Conocer bien las necesidades,
calcular bien las fuerzas disponibles, precisar bien las metas, he ahí algunas
obligadas resoluciones en el plan de acción para la renovación total en el
campo católico. Pero en estos tiempos, más que nunca, hace falta tener presente
que nuestras armas o recursos son, sobre todo, los espirituales y que, entre
ellos, hay que contar con la protección de los ángeles. Por algo la Iglesia
reza constantemente: "Tú, príncipe de la celestial milicia, relega al
infierno con divino imperio a Satanás y a los demás espíritus malignos que, en su
intento de perder a las almas, recorren la tierra". Sí, que "no es
nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra
las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los
espíritus malos de los aires".
Los ángeles buenos son
innumerables. Millones de millones. Y el Creador de ellos les dictó
instrucciones detalladísimas respecto a nosotros. Y así como la Iglesia a cada
nación accede gustosa a darle algún santo patrono, así también Dios a cada una
le señala su correspondiente ángel custodio. De manera que, entre todos
aquellos seres a quienes puede llamárseles vicegerentes supremos del Señor, los
unos son visibles, invisibles los otros. Visibles: en el orden y esfera
religiosa, el Romano Pontífice; en el orden y esfera secular, el Jefe de cada
Estado. Invisibles: en la esfera y orden eclesiástico, un hombre —San José,
universal patrono— y un ángel —San Miguel, protector de la Iglesia como antes
lo había sido del pueblo hebreo—; en la esfera y orden nacionales, un hombre
—Santiago para España— y un ángel —el Ángel Custodio de la Patria".
Cuando subía España la penosa
cuesta del siglo más desgraciado de su historia, obtuvo como compatrono a su
ángel tutelar, en honor del cual le fueron aprobados por la Santa Sede oficio y
misa propios con rito doble de segunda clase y octava, señalando la fiesta para
el primero de octubre. Transcurrieron los años y se dio al olvido aquella
concesión que, sin embargo, parecía ser tan providencial. Pero nuevamente un
gran siervo de Dios, el sacerdote tortosino Manuel Domingo y Sol, destacado
apóstol de la devoción general a los ángeles, promovió también ardorosamente la
de aquel a quien llamaba con cariño sin límites "su" Santo Ángel de
España. "Nadie, decía, me estima bastante a mi Ángel de España, a pesar de
su patronato. Es una incuria incomprensible el olvido en que le tenemos. ¿Cómo
no hemos de redoblar nuestras oraciones a él hoy que nuestra España se
encuentra agitada y combatida por las sectas del infierno, que tratan de arrebatarle
el tesoro de su fe y empobrecerla y humillarla? Las circunstancias críticas de
España reclaman acudir a él".
Desde 1880, al menos, hasta 1909,
año en que voló al cielo, se desvivió en múltiples formas para atraer la
atención de España hacia el olvidado protector. Fue este entusiasmo, en el
celoso sacerdote, efecto natural de su ardiente devoción a los ángeles y de su
profundo patriotismo. Después de perseverantes pesquisas pudo al fin conseguir
una estampa del Santo Ángel del Reino editada en Valencia en 1837. No le
satisfizo cuando la hubo visto y entonces ideó otra que resultó preciosa,
diseñada bajo su inspiración por el dibujante barcelonés Paciano Ros y
reproducida en fototipia por los talleres, también barceloneses, Thomas Y
Compañía. En lo alto del firmamento, un corazón envuelto en llamas, rodeado de
esta inscripción: "¡Reinaré en España!" Debajo, la Purísima, con
Santiago y Santa Teresa a sus lados. En el centro inferior, ya en tamaño
grande, fina y bellamente dibujado, el Santo Ángel, lleno de majestad, una
espada en la diestra y el mapa de España delicadamente protegido con la mano
izquierda. En, el fondo, revolviéndose y pretendiendo erguirse, dos monstruos
infernales. Finalmente, aquel texto del salmo 33: "Enviará el Señor su
ángel alrededor de los que le temen y los librará". Y esta invocación:
"Virgen Inmaculada, Santiago Apóstol, Santa Teresa de Jesús y Santo Ángel,
patronos de España, conservadnos la fe y defendednos de los enemigos de nuestra
patria". Imprimió, por lo pronto 85.000 estampas en diversos tamaños y
90.000 hojas de propaganda de esta devoción. Más tarde costeó otras cien mil
estampas y hojas volanderas.
