Virgen de la Vera Cruz, en Valladolid |
Comparto con vosotros la homilía que pronuncié el pasado día 22 de junio. Celebrábamos la vigilia del Domingo 12º del tiempo ordinario.
Sergio y Celia. Ha llegado por fin el día tan esperado, el día de vuestra boda. Habéis elegido el día y el lugar y hoy todo nos habla de la Cruz, de la santa Cruz. Estamos en la Iglesia de la Veracruz, que es la sede de la cofradía penitencial más antigua de Valladolid. Hoy también la liturgia de la Palabra de este domingo décimo segundo del tiempo ordinario nos habla de la Cruz.
La Cruz es el lugar del Encuentro definitivo entre el Cielo y la Tierra. Éste era el significado original de este símbolo en muchos pueblos antiguos. Con sus dos brazos, el horizontal y el vertical, la Cruz constituía un símbolo cósmico en que se representaba todo lo que existe, lo divino y lo terreno. Que también se tratase de un instrumento de tortura y un símbolo de muerte no tendría especial importancia si no hubiese sido porque Jesucristo fue ejecutado en ella. Desde entonces la Cruz se ha convertido quizá en el principal símbolo cristiano; símbolo ciertamente paradójico puesto que con su Resurrección ha cambiado el sentido de negativo en positivo y ha convalidado ese sentido cósmico originario, porque en ella ciertamente el mundo quedó definitivamente reconciliado con Dios y fueron restauradas todas las cosas.
En el Evangelio de hoy leemos uno de los pasajes más bellos de las Escrituras. Aquél en que Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién decís que soy yo? Y es Pedro quien responde con esas palabras certeras: “El Mesías de Dios”. Es sorprendente que Jesús les prohibiera terminantemente que se lo dijeran a nadie y les mandara guardar silencio sobre este punto tan importante. Y más sorprendente todavía que después les profetizara: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Y añadía: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».
Los contemporáneos de Jesús tenían una idea totalmente equivocada de cuál era la misión de Jesucristo. Al decir “el Mesías” lo entendían mal y lo consideraban un rey guerrero. Esperaban una salvación de naturaleza política. Pedro acierta sólo en parte. Es verdad: Jesús es el Mesías; pero no un mesías según las ideas que corrían en la sociedad. El Evangelista san Lucas resume lo que sucedió en aquella ocasión. Gracias a san Mateo sabemos que entre la profecía de Jesús, diciendo cómo iba a ser su muerte, y la advertencia a sus seguidores - sobre la cruz de cada día- hay un episodio muy importante: Pedro se animó a corregir y a reprender a su maestro. ¡De ninguna manera te debe suceder esto que cuentas! Y Jesús le dirigió las palabras más duras: ¡apártate de mi satanás, porque no piensas como Dios sino como los hombres!
¿Porqué fue tan duro con su discípulo? Porque tenía una idea radicalmente equivocada acerca de lo que significaba ser el Mesías, el Cristo. Y esa idea era diabólica, porque le desviaría de su misión, que es la salvación del mundo, el perdón de los pecados, y la definitiva unión contenida en el símbolo de la Cruz. Para Pedro, la cruz era un símbolo horrible de la tortura y del dolor humano! En cambio, para Jesús era todo lo contrario. La Cruz fue el tálamo nupcial, el lecho en que el Esposo de la Humanidad entregaría su vida por la Esposa. La Cruz atraía a nuestro Señor de una manera poderosa. Era como el centro de todos sus afanes y el norte que servía de orientación a todos sus actos. Ese momento era la Hora de Jesús, es decir, el momento más importante de su vida y también de las vidas de todos los hombres, de todos los tiempos.
Queridos esposos, vosotros podéis comprender cual era el ansia de Jesús por ver llegado ese momento. También vosotros lleváis preparando este momento con tanta ilusión porque estáis convencido de que es uno de los acontecimientos más importantes de vuestras vidas, quizá el mayor. También ésta es vuestra hora y vuestro día; de modo parecido a como para Jesús fue la Cruz el imán de su existencia terrena.
La Cruz y el matrimonio parecen estar muy relacionados. Así como la Cruz tiene significados positivos, antes que negativos, así también el matrimonio es una realidad maravillosa, un sacramento originario, instituido en el paraíso original: procede por tanto de una época y de un lugar donde no existía el sufrimiento y el dolor. La cruz es un símbolo que significa la unión de dos personas: al entregarse la una a la otra “ya no son dos, sino una sola carne”. Son una nueva realidad y es Dios quien interviene en ella y la produce con su poder creador. Dos trazos que por separado no significarían nada, ahora unidos constituyen la señal de la cruz: la entrega mutua de dos personas que viven la una para la otra. Y esa unión es un símbolo -un sacramento- dela unión de Dios con los hombres; de Cristo con la Iglesia. Éste es el gran significado positivo contenido en la cruz y en el matrimonio.
