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Dolores Aleixandre |
Posted: 04 Apr 2013 02:43 PM PDT
Hermano
Francisco: nunca pensé que me dirigiría así a un Papa, pero como en tu
saludo inicial no nos llamaste “hijos e hijas” sino “hermanos y
hermanas”, siento que tengo permiso para hacerlo. Y me sale también un
tú, aunque llenísimo de
respeto, porque no me imagino llamando de usted a un hermano de verdad y
el vos argentino no me va a salir.
En
el diario “La Nación” del 14 de Marzo he leído que tu elección “ha
resultado balsámica” y me ha parecido un adjetivo perfecto para
calificar lo que nos está pasando desde que nos saludaste desde el
balcón, con aquel tono en el que se mezclaban la timidez y la
confianza. Primer efecto balsámico: te vemos distendido y hasta
bromista (¡qué maravilla, un papa con sentido del humor…!), sin dar en
ningún momento la impresión de estar abrumado por el peso de esa
responsabilidad agobiante y desmesurada que los Papas se han ido
echando sobre los hombros, como si les tocara a ellos solos encargarse
de toda la Iglesia universal.
Como si no existieran los otros Pastores, como si el pueblo de Dios
fuera un fardo con el que cargar y no una comunidad de hombres y mujeres
capaces de iniciativa y con deseos de participar y de colaborar, como
soñamos con el Concilio.
Tú,
en cambio, estás consiguiendo comunicarnos la convicción de que ese
camino que comienzas lo vas a hacer acompañado por todos nosotros. Qué
manera tan franciscana por lo sencilla y tan ignaciana por su lucidez de
señalar un nuevo estilo eclesial. Porque si lo que deseas es que se
nos reconozca por la fraternidad, el amor y la confianza, empiezan a
sobrar y a estorbar (hace tiempo que a bastantes ya nos estaban
sobrando y estorbando…) tantas conductas, prácticas y
costumbres en las que se han ido confundiendo la dignidad con la
magnificencia y lo solemne con lo suntuoso. Resulta una sorpresa
balsámica sentir que ahora te tenemos como cómplice en el deseo de ir
cambiando esas usanzas e inercias que nadie se decidía a declarar
obsoletas y ante cuya incongruencia habían dejado de dispararse las
alarmas. No son cuestiones irrelevante, son indicadores que revelan una
preocupante atrofia de los sensores que tendrían que haber puesto
alerta, hace mucho, de que estaban en contradicción con los usos de
Jesús. Así que bienvenida sea esa tarea que emprendes de volver a la
frescura del Evangelio y a la radicalidad de sus palabras: ya nos
estamos dando cuenta de que, en lo que toca a los pobres, no vas a
darnos tregua.
Comienzas
tu camino en momentos de extrema debilidad de la Iglesia: lo mismo que
aquel joven que huyó desnudo en el huerto, a ella le han sido arrancadas
las vestiduras con las que se protegía: secretismo, hermetismo,
ocultamiento, negación de lo evidente. Pero es precisamente ahora,
cuando aparece desnuda y despojada ante la mirada enjuiciadora del
mundo, cuando se le presenta inesperadamente una ocasión maravillosa: la
de revestirse por fin, únicamente, del manto de la gloria de su Señor.
Nos
has confiado la tarea de sostenerte con nuestra oración y en estos
momentos estoy pidiendo para ti unas cuantas cosas: paciencia ante el
rastreo que la prensa está haciendo de tu pasado y que es una
consecuencia de lo que dijiste a los
periodistas: “Habéis trabajado ¿eh?, habéis trabajado…”. Pues eso, se
han crecido y siguen trabajando. También pido que no te agobien más de
la cuenta las expectativas descomunales que estás despertando y que te
sientas muy libre (y muy hábil también) para elegir a quienes creas que
pueden ayudarte en el gobierno de la Iglesia, aunque suponga un ERE para
la curia.
Vas
a encontrar muchas piedras en ese camino: críticas, resistencias y
hasta zancadillas así que, siguiendo la recomendación de tu preciosa
homilía el día de San José, trata de custodiarte un poco a ti mismo. Y
por si no aciertas del todo, que se ocupen de ello las santas de la
Iglesia de Roma: Cecilia, Inés, Domitila, Tatiana, Agripina, Demetria,
Martina, Basilisa, Melania,
Anastasia, Digna, Emérita, Martina, Sabina.
Han
ido a buscarte casi hasta el fin del mundo y ha sido un acierto:
gracias por haber aceptado quedarte, sin poder volver a recoger tus
cosas. Menos mal que los zapatos que llevas parecen cómodos.
Muchos
nos sentimos ahora responsables de rezar por ti, aunque no seamos de tu
diócesis y nos alegra saber que estás también encargado de velar por la
Iglesia universal. De pronto, está recobrando sentido llamar Papa al
Obispo de Roma.
Que el Señor te bendiga, te guarde y derrame sobre ti el bálsamo de su paz.
Dolores Aleixandre RSCJ+
En el nº 2.842 de Vida Nueva.