de la Pasión del Señor. A los sufrimientos que padece, Jesús responde con una virtud que, aunque no se contemple entre las tradicionales, es muy importante: la paciencia. Esta se refiere a soportar lo que se padece: no es casualidad que paciencia tenga la misma raíz que pasión. Y precisamente en la Pasión se manifiesta la paciencia de Cristo, que con docilidad y mansedumbre acepta ser abofeteado y condenado injustamente; ante Pilato no recrimina; soporta los insultos, los salivazos y la flagelación a manos de los soldados; carga con el peso de la cruz; perdona a quienes lo clavan al madero; y en la cruz no responde a las provocaciones, sino que ofrece misericordia. Esta es la paciencia de Jesús. Todo esto nos dice que la paciencia de Jesús no consiste en una resistencia estoica al sufrimiento, sino que es fruto de un amor más grande.

El apóstol Pablo, en el llamado "Himno a la caridad" (cf. 1 Co 13,4-7), une estrechamente amor y paciencia. En efecto, al describir la primera cualidad de la caridad, utiliza una palabra que se traduce por "magnánima" o "paciente". La caridad es magnánima, es paciente. Ella expresa un concepto sorprendente, que reaparece a menudo en la Biblia: Dios, ante nuestra infidelidad, se muestra "lento a la cólera" (cfr. Ex 34,6; cfr. Nm 14,18): en lugar de desatar su cólera ante el mal y el pecado del hombre, se revela más grande, dispuesto cada vez a recomenzar con infinita paciencia. Este es para Pablo el primer rasgo del amor de Dios, que ante el pecado propone el perdón. Pero no sólo eso: es el primer rasgo de todo gran amor, que sabe responder al mal con el bien, que no se encierra en la rabia y el desaliento, sino que persevera y se relanza. La paciencia que recomienza. Así que, en la raíz de la paciencia está el amor, como dice San Agustín: «El justo es tanto más fuerte para tolerar cualquier aspereza cuanto mayor es, en él, el amor de Dios» (De patientia, XVII).

Se podría decir entonces que no hay mejor testimonio del amor de Cristo que encontrarse con un cristiano paciente. ¡Pensemos también en cuantas madres y padres, trabajadores, médicos y enfermeras, enfermos, cada día, en secreto, embellecen el mundo con santa paciencia! Como dice la Escritura, «la paciencia es mejor que la fuerza de un héroe" (Pr 16,32). Sin embargo, debemos ser honestos: a menudo carecemos de paciencia. En lo cotidiano somos impacientes, todos. Necesitamos la paciencia como la "vitamina esencial" para salir adelante, pero instintivamente nos impacientamos y respondemos al mal con el mal: es difícil mantener la calma, controlar nuestros instintos, refrenar las malas respuestas, aplacar las peleas y los conflictos en la familia, en el trabajo, en la comunidad cristiana. Inmediatamente viene la respuesta, no somos capaces de ser pacientes.

Recordemos, sin embargo, que la paciencia no es sólo una necesidad, sino una llamada: si Cristo es paciente, el cristiano está llamado a ser paciente. Y esto exige ir a contracorriente respecto a la mentalidad generalizada de hoy, en la que dominan la prisa y el "todo ahora"; en la que, en lugar de esperar a que las situaciones maduren, se se fuerza a las personas, esperando que cambien al instante. No olvidemos que la prisa y la impaciencia son enemigas de la vida espiritual. ¿Por qué?  Dios es amor, y quien ama no se cansa, no se irrita, no da ultimátums, sino que sabe esperar. Pensemos en la historia del Padre misericordioso, que espera a su hijo que se ha ido de casa: sufre con paciencia, impaciente solamente de abrazarlo apenas lo ve volver (cf. Lc 15, 21); o en la parábola del trigo y la cizaña, con el Señor que no tiene prisa en erradicar el mal antes de tiempo, para que nada se pierda (cf. Mt 13, 29-30). La paciencia nos lo salva todo.