El 6 de mayo de 1896 le autorizó
su prelado para establecer en la diócesis una piadosa liga de oraciones al
Santo Ángel del Reino. Dos días después, en los varios periódicos de Tortosa y
en revistas de distintas capitales publicó ampliamente el proyecto. Escribió
asimismo a todos los seminarios de España invitándoles a que fundasen otros
tantos centros diocesanos para extender dicha unión. De más de doce sitios le
contestaron enseguida aceptando encantados y los señores obispos indulgenciaron
la inscripción. Simultáneamente hizo prender el fuego en los alumnos del
Colegio de San José de Roma fundado por él hacía cuatro años. Y así lo
atestiguan varios prelados que habían seguido allí sus estudios. Uno de ellos
escribe: "De ti, amado padre, aprendí a venerar, a amar al Santo Ángel
Custodio de España. En el Pontificio Colegio Español de San José de Roma, con
fervor piadoso y con patriótico ardimiento, inculcabas a todos los alumnos esta
santa devoción. Por tu amor salgo a propagarla. Mejor que antes en la tierra
puedes ahora desde el cielo lograr que se extienda y arraigue". Estas
palabras constituyen la "dedicatoria" de la sustanciosa y bellísima
"novena" —todo un tratado de Ángelología— que en honor del Santo
Ángel Custodio de España publicó en 1917 el Dr. D. Leopoldo Eijo y Garay, más
tarde Excmo. Patriarca-Obispo de Madrid-Alcalá. Tal joya de novena fue
reeditada el año 1936 en Vitoria por la Dirección General de la Obra Pontificia
de la Santa Infancia. ¿No cabría pensar que la difusión de esa novena
precisamente aquellos años pudo ser parte para la asombrosa victoria de
quienes, en los humano, éramos impotentes ante los formidables enemigos de la
guerra... y de la posguerra?
En 1920 el Santo Ángel Tutelar de
España tenía ya un espléndido altar en la parroquia de San José de Madrid. Fue
inaugurado el 13 de mayo de ese año, con asistencia de la Real Familia en
pleno. Y aquel mismo día quedó también establecida, a propuesta de Su Majestad
D. Alfonso XIII, la "Asociación Nacional del Santo Ángel Custodio del
Reino". Alma de todo ello fue otro hijo espiritual de don Manuel Domingo y
Sol: el sacerdote don Luís Íñigo, quien, como testamentario de aquél en todo lo
concerniente al Santo Ángel, logró ver puesta en marcha la asociación en
cuarenta provincias de España. Él fue quien una vez nos dijo: "En mi
última entrevista con don Manuel, me hizo prometerle que no abandonaría el
asunto del Santo Ángel mientras yo viviese. La primera parte de mi propósito
está conseguida, pues en toda España se conoce y se practica la devoción al
Santo Ángel. Ahora quisiera que se fomentase entre los niños esta devoción y
que, en un día determinado, los niños y niñas de los colegios asistiesen a una
fiesta en la que desfilasen ante la imagen del Santo Ángel y depositasen a sus
pies una flor y diesen un beso a la bandera española".
Copiosa correspondencia se cruzó
también entre el siervo de Dios y su joven amigo sobre otra iniciativa del
primero: la de erigir en el Cerro de los Ángeles, próximo a Madrid, un
monumento al Santo Ángel de España. No es posible expresar en pocas líneas
todas las reservas de entusiasmo que el insigne apóstol dedicó a este proyecto.
