domingo, 10 de agosto de 2014

TAMBIÉN NUESTRA BARCA ZOZOBRA

(Mt 14,22-33)


¿Quién no ha pasado por huracanes y tempestades que han amenazado su propia vida? ¿Cuántas veces hemos experimentado hundir nuestra barca particular cuando las cosas se nos han torcido en la vida? Todos en algún momento de nuestra vida hemos experimentado miedo y dudas al caminar sobre el filo de la navaja de nuestra propia vida, pero lo importante es, como Pedro hoy, tender nuestra pobre mano en la confianza de que el Señor nos tenderá la suya para salvarnos.

Sin lugar a duda, nuestro camino está en la otra orilla. Hemos de pasar de un mundo mercantilista, egoísta y consumista, marcado por la ambición de ganar y sometido al odio, la venganza y el desamor, a un mundo de fraternidad, de justicia, de comprensión, de paz y amor. Y esa travesía no lo podemos hacer solos, porque nuestra barca zozobra ante las muchas tempestades y vientos huracanados que nos salen al paso.

Es verdad que sentimos miedos, e incluso exigimos pruebas que nos garanticen la seguridad y la salvación. Pedro, en quién Jesús pone su confianza y su Iglesia, le exige demostrarle su Poder y Divinidad: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». ¿Cuántas veces hemos hecho nosotros lo mismo? ¿Cuántas veces hemos exigido al Señor una prueba de su Divinidad? ¿Es qué merecemos esa prueba?

Nos ha sido regalada la salvación por un amor Infinito, y todavía exigimos pruebas de esa salvación. Esa realidad descubre la evidencia de lo tocado que está nuestra alma por el pecado. Nos envuelve en la más absoluta oscuridad que aprovecha el Maligno para perdernos e inclinarnos a atrevernos a pedirle pruebas al Señor, e incluso dudar como hizo Pedro. Está claro que los vientos y las tempestades nos superan y nos llenan de dudas y miedos. 

Pero, Tú Señor, siempre apareces frente a la barca de nuestra vida. Siempre nos anima y nos susurra ¡adelante!, y nos infundes valor y confianza. Ese: « ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!», nos sabe a Gloria y nos invade de confianza y paz. 

Esa experiencia que experimentamos también, valga la redundancia, en nuestras vidas, sea la tónica de no desfallecer y de, como Pedro, Señor, arranque siempre de nuestros labios ese grito de esperanza: «Señor, sálvame». Amén.