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(Lc 24,13-35) |
Nuestra
experiencia ha pasado por esa misma vivencia. En muchos momentos nos
sentimos así, en retirada y sin esperanza. Incluso buscamos
justificaciones que nos convenza de nuestras razones. Volvemos a la
rutina de cada día, a nuestra aldea, a nuestro ambiente, a nuestro
camino... Todo se ha desvanecido como si se tratara de espejismo y
regresamos al lugar de partida.
Renace
en nosotros el hombre viejo, el hombre desesperanzado, el hombre
cautivo y sometido al poder, al más fuerte, sino también el hombre
esclavo de sus propias pasiones, hábitos, miedos y apetencias. No hay
esperanzas y todo queda como antes. Un sueño que ha dado esperanzas pero
que termina en desesperanza.
Necesitamos
luz, luz que nos ilumine y nos haga experimentar esperanza. Esperanza
de Resurrección. No, nada ha terminado ni ha quedado en un sueño. Jesús
ha Resucitado y está entre nosotros. Todo se cumple en Él par Gloria del
Padre y para esperanza de los que creen en Él. Estamos llamados a nacer
de nuevo y a transformarnos en hombres nuevos, nacidos a la Gracia del
Resucitado y en Él esperanzado en Resucitar.
Experimentamos
su Palabra y arde nuestro corazón que nos impulsa a volver, a volver a
nacer del Agua y del Espíritu y a proclamar que Jesús Vive y camina con y
entre nosotros. Amén.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.