(Mt 28,16-20) |
Se va, y ya en adelante no se dejará ver, pero nos promete y confirma que estará con nosotros hasta el final: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Y
es que el Espíritu de Jesús Resucitado vive y está entre nosotros, y
continúa su misión en la tierra a través de su Iglesia en todos sus
discípulos: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que
yo os he mandado».
Anunciar
significa vivir primero lo anunciado. Me compromete mucho, y doy
gracias a Dios, que al ser agente de evangelización, anuciando las
enseñanzas de Jesús y lo que nos ha mandado guardar, a personas privadas
de libertad y a padres que se acercan a la Iglesia, quizás por
tradición y no tanto por una fe comprometida y responsable, experimento
que soy un pecador y que mi vida queda muy por debajo de lo que anuncio y
predico.
Experimento también que sólo el Señor: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra»,
puede hacer que los corazones de las personas despierten y vean para
que decidan seguirle. No cabe ninguna duda que todos, quizás con sombras
más que luces, tengan cerrados sus ojos a lo que verdaderamente buscan,
pues la felicidad eterna es el tesoro que todos ansían. Sin embargo lo
buscan en este mundo donde todo es caduco y efímero.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.