(Jn 4,5-42) |
Mientras unos tienen para comer y elegir que comer, otros pasan
verdaderas dificultades para alimentarse y comer lo que pueda llegar a
su alcance. ¡Unos tantos y otros tan poco! Son las contradicciones de
este mundo tan desigual e injusto para unos y fácil y abundante para
otros. De cualquier forma el hambre y la sed siempre están ahí y por
mucho que nos saciemos siempre estaremos ansiosos y necesitados de
volver a comer.
No obstante, experimentamos hambre y sed de no padecer más la
insatisfacción ni el deseo de sentirnos necesitados de comer. Buscamos
esa fuente inagotable y eterna que nos satisfaga, valga la redundancia,
eternamente de comer los sin sabores de esta vida, de padecer no sólo
hambre sino enfermedad, deterioro y ansías de felicidad y paz. Del
cansancio de la rutina, del trabajo diario y del esfuerzo de buscar y
buscar sin encontrar el equilibrio y la paz anhelada.
¡Dadnos Señor esa Agua que mana de la fuente eterna de tu Gracia para no
sentir nunca más sed! Danos esa fe samaritana para que, al igual que
esa mujer, corramos a proclamar que te hemos visto y hallado y
experimentado los efectos de esa Agua que nos sacia eternamente.
Porque Tú Señor eres el Mesías que has de venir, el que se ha quedado
bajo las especies de pan y vino para ser mi alimento diario, mi
sustento de cada día y mi fuente de vida eterna. Amén.