Es el residuo de la combustión
por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la
primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que "Dios formó al hombre
con polvo de la tierra" (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de
"Adán". Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin:
"hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).
Por extensión, pues, representa
la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador,
según las palabras de Abrahán: "Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a
hablar a mi Señor" (Gn 18,27).
Esto nos lleva a todos a asumir
una actitud de humildad ("humildad" viene de humus,
"tierra"): "polvo y ceniza son los hombres" (Si 17,32),
"todos caminan hacia una misma meta: Todos han salido del polvo y todos vuelven al
polvo" (Qo 3,20), "todos expiran y al polvo retornan" (Sal
104,29). Por lo tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es
explícítamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la
costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los
moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La
ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita
se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia, etc.
La costumbre actual de que todos
los fieles reciban en su frente o en su cabeza el signo de la ceniza al
comienzo de la Cuaresma no es muy antiguo.
En los primeros siglos se expresó
con este gesto el camino cuaresmal de los "penitentes", o sea, del
grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la
Cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial
y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante
la comunidad y expresaban así su conversión.
En el siglo XI, desaparecida ya
la institución de los penitentes como grupo, se vio que el gesto de la ceniza
era bueno para todos, y así, al comienzo de este período litúrgico, este rito
se empezó a realizar para todos los cristianos, de modo que toda la comunidad
se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de la conversión
cuaresmal.
En la última reforma litúrgica se
ha reorganizado el rito de la imposición de la ceniza de un modo más expresivo
y pedagógico. Ya no se realiza al principio de la celebración o
independientemente de ella, sino después de las lecturas bíblicas y de la homilía.
Así la Palabra de Dios, que nos invita ese día a la conversión, es la que da
contenido y sentido al gesto.
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