En el Corazón de María está
escrita toda la historia de la salvación. Ella sabe del amor del Padre; sabe de
la gracia del Hijo; sabe de la comunión del Espíritu. Ha vivenciado la misión del Padre que es “amar y llamar”. Ha
vivenciado la misión del Hijo que es “amar y salvar”. Ha vivenciado la misión
del Espíritu Santo que es “amar y vivificar”. María es la mujer “amada”, es la
mujer “salvada”; es la mujer “vivificada”.
La promesa del Padre será “aplastar la cabeza de la
serpiente” en la descendencia de la mujer. Y cuando llego “la plenitud de los
tiempos”, el Padre puso sus ojos sobre una joven bella y pura de Nazareth, su
nombre: María. Y con ella establece un camino para la nueva alianza con la
humanidad. Es la HORA.
En la encarnación del Verbo, el
Padre culmina su obra de creación; el nuevo hombre, Jesús, nacido de mujer. En
Jesús la humanidad cobra nuevo brillo. La humanidad se pone de nuevo en pie y
el hombre vuelve a recuperar el “rostro divino”. Que había perdido pecando.
En el sí de María da comienzo a
los nuevos cielos y a la nueva tierra. En su “he aquí la esclava del Señor,
hagáse en mí según tu palabra”, el Verbo se encarna. María y el Espíritu serán
los hacedores de esta nueva creación más plena y más hermosa que la primera.
Ella será la Madre de Dios. María es el nuevo paraíso y ella te puede decir: “Tú
eres, hijo mío, carne de mi carne, hueso de mis huesos, sangre de mi sangre”.
Estupenda reflexión que nos ayuda a comprender el papel y la cooperación de María en el Plan Redentor de Dios para la salvación de todos los hombres. Ella es también camino, que al ritmo y paso de su Hijo, acompaña a la Iglesia a lo largo de su recorrido peregrinante.
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