La tarde del 21 de abril de 1902 fue personalmente al Cerro de Getafe, entonó
una salve a Nuestra Señora de los Ángeles en la iglesia y después, con íntima
ilusión, se puso a planear y discurrir, pareciéndole todo cosa facilísima en
punto a ejecución. Las enfermedades y las atenciones a sus muchas empresas le
impidieron luego caminar deprisa, pero hasta tres meses antes de morir siguió
escribiendo a unos y otros sobre el acariciado anhelo. Entre otros encargos
hizo éste: "Que la hermandad deje aquí un recuerdo a su abogado". Se
refiere a la Hermandad de Sacerdotes Operarios del Corazón de Jesús, en cuyas
constituciones, redactadas por él, nombra varias veces al Santo Ángel de
España, elegido para la misma como abogado especial.
Se pregunta uno ahora: ¿no sería
deseable que, dentro de la más perfecta armonía arquitectónica, ese deseo de un
santo quedase al fin plasmado entre las edificaciones que hoy ocupan el sagrado
lugar, centro geográfico de la Península?
Cuando solamente existía allí la
iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, la mente de don Manuel Domingo y Sol
relacionaba con dicha iglesia el soñado monumento. Ahora en cambio, ante el
nuevo carácter que han revestido aquellas alturas, él, si viviese, revisaría
sin duda su concepción primera, para estudiar en qué sitio preciso parecía
mejor instalarlo. El no haberlo realizado medio siglo atrás puede hoy ser un
bien, para que resulte posible planearlo de un modo definitivo, Una vez
colocado allí el Santo Ángel del Reino, se atraería fácilmente las miradas y
los corazones de toda España. Podría al mismo tiempo inspirarles a los
católicos extranjeros que pasan por Madrid la magnífica idea de difundir en sus
naciones la devoción al respectivo ángel tutelar de ellas.
Pocos años después de haber
fallecido don Manuel Domingo y Sol, el ángel de Portugal en 1916 se apareció
varias veces a los privilegiados niños de Fátima. Por conducto de ellos pidió a
la humanidad oración, penitencia, reparación eucarística, recurso confiadísimo
al Inmaculado Corazón de María. ¡Qué gozo ver así confirmada la designación,
por parte de Dios, de ángeles custodios de las naciones! Harto bien lo sabía el
apostólico varón tantas veces citado, quien hablaba de los ángeles. Como si los
estuviera viendo y escribía de ellos, por ejemplo: "Hay que poner en
contacto, a los ángeles de España y de Portugal. Diríase que, reñidos los
españoles y los portugueses —vecinos del entresuelo y del principal—, no se
cuidan para nada los unos de los otros". Ese propósito de poner en
contacto a los dos celestiales confidentes y amigos suyos apuntaba en último
término a su elevado plan de promover a fondo el intercambio cultural y
apostólico de una y otra nación hermanas. Y así le confiaba también sus
empresas de celo al Santo Ángel Custodio de Francia cuando la cruzaba muchas
veces en sus viajes a Roma.
¿Qué hacer entonces para
aprovechar tan útil ejemplo de santo patriotismo? Ante todo, naturalmente,
ahondar en la fe de que, como dice San Pablo, "todos los ángeles son
gestores de Dios, puestos al servicio de quienes hemos de lograr
salvarnos". Después, recordar que la custodia de los ángeles es una
admirable aplicación de la providencia divina; tener presente que en todas
nuestras buenas obras intervienen los ángeles. Felicitarnos, además, de que,
como advierte San Bernardo, los ángeles reúnan en sí tres magníficas dotes que
siempre deseamos y exigimos en los supremos gobernantes: lealtad a toda prueba,
prudencia exquisita y un poder inmenso. También son luz para las almas; su
vigor nos contagia; saben, quieren y pueden defender nuestros intereses
materiales. ¿Caben disposiciones más deseables en el ángel tutelar de una
patria?
