lunes, 20 de febrero de 2017

Hazme sordo Señor...

NO, cures, Señor, mi sordera.
Hazme sordo para las malas noticias.

Que no escuche ni se alberguen en mi corazón los pensamientos negativos que crean actitudes pesimistas destructivas.

Hazme sordo cuando me dicen que no puedo, que es imposible y que no vale la pena.

Hazme sordo, Señor, para no escuchar a los profetas de desventuras, pero al mismo tiempo, transformame en alegre mensajero de buenas noticias que no apagan la mecha que humea, sino que creen en milagros y esperan contra toda esperanza, porque mi  fe esta cimentada en que un muerto ha resucitado al tercer día.

De manera especial hazme sordo a mis voces internas que aparecen como fantasmas para desanimarme y desalentarme. Que no me deje influir, ni siquiera por mí mismo, cuando el cielo se tiña de gris o el mar amenace con tormentas.

Y cuando vengan a decirme que ya no hay nada que hacer, Señor háblame más fuerte y repíteme: 

Ve, tu fe te ha salvado. No tengas miedo. Amén.

La sordera ante las posturas de derrota, es la vacuna para no contaminarnos de tristeza o desánimo. Las palabras que se albergan en nuestra mente tienen un efecto inmediato; para bien o para mal. Por eso, hay que cerrar la puerta al pesimismo.

No puedes evitar los amargos frutos de la frustración de los demás, pero sí eres capaz de inmunizarte contra sus estragos. No permitas que personas con mente negativa derrumben las mejores y más ricas esperanzas de tu corazón. No consientas que los vientos de las críticas apaguen la llama de la esperanza.

Sé sordo al negativismo y pesimismo, así como a quienes desconfían de ti, asegurándote que no puedes realizar tus sueños.  Si atiendes y das crédito a quienes te hacen temblar con noticias alarmantes y negativas, vas a vivir en  temor y la zozobra.

Somos receptores tanto de buenas como de malas noticias, pero nosotros tenemos la capacidad de abrirnos a las primeras y cerrarnos a las segundas.

Sin embargo, las voces más peligrosas, no vienen de afuera, sino de dentro de nosotros mismos.

En nuestro interior también generamos fantasmas que nos asustan.

Por eso, se sordo a tus gemidos lastimeros que te convierten en víctima y te conducen a la autocompasión. No te creas cuando del fondo de tu corazón brota una voz que repite:


“No puedo, no vale la pena, es imposible.”

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