Inserto esta reflexión, publicada por eligelavida en su blog, porque me parece interesante y que nos puede servir para hacer nosotros lo mismo. Ustedes deciden:
Alfonso de Ratisbone era un joven abogado y banquero judío.
Tenía que realizar un viaje de Malta a Nápoles cuando por
"error" recaló en Roma. Un amigo tenía que ultimar los preparativos
para un funeral en Sant' Andrea delle Fratte. Alfonso, por no esperar en el
carruaje (era 1842) entró en la iglesia. La Virgen hizo lo demás. A los pocos
días se bautizó y, un tiempo después, se hizo sacerdote.
André Frossard, periodista ateo y comunista, habiendo
entrado a las cinco y diez de la tarde en una capilla del Barrio Latino en
busca de un amigo, salió a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no
era de la tierra. Así lo relata él mismo en su autobiografía "Dios existe, Yo
me lo encontré".
También Edith Stein, judía de nacimiento, agnóstica de convicción, cuenta en "Estrellas amarillas" como,
recorriendo junto a una amiga el casco
viejo de Francfurt, entraron unos minutos a visitar la catedral. Llegó una
señora con su cesto del mercado y se arrodilló en un banco para hacer una breve
oración. "Esto era para mí algo totalmente nuevo – dice Edith. - En las
sinagogas y en las iglesias protestantes en las que yo había estado, se iba
solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de
los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial con
el Señor. Es algo que no he podido olvidar". Edith se convirtió y es hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz.
El Papa Francisco, durante una comida informal con un grupo
de sacerdotes romanos, ha pedido que los templos estén abiertos y la luz del
confesionario encendida. Me consta que ese es también el ruego de muchos
católicos en las grandes ciudades.
Hay iglesias en Madrid que cierran a las 13’00h y abren de
nuevo por las tardes… ¡a las 18’00h!! No son las menos. De hecho, la mayor
parte de las iglesias en nuestras ciudades tienen un horario parecido.
Entre la una y las seis de la tarde pasan cinco maravillosas
horas en las que las madres que tienen hijos en el colegio, los obreros que
paran para comer o los funcionarios y los oficinistas que salen para el
almuerzo, tienen un rato libre. Muchos querrían hacer unos minutos de oración, o
entrar simplemente a saludar al Señor en el sagrario o, por qué no, confesarse.
Pero se encuentran con las iglesias cerradas. Comprendo que no siempre hay
alguien para atender el templo y, por motivos de seguridad, los sacerdotes
cierran cuando no están; pero ¿hace falta cerrar cinco horas a mediodía?
A las seis de la tarde ya están los niños en casa y hay que
atenderlos. Los deberes, las cenas, los baños... Si trabajas, estás deseando
volver a tu hogar y ver a tu familia. Los niños están para que los cuiden sus
padres. Ese es el momento de estar. Si hay personas ancianas o enfermas en
casa, ese es probablemente el instante en que no puedes salir. El abuelo o la
abuela pueden venir un rato a sustituirte a la hora de la siesta, pero no en el
momento de mayor trabajo.
Que nadie me diga lo evidente: que no es necesario entrar en
una iglesia para rezar. Todos sabemos que son muchos los que han entrado en un
templo y el contacto con un sacerdote disponible para confesarse o simplemente
para hablar, ha cambiado sus vidas. Por no mencionar a André Frossard, o a Alfonso
Ratisbone, o a la misma Edith Stein, que tuvieron maravillosas conversiones gracias a
que encontraron al Señor esperándoles con las puertas abiertas.
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