Pero, hermanos y hermanas, ¿cómo se hace para acrecentar la paciencia? Al ser, como enseña san Pablo, un fruto del Espíritu Santo (cfr. Ga 5, 22), hay que pedírsela al Espíritu de Cristo. Él nos da la fuerza mansa de la paciencia – la paciencia es una fuerza mansa-, porque "es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males" (San Agustín, Discursos, 46, 13). Especialmente en estos días, nos hará bien contemplar al Crucificado para asimilar su paciencia. Un buen ejercicio es también llevarle las personas más molestas, pidiéndole la gracia de poner en práctica con ellas esa obra de misericordia tan conocida como desatendida: soportar pacientemente a las personas molestas. Y no es fácil. Pensemos si hacemos esto: soportar con paciencia a las personas molestas. Se empieza por pedir que podamos mirarlas con compasión, con la mirada de Dios, sabiendo distinguir sus rostros de sus defectos. Tenemos la costumbre de clasificar a las personas por los errores que cometen. No, esto no es bueno. ¡Busquemos a las personas por su rostro, por su corazón y no por sus errores!

Por último, para cultivar la paciencia, virtud que da aliento a la vida, conviene ampliar la mirada. Por ejemplo, no hay que limitar el mundo a nuestros problemas; la Imitación de Cristo nos invita: «Es preciso, por tanto, que te acuerdes de los sufrimientos más graves de los demás, para que aprendas a soportar los tuyos, pequeños». Recuerda también que «no hay cosa, por pequeña que sea, que se soporte por amor de Dios, que pase sin recompensa delante de Dios» (III, 19). Y, además, cuando nos sentimos prisioneros en la prueba, como nos enseña Job, es bueno abrirnos con esperanza a la novedad de Dios, en la firme confianza de que Él no deja defraudadas nuestras expectativas. La paciencia es saber soportar los males.

Y hoy aquí, en esta audiencia, hay dos personas, dos padres: uno israelí y uno árabe. Ambos han perdido a sus hijas en esta guerra y ambos son amigos. No miran la enemistad de la guerra, sino la amistad de dos hombres que se quieren y que han pasado por la misma crucifixión. Pensemos en este testimonio tan hermoso de estas dos personas que sufrieron en sus hijas la guerra en Tierra Santa. ¡Queridos hermanos, gracias por su testimonio!
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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, de manera especial a los participantes en el Encuentro UNIV 2024. Los invito a vivir estos días santos contemplando a Cristo crucificado, que con su ejemplo nos enseña a amar y a ser pacientes, en la espera gozosa de la Resurrección. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

Resumen leido en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre la virtud de la paciencia. En el relato de la Pasión —como escuchábamos el domingo pasado— la imagen de Cristo paciente nos interpela. Esta virtud se manifiesta como fortaleza y mansedumbre en el sufrimiento —las dos cosas—, y es una de las características del amor, como afirma san Pablo en el Himno a la caridad. Un ejemplo de paciencia lo vemos también en la parábola del Padre misericordioso, que no se cansa de esperar y siempre está dispuesto a perdonar.

En el mundo de hoy, donde se prioriza la inmediatez y predominan los apuros, ser pacientes es el mejor testimonio que podemos dar los cristianos. No es fácil vivir esta virtud, pero tengamos presente que es una llamada a configurarnos con Cristo. Y, ¿cómo se cultiva? Practicando en nuestra vida la obra de misericordia espiritual que nos invita a “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”. No es fácil, pero se puede hacer. Pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude.

miércoles, 20 de marzo de 2024

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Es prudente aquel que analiza y prevé de forma astuta los pros y contra que puede tener cualquier acción que suponga una responsabilidad, siempre dirigida en busca del bien. Hoy el Papa Francisco nos habla de esta virtud, la prudencia, y nos anima a ser prudentes como aquel hombre sensato, del que nos habla Jesús, que construyó su casa sobre roca.


 PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 20 de marzo de 2024


Catequesis. Vicios y virtudes. 12. La prudencia

Queridos hermanos y hermanas:

Dedicamos nuestra catequesis de hoy a reflexionar sobre la virtud de la prudencia. La prudencia forma parte de las virtudes cardinales, junto con la justicia, la fortaleza y la templanza. Esta virtud dispone la inteligencia y la libertad a discernir y a obrar nuestro verdadero bien. Antes de tomar decisiones, la persona prudente pondera las situaciones, pide consejo, intenta comprender la complejidad de la realidad y no se deja llevar por las emociones, las presiones o la superficialidad.