Sinembargo, con el pecado de nuestros primeros padres, el mundo se cubrió de tinieblas. Sin la gracia de Dios es muy difícil -sino imposible cumplir las exigencias de la entrega matrimonial- y acertaría Pedro con su afirmación: “si tal es la condición del hombre, no trae cuenta casarse”. Pero Dios no le niega a nadie su gracia.
Quien se resiste a la gracia de Dios, puede experimentar los fracasos y los pesares de la vida como una cruz, una cruz cuyo peso es superior a las propias fuerzas. Entonces también el matrimonio aparecería como un yugo,símbolo de un vínculo de esclavitud. Entonces los significados negativos prevalecerían sobre los positivos. Por eso es neceario que nosotros, los cristianos, digamos a los cuatro vientos que no, que el matrimonio decididamente, tal como lo ha diseñado Dios, nunca habría debido representarse con un yugo o con una cruz... y que nosotros somos los que lo convertimos en algo que no sólo puede ser malo sino incluso llegar a convertirse un infierno en la tierra. Por esta razón hay muchos qué no se casan y la mayoría está de acuerdo en quitar al matrimonio toda nota de definitividad. La dureza de los corazones sigue actuando en la sociedad. ¿No os parece paradójico que a ese momento tan hermoso del consentimiento se le denomine en nuestros días el fatídico “sí” de los esposos?.
Ahora el matrimonio y la vida misma son un yugo, una cruz. Pero es Jesús quien sale a vuestro encuentro. Muriendo en la Cruz, ha dicho un Sí definitivo y en ese sí gozoso se inserta vuestro sí, que no será fatídico siempre que os dejéis transformar por la gracia de Jesucristo. Conocéis bien aquellas palabras de Jesús: mi carga es ligera y mi yugo es suave. Unidos a Jesús os disponéis a seguirle como discípulos suyos en la vocación matrimonial. Estáis dispuestos a llevar la cruz de cada día. Conoceréis el dolor y el sufrimiento, pero con la gracia de Dios el amor de Jesucristo podréis también vosotros cambiar toda la negatividad de vuestra existencia en una afirmación gozosa. Es lo mejor que se os puede desear que vuestra vida conyugal esté bendecida con la Cruz, la vera Cruz.
Dentro de un rato cantaremos la salve y recordaremos que estamos en un valle de lágrimas, pero tenemos la esperanza de llegar a la meta juntos y con una felicidad y una paz que el mundo no puede dar. El Señor nos habla de la “cruz de cada día”. Sabe que de esta manera el camino es llevadero. Ni el pasado ni el futuro tienen importancia. El presente puede ser duro y difícil de llevar, pero para eso nos ha pedido también que pidamos el “pan nuestro de cada día”. Vuestro matrimonio será bendecido con la Cruz si estáis siempre dispuestos a comenzar y recomenzar vuestra vida conyugal cada mañana, reconciliándoos siempre que sea necesario. Que sepáis pediros perdón y perdonaros, sin llevar número de las veces que lo hacéis. También Pedro advertía la dificultad de vivir así: ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano, cuando peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Y la respuesta de Jesús fue igualmente sorprendente: No te digo siete, sino ¡hasta setenta veces siete!
Si recorréis el camino del perdón, la cruz de cada día, tomados de la mano de María llegaréis juntos a la meta, participaréis plenamente de la bodas eternas del Cordero que ya en estos momentos estáis significando, anticipando y pregustando en esta fiesta nupcial.
Sergio y Celia. Ha llegado por fin el día tan esperado, el día de vuestra boda. Habéis elegido el día y el lugar y hoy todo nos habla de la Cruz, de la santa Cruz. Estamos en la Iglesia de la Veracruz, que es la sede de la cofradía penitencial más antigua de Valladolid. Hoy también la liturgia de la Palabra de este domingo décimo segundo del tiempo ordinario nos habla de la Cruz.
