domingo, 14 de agosto de 2016

EL BIEN Y EL MAL

(Lc 12,49-53)

El mundo es una mezcla del bien, pero también del mal. El pecado está presente en nuestra vida y nos tienta constantemente para que sepultemos la verdad. ¡Y claro!, la verdad molesta y es atacada siempre por el mal. Así hicieron con Jesús cuando defendió la justicia y la verdad, sobre todo en aquellos que la padecían y sufrían con las injusticias y mentiras de otros.

Por eso, seguir a Jesús será siempre una arriesgada situación. Y hoy, observamos que en nuestro mundo están muriendo cada día muchos creyentes por mantenerse fieles a su fe y por defender la verdad. Tanto es así que, en el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: «He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división». 

Y es que en todas partes hay gente que esconde la verdad, mira para otro lado y sigue la corriente de este mundo que vive su propio egoísmo, su mentira y su injusticia. Y así andan las cosas: hambre, abortos, injusticias, acosos, malos tratos, corrupción, persecuciones y mentiras. Por eso, levantar la voz, denunciar las mentiras y, desde la paz y el amor, exigir vivir en la verdad y la justicia conlleva persecuciones y riesgos que ponen en peligro tu vida.

Seguir a Jesús es caminar contra corriente. Eso es lo primero que un cristiano tiene que saber. Por si acaso, Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida, nos lo dice y nos lo deja claro. Pero también, no nos deja solos. Se ofrece a acompañarnos, a estar con nosotros en la lucha de cada día y a, en el Espíritu Santo, asistirnos, defendernos, fortalecernos y sostenernos firmes en la fe hasta su regreso para, en Él, gozar eternamente para siempre.

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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.