No sé que tanto por ciento me ha sido
encomendado, y eso me preocupa. Porque mi huerta particular, la que
tengo plantada en mi corazón, ha de dar la cantidad porcentual para la
que ha sido sembrada. Y de no hacerlo, estaría dando frutos por debajo
de lo asignado y esperado. Eso supone que mi siembra no está bien
cuidada, ni mi cosecha bien cultivada.
Independientemente
de mi propia tierra, que será la que Dios ha querido regalarme, mis
frutos dependerán también de mi voluntad y libertad. He sido también
agraciado con el don de la libertad, como todos los hombres, y ese será
mi primer trabajo de cultivo. Aceptar libremente la tierra recibida y
adquirir de forma voluntaria el trabajarla para que dé el máximo
rendimiento.
Pero,
el segundo trabajo agrícola, está relacionado con mi voluntad. El campo
de mi corazón necesita, no sólo agua, que corresponde a la Gracia de
Dios, sino que también, porque así lo ha querido el Sembrador, depende
de mi voluntad de renuncia a todo aquello que me puede impedir cultivar
mi tierra para sacarle el máximo provecho. Apartarse de todo lo que me
puede inclinar a la pereza y buena vida del disfrute fácil y cómodo,
abandonando el trabajo laborioso y, a veces sacrificado, de la huerta de
mi corazón, redundará en una mejor cosecha que elevará, tanto el número
como la calidad de mis frutos.
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