domingo, 7 de abril de 2013

DE DOMINGO A DOMINGO



Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». 

Es de sentido común suponer que, a aquellos a quienes le sean retenidos los pecados no le serán perdonados, significa que no todos alcanzaran el perdón. O visto de otra manera, que no todos los pecados serán perdonados, pues no hubiese hecho falta clarificar y precisar a quienes.

Si hay unos a quienes le serán perdonados, también hay otros a los que no le serán perdonados. Es una consecuencia lógica que podemos deducir de esa frase de Jesús. No obstante, la Misericordia de Dios alcanza a todos los hombres, y todos tienen la posibilidad de acogerse a ella. Pero, ahí está la clave, el hombre tiene a su alcance la libertad de decidir abajarse o mantenerse erguido en su soberbia y orgullo.

Es la actitud de Judas frente a la de Pedro. Es la actitud de Zacarías, que duda, pero más tarde acepta y alcanza la Misericordia de Dios, ante la actitud de María que se hace la esclava según la Voluntad de Dios. 

¿Y nosotros?, ¿cuál es nuestra actitud? ¿Somos lo suficiente humildes para dejarnos conducir por la Voluntad del Dios a impulso del Espíritu Santo? ¿Estamos abierto a dejarnos interpelar por el Espíritu en una experiencia personal con el Señor? ¿Le buscamos? ¿Nos esforzamos en escucharle? ¿Buscamos espacios de serena reflexión?

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