En varios pasajes del Evangelio encontramos enseñanzas de Jesús que nos ayudan a crecer en el conocimiento de esta virtud. Por ejemplo, cuando describe la acción del hombre sensato que construyó su casa sobre roca, y la del insensato, que la edificó sobre arena. Estas imágenes evangélicas, que ilustran cómo actúa la persona prudente, nos muestran que la vida cristiana requiere sencillez y, al mismo tiempo, astucia, para saber elegir el camino que conduce al bien y a la vida verdadera.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que nos ayude a crecer en la virtud de la prudencia para que, en medio de las tormentas y los vientos que pueden sacudir nuestra vida, permanezcamos cimentados en Cristo, la piedra angular. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

miércoles, 13 de marzo de 2024

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Hoy, el Papa Francisco, nos habla de las virtudes como unas disposiciónes a la constancia y disponibilidad para hacer el bien. Y eso no es tanto innato cuanto sí una actitud de esfuerzo en procurar siempre hacer el bien. Un bien que nace desde una relación íntima con el Señor, porque solo en Él podemos alcanzar la verdad y el bien reflejado en el amor.

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza San Pedro
Miércoles, 13 de marzo de 2024

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Catequesis. Vicios y Virtudes. 11. El actuar virtuoso

Queridos hermanos y hermanas:

Avanzando en nuestro ciclo de catequesis, hoy iniciamos nuestra reflexión sobre las virtudes. El origen de la palabra “virtud” nos remite a la fuerza y a la valentía, y también a la capacidad de disciplina y de ascesis. Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que «la virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien» (n. 1803).

La constancia y la disponibilidad para hacer el bien son propiedades del ser virtuoso, de modo que nuestros actos no sean casuales e improvisados, sino fruto de un ejercicio y entrenamiento que conlleva esfuerzo y sacrificio, para que esas disposiciones se conviertan en un hábito.

Podemos decir que la virtud es un bien que nace de una lenta maduración de la persona, hasta convertirse en una de sus características interiores. El primer auxilio que recibimos para que esto sea posible es la gracia de Dios, que trabaja en nuestro interior por medio del Espíritu Santo.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo el don de sabiduría para que nos ayude a tomar decisiones y a ejercitar las virtudes, orientando nuestra vida por el camino del bien. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

miércoles, 6 de marzo de 2024

AUDIENCIA PAPA FRANCISCO

Diría que la soberbia es la carencia de la humildad. Y es que cuando careces de humildad tu ego se acrecienta y crees que vales más de lo que realmente vales. Te crees superior a otros y te ensoberbeces exigiendo ser reconocido y alabado por encima de los demás. Te constituyes centro y vanagloria para los demás y hasta llegas a desear ser y compararte con nuestro Padre Dios.  Meditemos pacientemente y humildemente lo que nos dice el Papa Francisco en la audiencia de hoy.


 PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 6 de marzo de 2024

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Catequesis. Vicios y virtudes. 10. La soberbia.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario catequético sobre los vicios y las virtudes, llegamos hoy al último de los vicios: la soberbia. Los antiguos griegos lo definían con una palabra que podría traducirse como "esplendor excesivo". En realidad, la soberbia es la auto-exaltación, el engreimiento, la vanidad. El término aparece también en esa serie de vicios que Jesús enumera para explicar que el mal procede siempre del corazón del hombre (cf. Mc 7,22). El soberbio es aquel que cree ser mucho más de lo que es en realidad; aquel que se estremece por ser reconocido como superior a los demás, siempre quiere ver reconocidos sus propios méritos y desprecia a los demás considerándolos inferiores.

A partir de esta primera descripción, vemos cómo el vicio de la soberbia está muy cerca del de la vanagloria, que presentamos la última vez. Pero si la vanagloria es una enfermedad del yo humano, se trata de una enfermedad infantil en comparación con los estragos que puede causar la soberbia. Analizando las locuras del hombre, los monjes de la antigüedad reconocían un cierto orden en la secuencia de los males: se empieza por los pecados más groseros, como la gula, y se llega a los monstruos más inquietantes. De todos los vicios, la soberbia es la gran reina. No es casualidad que, en la Divina Comedia, Dante lo sitúe en el primer círculo del purgatorio: quien cede a este vicio está lejos de Dios, y la enmienda de este mal requiere tiempo y esfuerzo, más que cualquier otra batalla a la que esté llamado el cristiano.

