(Lc 15,1-32) |
El amor no es para darlo sólo a los que te corresponden o te obedecen, pues ese amor es fácil y no necesita ningún esfuerzo. El amor se descubre en la exigencia, en la necesidad, en la pobreza y hasta en la desobediencia. El amor es para darlo a los pecadores, a los que, precisamente, no aman y necesitan de conversión para amar. No tendría sentido ninguno amar a los que te aman.
Y no se entiende lo que murmuran los fariseos y escribas cuando ven a Jesús entre los publicanos y pecadores. No se entiende porque son ellos lo que lo necesitan y a los que viene Jesús. No son los que tienen amor los que lo necesitan, sino aquellos que están marginados, que viven en el desamor y el pecado. Sin embargo, las apariencias engañan, y, quizás, los que se creen más limpios, están más sucios.
De cualquier manera, la parábola de la oveja perdida deja muy claro el sentido del criterio de Dios. Son los necesitados los preferidos de Jesús y los que necesitan de su Amor. Por eso, habrá más alegría por la conversión de un pecador que por noventa y nueve justos que no la necesitan. Porque esa es la misión, redimir a los pecadores. Y ese es el secreto, la Misericordia de Dios. Gracias a ella estamos salvados.
Dios nos ama misericordiosamente, hasta el punto de, no mereciéndonos el perdón, recibirlo. Experimentar ese agradecimiento nos acerca al Señor y nos descubre su Amor. Jesús nos lo describe magistralmente en la parábola del Padre misericordioso. Conocerla, meditarla y reflexionarla es vital para entender como nos ama Dios. Un Padre que nos busca, nos espera, nos atiende, nos deja en plena libertad, pero se preocupa por nuestra elección y lejanía, y aguarda esperanzado que nos demos cuenta y le entendamos. Y nos aguarda con paciencia esperando nuestro regreso.
Tengamos mucho cuidado de adherirnos a la actitud del hermano mayor. Son, quizás, los fariseos y escribas de nuestro tiempo, los que murmuramos el amor del Padre. Podemos, sin darnos cuenta, estar en esa actitud, acomodados, instalados y creídos que somos los buenos hijos y los merecedores del amor del Padre.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.