Se hace difícil hablar de algo de lo que estamos lejos, pero que, en el fondo, a todos nos gustaría llegar. Porque todos estamos dentro de la misma Casa al considerarnos hijos del mismo Padre. Se hace difícil entender que, siendo hijos de un mismo Padre y encontrarnos en la misma Casa y participar del mismo Banquete, luego en la calles nos ignoremos y hasta seamos indiferentes los unos a los otros.
No se trata de buscar culpables, sino de asumir nuestra propia culpabilidad. Quizás convenga culparnos de no hacer esfuerzos por provocar encuentros, por acercar una sonrisa, unas palabras y acogernos como hermanos e hijos de un mismo Padre. Descubrimos que sólo nos vemos, casi sin mirarnos y menos darnos un saludo. Confesamos que nos da lástima, pero aceptamos que es la realidad.
Y si no crecemos en ese esfuerzo de acércanos, estamos quizás cumpliendo, pero no viviendo la actitud ni el estilo de Jesús. Hace falta provocar en las parroquias encuentros semanales o quincenales donde tomar un café y hablar relajadamente por espacio de un tiempo sereno, tranquilo, sin prisas y ameno, y con el debido respeto, sigilo y libertad. Y sin buscar metas, resultados ni proyectos. Simplemente acercarnos, conocernos y saber que somos hijos de un mismo Padre.
Sin exigencias ni métodos didácticos ni estratégicos. Simplemente de nuestras apetencias, problemas, preocupaciones o aspiraciones, pero eso sí, sabiendo que es Jesús quien nos convoca y nos reúne para provocar nuestro acercamiento y que empecemos a amarnos como Él nos ama.
Es lamentable, y descubre nuestra actitud farisaica, que ocurran cosas o problemas entre los feligreses comprometidos de una parroquia o comunidad, y muchos, por no decir casi todos, no nos enteramos, al menos para rezar los unos por los otros y, si hay posibilidad tratar de ayudarnos.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.