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(Mt 4,1-11) |
Nunca
sabremos si somos fieles y nos esforzamos en seguir al Señor si no
somos tentados. Jesús se deja tentar para señalarnos el camino de cómo
debemos enfrentarnos y actuar ante las tentaciones. La tentación es la
ocasión que nos pone en la necesidad de estar en contacto permanente con
nuestro Padre Dios, y la prueba que nos descubre nuestros esfuerzos y
nuestra fe.
No
estamos solos ante el peligro de ser tentado por el diablo. Contamos
con la Gracia de Dios, la asistencia del Espíritu Santo y con la
oración, nuestra mejor manera de agarrarnos al Señor y buscar su
protección. Las tentaciones se pueden describir como los “enemigos del
alma”. En
concreto, se resumen y concretan en tres aspectos. En primer lugar, “el
mundo”: «Di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4,3). Supone
vivir sólo para tener cosas.
En segundo lugar, “el demonio”: «Si postrándote me adoras (…)» (Mt 4,9). Se manifiesta en la ambición de poder.
Y, finalmente, “la carne”: «Tírate abajo» (Mt 4,6), lo cual significa poner la confianza en el cuerpo. Todo ello lo expresa mejor santo Tomas de Aquino diciendo que «la causa de las tentaciones son las causas de las concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y la ambición de poder».
En segundo lugar, “el demonio”: «Si postrándote me adoras (…)» (Mt 4,9). Se manifiesta en la ambición de poder.
Y, finalmente, “la carne”: «Tírate abajo» (Mt 4,6), lo cual significa poner la confianza en el cuerpo. Todo ello lo expresa mejor santo Tomas de Aquino diciendo que «la causa de las tentaciones son las causas de las concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y la ambición de poder».
De
cualquier forma, los peligros de ser tentados serán las pruebas que nos
descubrirán nuestra fe y seguimiento al Señor. En esa lucha de cada día
manifestaremos nuestra opción de seguir a Jesús.