Lo que falta ahora es que esa
patria se ejercite generosamente en aquellas virtudes en que los ángeles se
complacen tanto: sumisión fiel y disciplinada a las órdenes del Altísimo;
pureza e integridad cristianas; singularísima predilección por toda clase de
obras consagradas a la educación e instrucción de los niños. Muy bien se ha
preguntado: "¿Quién sabe si las calamidades que muchas veces llueven sobre
los pueblos son la venganza de los ángeles por el abandono en que se deja a los
niños, por los escándalos que se dan a los niños, por el daño que se causa a
los ángeles de la tierra corrompiéndoles el corazón y la inteligencia? Espanta
pensar cuán terribles deben de ser las órdenes del santo ángel de una nación a
los demás ángeles, para vengar... tantos crímenes como se cometen contra los
niños, aun antes de que nazcan. Quienes aman a los niños con amor cordial
práctico se atraen la complacencia de los ángeles y, sobre todo, del santo
ángel tutelar de la patria".
Ojalá todas las editoriales,
todos los publicistas católicos, todas las familias fervorosas inunden hoy a
España otra vez con estampas del Santo Ángel del Reino y con impresos explicativos
de la excelsa misión que le está confiada en el plan divino. ¡Quién viera en
todos los hogares, junto a la imagen del ángel individual de la guarda,
venerada también la del Santo Ángel de la Nación! ¡Y quién viera que el amor a
Él no sólo penetraba en las casas, sino que se adueñaba de las madres españolas
y que éstas, con sus palabras, chispas de fuego del corazón, con miradas que
son ráfagas de luz del entendimiento, con besos, insuperables para imprimir
hondamente en el alma las ideas y afectos, grababan en las de sus hijitos, a la
vez que la devoción al ángel de la guarda y al del Reino, el amor a la Iglesia
y a la patria! ¡Quién pudiera lograr que simultáneamente esa devoción privada
se transformase en pública y que en los templos se levantasen altares dedicados
al príncipe de la milicia celestial guardiana de España, y que nuestras
juventudes se congregasen en torno a esas imágenes para enardecerse en amor a
la patria española y católica, a fin de estar dispuestas a derramar por ella la
sangre cuantas veces fuera necesario!
Si para organizarlo todo ello se
infundía vida nueva a la Asociación Nacional del Santo Ángel del Reino, mejor
aún. Finalidad suya sería propagar por todas las diócesis la devoción al mismo.
Fomentar en todos los españoles la santa virtud del patriotismo. Obtener del
Corazón divino de Jesús por intercesión del Ángel del Reino el engrandecimiento
espiritual y temporal de España. Que, al fin y al cabo, ese Corazón
amabilísimo, fusilado un primer viernes de mes en su imagen, pero entronizado
otra vez allí mismo en el centro de la Península, él es quien ha confiado al
Ángel del Reino el mando supremo de las fuerzas angélicas encargadas de la
defensa individual y social de los españoles.
"¿Con cuántas divisiones
militares cuenta el Vaticano?", preguntó un día Stalin. ¿Con qué
posibilidades en tierra mar y aire, con qué superproducción de armas nucleares
—preguntamos nosotros—, con qué seguridades de defensa y victoria cuenta una
nación como la nuestra, no opulenta ni mucho menos, en estos años explosivos de
la historia del mundo?
Respuesta primerísima: por lo
pronto, con aquellas armas que un ángel dejó ver a Judas Macabeo. Y después,
sobre todo, con el arma de aquella fe invencible que habló así por tantos
labios y que jamás dejará de hablar: "Nuestro Dios, al que servimos, puede
librarnos del horno encendido. Y si no quisiere, sábete, rey, que no adoraremos
a los falsos dioses ni inclinaremos la cabeza ante la estatua que has levantado."
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