domingo, 12 de abril de 2015

TENÍAN MIEDO

(Jn 20,19-31)


Los discípulos tenían miedo, y nosotros seguimos también con el miedo metido en el cuerpo. Ellos, fortalecidos en el Espíritu Santo, fueron venciendo esos miedos. Y nosotros, también en el Espíritu Santo, podemos vencerlo. Se trata de tener confianza y fe en la Palabra del Señor.

El Señor sabe de nuestras limitaciones y de nuestras dudas. El pecado nos limita y nos vuelve ciegos, y nos exige ver para creer. No tenemos fuerzas suficientes para vencerlo por nosotros mismos, y necesitamos la fuerza del Espíritu que Jesús nos ha prometido. Sus apariciones van encaminadas a darnos confianza, a fortalecer nuestra fe. Por eso nos enseña sus Manos y su Costado, para que veamos las huellas de los clavos y la herida de la lanza. 

Sabe que lo necesitamos, porque somos débiles e incrédulos. Qué hermosa promesa nos hace el Señor a este respecto cuando advierte la desconfianza e incredulidad de Tomás: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Dichosos nosotros que, no viendo, sino confiados en la Escritura y el testimonio de los que han visto, y en la Iglesia, que nos lo transmite, creemos. Descubrir que somos dichosos si creemos es algo muy grande. Tan grande que se escapa a nuestro entendimiento. Porque no lo ha dicho un cualquiera, sino el mismo Jesús. Por eso debemos esforzarnos y abandonarnos en el Señor y en su Palabra, porque haciéndolo así tenemos su promesa de ser dichosos.

Pero, es verdad también, que esa dicha nos compromete a ser antorcha que transmita el fuego de la fe. Hoy en el Evangelio, Jesús da poderes a los apóstoles de perdonar los pecados, y la Iglesia es portadora de esa misión. En Ella somos purificados y perdonados de nuestros fallos y debilidades, para, limpios, continuar la marcha, fortalecidos en el Espíritu Santo, proclamando con nuestras vidas el Mensaje de salvación.

No perdamos de vista esa promesa que Jesús nos hace hoy. Somos dichosos cuando, a pesar de nuestros fallos y pecados, nos levantamos, como el hijo prodigo, y regresamos a la Casa del Padre, para pedirle perdón y darle gracias por tanta Misericordia y Amor.