En realidad, en este mal se esconde el pecado radical, la absurda pretensión de ser como Dios. El pecado de primeros padres, relatado en el libro del Génesis, es a todos los efectos un pecado de soberbia. El tentador les dice: «…Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses» (Gen 3,5). Los escritores de espiritualidad están más atentos a describir las repercusiones de la soberbia en la vida de todos los días, a ilustrar cómo arruina las relaciones humanas, a subrayar cómo este mal envenena ese sentimiento de fraternidad que, en cambio, debería unir a los hombres.

He aquí, entonces, la larga lista de síntomas que revelan que una persona ha sucumbido al vicio de la soberbia. Es un mal con un aspecto físico evidente: el hombre orgulloso es altivo, tiene una “dura cerviz”, es decir, tiene el cuello rígido que no se dobla. Es un hombre que con facilidad juzga despreciativamente: por una nadería, emite juicios irrevocables sobre los demás, que le parecen irremediablemente ineptos e incapaces. En su arrogancia, olvida que Jesús en los Evangelios nos dio muy pocos preceptos morales, pero en uno de ellos fue inflexible: no juzgar nunca. Te das cuenta de que estás tratando con una persona orgullosa cuando, si le haces una pequeña crítica constructiva, o un comentario totalmente inofensivo, reacciona de forma exagerada, como si alguien hubiera ofendido su majestad: monta en cólera, grita, rompe relaciones con los demás de forma resentida.

Poco se puede hacer con una persona enferma de soberbia. Es imposible hablar con ella, y mucho menos corregirla, porque en el fondo ya no está presente a sí misma. Sólo hay que tenerle paciencia, porque un día su edificio se derrumbará. Un proverbio italiano dice: “La soberbia va a caballo y vuelve a pie". En los Evangelios, Jesús trata con muchas personas orgullosas, y a menudo fue a desenterrar este vicio incluso en personas que lo ocultaban muy bien. Pedro alardea al máximo su fidelidad: "Aunque todos te abandonen, yo no lo haré" (cf. Mt 26,33). Sin embargo, pronto experimentará que es como los demás, también él temeroso ante la muerte que no imaginaba que pudiera estar tan cerca. Y así, el segundo Pedro, el que ya no levanta el mentón, sino que llora lágrimas saladas, será medicado por Jesús y será por fin apto para soportar el peso de la Iglesia. Antes ostentaba una presunción de la que era mejor no hacer alarde; ahora, en cambio, es un discípulo fiel al que, como dice una parábola, el amo "hará administrador de todos sus bienes” (Lc 12,44).

La salvación pasa por la humildad, verdadero remedio para todo acto de soberbia. En el Magnificat María canta a Dios que dispersa con su poder a los soberbios en los pensamientos enfermos de sus corazones. Es inútil robarle algo a Dios, como esperan hacer los soberbios, porque al final Él quiere regalarnos todo. Por eso el Apóstol Santiago, a su comunidad herida por luchas intestinas originadas en el orgullo, escribe: «Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes les da su gracia" (St 4,6).

Por tanto, queridos hermanos y hermanas, aprovechemos esta Cuaresma para luchar contra nuestra soberbia.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a María que nos ayude a proclamar con nuestra vida el Magníficat, para poder ser testigos de la alegría del Evangelio con humildad y sencillez de corazón. Que Jesús los bendiga. Muchas gracias.
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Resumen leído en español

Queridos hermanos y hermanas:

En nuestra catequesis de hoy reflexionamos sobre el vicio de la soberbia. Jesús mismo menciona este vicio como uno de los males que provienen del corazón del hombre. La persona soberbia se considera superior a los demás y desea que todos reconozcan sus méritos. Podemos decir que en su interior se esconde la pretensión de querer ser como Dios, tal como vemos en el pecado de Adán y Eva, que nos relata el libro del Génesis.

Este vicio destruye la fraternidad, porque el soberbio no se relaciona con los demás en un plano de igualdad, sino que los trata como inferiores y emite juicios en contra de ellos. En el Evangelio también encontramos ejemplos de personas así, presuntuosas y seguras de sí mismas —como Pedro, que creía que nunca negaría al Maestro—; a esas personas Jesús las medica con el remedio de la humildad. Esto nos enseña que la salvación no está en nuestras propias manos, sino que es un don gratuito que Dios nos quiere regalar.