La Cruz es el lugar del Encuentro definitivo entre el Cielo y la Tierra. Éste era el significado original de este símbolo en muchos pueblos antiguos. Con sus dos brazos, el horizontal y el vertical, la Cruz constituía un símbolo cósmico en que se representaba todo lo que existe, lo divino y lo terreno. Que también se tratase de un instrumento de tortura y un símbolo de muerte no tendría especial importancia si no hubiese sido porque Jesucristo fue ejecutado en ella. Desde entonces la Cruz se ha convertido quizá en el principal símbolo cristiano; símbolo ciertamente paradójico puesto que con su Resurrección ha cambiado el sentido de negativo en positivo y ha convalidado ese sentido cósmico originario, porque en ella ciertamente el mundo quedó definitivamente reconciliado con Dios y fueron restauradas todas las cosas.
En el Evangelio de hoy leemos uno de los pasajes más bellos de las Escrituras. Aquél en que Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién decís que soy yo? Y es Pedro quien responde con esas palabras certeras: “El Mesías de Dios”. Es sorprendente que Jesús les prohibiera terminantemente que se lo dijeran a nadie y les mandara guardar silencio sobre este punto tan importante. Y más sorprendente todavía que después les profetizara: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Y añadía: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».
Los contemporáneos de Jesús tenían una idea totalmente equivocada de cuál era la misión de Jesucristo. Al decir “el Mesías” lo entendían mal y lo consideraban un rey guerrero. Esperaban una salvación de naturaleza política. Pedro acierta sólo en parte. Es verdad: Jesús es el Mesías; pero no un mesías según las ideas que corrían en la sociedad. El Evangelista san Lucas resume lo que sucedió en aquella ocasión. Gracias a san Mateo sabemos que entre la profecía de Jesús, diciendo cómo iba a ser su muerte, y la advertencia a sus seguidores - sobre la cruz de cada día- hay un episodio muy importante: Pedro se animó a corregir y a reprender a su maestro. ¡De ninguna manera te debe suceder esto que cuentas! Y Jesús le dirigió las palabras más duras: ¡apártate de mi satanás, porque no piensas como Dios sino como los hombres!
¿Porqué fue tan duro con su discípulo? Porque tenía una idea radicalmente equivocada acerca de lo que significaba ser el Mesías, el Cristo. Y esa idea era diabólica, porque le desviaría de su misión, que es la salvación del mundo, el perdón de los pecados, y la definitiva unión contenida en el símbolo de la Cruz. Para Pedro, la cruz era un símbolo horrible de la tortura y del dolor humano! En cambio, para Jesús era todo lo contrario. La Cruz fue el tálamo nupcial, el lecho en que el Esposo de la Humanidad entregaría su vida por la Esposa. La Cruz atraía a nuestro Señor de una manera poderosa. Era como el centro de todos sus afanes y el norte que servía de orientación a todos sus actos. Ese momento era la Hora de Jesús, es decir, el momento más importante de su vida y también de las vidas de todos los hombres, de todos los tiempos.
Queridos esposos, vosotros podéis comprender cual era el ansia de Jesús por ver llegado ese momento. También vosotros lleváis preparando este momento con tanta ilusión porque estáis convencido de que es uno de los acontecimientos más importantes de vuestras vidas, quizá el mayor. También ésta es vuestra hora y vuestro día; de modo parecido a como para Jesús fue la Cruz el imán de su existencia terrena.
Es importante subrayar que Jesús ha cambiado el sentido de este símbolo definitivamente en algo no solo bueno sino hermoso y santo. La vida es maravillosa cuando se comprende que es un regalo divino y que sólo en la entrega de la persona en un amor radical y en la fidelidad a ese amor,
encuentra su sentido pleno. Y al contrario cuando se vive con planteamientos egoístas, sí que se descubre toda la miseria humana y se pierde el horizonte de la existencia.
Dentro de un momento os preguntaré acerca de vuestras intenciones. Será algo parecido a la pregunta que Jesús dirigió a Pedro: ¿Que queréis de mi? ¿Vosotros quién decís que soy yo?
Y vosotros podríais decir, al igual que Pedro, que El es el Mesías, el esposo de la Iglesia y que por eso estáis aquí porque creéis en el Amor y que sea el quien consagre vuestro matrimonio.
También hoy mucha gente no sabe ya qué es el matrimonio. Para muchos, el matrimonio es la cruz, con minúscula. ¿Acaso no se ha enseñado durante siglos qué el vínculo matrimonial puede ser simbolizado con un yugo, símbolo de esclavitud y de sometimiento? ¿Se puede decir, hablando en cristiano, qué el matrimonio es un yugo, una cruz? Así se ha enseñado durante siglos. La misión del Mesías y la del matrimonio están en la misma frecuencia de onda. El mundo no entiende qué es el matrimonio realmente, al igual que sigue sin comprender cuál es la misión de Cristo la de la Iglesia. Cuando Jesús explicó a los discípulos la verdad del matrimonio -lo que Dios ha unido no lo separe el hombre- fue también Pedro quien exclamó asombrado: “si ésta es la condición del hombre, no trae cuenta casarse”.
