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San José - Patrono de la Iglesia
y Defensor de la Sagrada Familia
Las razones por las que el
bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por
las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen
principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de
Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.
De esta doble dignidad se siguió
la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que
José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de
la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente
con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria
solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su
trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de
ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un
monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura
del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de
Jesús.
Ahora bien, el divino hogar que
José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas
naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de
Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el
Monte Calvario, en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo
es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción
y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca
contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia, como
confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por
toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de
Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y
sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía
tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y
defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.
(SS. León XIII, Encíclica
"Quamquam pluries" 1889)
Consagración a San José ante las
tribulaciones
¡Oid, querido San José,
una palabra mía!...
Yo me veo abrumada de aflicciones
y cruces, y a menudo lloro...
Despedazada bajo el peso de estas
cruces, me siento desfallecer, ni tengo fuerzas para levantarme y deseo que mi
Bien me llame pronto. En la tranquilidad, empero, entiendo que no es cosa
difícil el morir... pero sí el bien vivir.
¿A quién, pues, acudiré sino a
Vos, que sois tan bueno y querido, para recibir luz... consuelo... y ayuda?
A Vos, pues, consagro toda mi
vida, y en vuestras manos pongo las congojas, las cruces, los intereses de mi
alma... de mi familia... de los pecadores... para que, después de una vida tan
trabajosa, podamos ir a gozar para siempre con Vos de la bienaventuranza del
Paraíso. Amén.
Jaculatoria:
(San José, Protector de
atribulados y de los moribundos, rogad por nosotros)
Fuente - Texto tomado del Libro San
José Custodio del Redentor - Caballeros de la Virgen
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