(Mt 13,44-52) |
No
cabe duda que nuestro corazón estará detrás de lo que consideremos
nuestro tesoro. Se impone, pues, discernir dónde y cuál es nuestro
Tesoro, porque dependiendo de dónde y cuál sea, allí pondremos nuestro
corazón. Hoy, Jesús, nos habla de esa semejanza del Reino de los Cielos
con ese Tesoro escondido que, descubierto, lo volvemos a esconder, y
llenos de alegría corremos a vender todos nuestros bienes para
comprarlo.
Igual
lo compara con aquel mercader de piedras finas que, encontrada una
diferente y muy hermosa, deja todas las demás para comprarla. O con
aquellos pescadores que llenas las redes de pescado las llevan a tierra y
separan los buenos de los malos... Todas son hermosas parábolas que nos
descubren la importancia y el valor del Reino de los cielos.
El
secreto está en discernir el verdadero valor del Tesoro, pues si no
conocemos el verdadero valor no estaremos dispuestos a movernos, y menos
dejar todo lo que tenemos, para comprar ese Tesoro escondido y
encontrado De ahí la necesidad de conocer al Señor, de saber quién es y
de encontrarnos con Él. Y el camino para conocerlo es acercarnos a su
Palabra, escucharla y esforzarnos en hacerla vida.
Pronto
descubriremos que esa Palabra hecha vida es ese hermoso Tesoro que
buscamos todos, pues es un Tesoro de gozo, felicidad y Vida Eterna.
Amén.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.