domingo, 23 de octubre de 2016

AVERGONZADO Y HUMILLADO EN TU PRESENCIA, SEÑOR


Lejos de desesperarme o de angustiarme, me consuela experimentar ese dolor, aunque sea de pecados pasados y ya perdonados. Y digo que me consuela porque ese dolor me sostiene humildemente, y como el publicano del Evangelio de hoy domingo, me siento avergonzado y postrado ante Dios incapaz de mirarle o levantar la cabeza.

¡Cuántos pecados de omisión a cada momento que late mi corazón! ¿Cuántas veces habré dejado de hacer tu Voluntad! Es posible que muchas por ignorancia, pero otras quizás por pereza, por comodidad o falta de compromiso. Sí, Padre nuestro, tengo que pedir perdón y sentirme avergonzado por todos mi pecados egoístas y de omisión. Y sólo tengo una palabra, perdón.

Pero, no basta sólo con eso. Tengo que levantarme y actuar. Actuar dando mi vida en conocerte mejor, en buscar espacios de escucha y silencio para oír lo que me dices, y el esfuerzo de ponerlo en práctica. Pero no dejes que me crea un suficiente, ni un fariseo ni un engreído o capaz, sino un siervo pobre y humilde, capaz de hacer pequeñas cosas en tu nombre y por la acción del Espíritu Santo. 

Eso quiero hoy adquirir como compromiso, descubrir que eres Tú quien actúas en mí y conviertes mi pobreza en riqueza y maravillas para tu Gloria. Y así me postro y me presento ante Ti, Señor. Ten misericordia de tu pobre siervo.

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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.