La Cruz y el matrimonio parecen estar muy relacionados. Así como la Cruz tiene significados positivos, antes que negativos, así también el matrimonio es una realidad maravillosa, un sacramento originario, instituido en el paraíso original: procede por tanto de una época y de un lugar donde no existía el sufrimiento y el dolor. La cruz es un símbolo que significa la unión de dos personas: al entregarse la una a la otra “ya no son dos, sino una sola carne”. Son una nueva realidad y es Dios quien interviene en ella y la produce con su poder creador. Dos trazos que por separado no significarían nada, ahora unidos constituyen la señal de la cruz: la entrega mutua de dos personas que viven la una para la otra. Y esa unión es un símbolo -un sacramento- dela unión de Dios con los hombres; de Cristo con la Iglesia. Éste es el gran significado positivo contenido en la cruz y en el matrimonio.
Sinembargo, con el pecado de nuestros primeros padres, el mundo se cubrió de tinieblas. Sin la gracia de Dios es muy difícil -sino imposible cumplir las exigencias de la entrega matrimonial- y acertaría Pedro con su afirmación: “si tal es la condición del hombre, no trae cuenta casarse”. Pero Dios no le niega a nadie su gracia.
Quien se resiste a la gracia de Dios, puede experimentar los fracasos y los pesares de la vida como una cruz, una cruz cuyo peso es superior a las propias fuerzas. Entonces también el matrimonio aparecería como un yugo,símbolo de un vínculo de esclavitud. Entonces los significados negativos prevalecerían sobre los positivos. Por eso es neceario que nosotros, los cristianos, digamos a los cuatro vientos que no, que el matrimonio decididamente, tal como lo ha diseñado Dios, nunca habría debido representarse con un yugo o con una cruz... y que nosotros somos los que lo convertimos en algo que no sólo puede ser malo sino incluso llegar a convertirse un infierno en la tierra. Por esta razón hay muchos qué no se casan y la mayoría está de acuerdo en quitar al matrimonio toda nota de definitividad. La dureza de los corazones sigue actuando en la sociedad. ¿No os parece paradójico que a ese momento tan hermoso del consentimiento se le denomine en nuestros días el fatídico “sí” de los esposos?.
Ahora el matrimonio y la vida misma son un yugo, una cruz. Pero es Jesús quien sale a vuestro encuentro. Muriendo en la Cruz, ha dicho un Sí definitivo y en ese sí gozoso se inserta vuestro sí, que no será fatídico siempre que os dejéis transformar por la gracia de Jesucristo. Conocéis bien aquellas palabras de Jesús: mi carga es ligera y mi yugo es suave. Unidos a Jesús os disponéis a seguirle como discípulos suyos en la vocación matrimonial. Estáis dispuestos a llevar la cruz de cada día. Conoceréis el dolor y el sufrimiento, pero con la gracia de Dios el amor de Jesucristo podréis también vosotros cambiar toda la negatividad de vuestra existencia en una afirmación gozosa. Es lo mejor que se os puede desear que vuestra vida conyugal esté bendecida con la Cruz, la vera Cruz.
Dentro de un rato cantaremos la salve y recordaremos que estamos en un valle de lágrimas, pero tenemos la esperanza de llegar a la meta juntos y con una felicidad y una paz que el mundo no puede dar. El Señor nos habla de la “cruz de cada día”. Sabe que de esta manera el camino es llevadero. Ni el pasado ni el futuro tienen importancia. El presente puede ser duro y difícil de llevar, pero para eso nos ha pedido también que pidamos el “pan nuestro de cada día”. Vuestro matrimonio será bendecido con la Cruz si estáis siempre dispuestos a comenzar y recomenzar vuestra vida conyugal cada mañana, reconciliándoos siempre que sea necesario. Que sepáis pediros perdón y perdonaros, sin llevar número de las veces que lo hacéis. También Pedro advertía la dificultad de vivir así: ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano, cuando peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Y la respuesta de Jesús fue igualmente sorprendente: No te digo siete, sino ¡hasta setenta veces siete!
Publicado 1 hour ago por Joan Carreras
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