No
te salvan tus buenas obras, sino la Gracia y la Misericordia Infinita
de nuestro Padre Dios. El Papa, en su audiencia de los miércoles, nos
recuerda que solo la fe en Jesús, enviado del Padre, nos justifica por
la Misericordia de Dios, nuestro Padre. Ello no significa que nuestras
buenas obras no sean necesarias, continúa el Papa, pues por ellas Dios
también nos recompensa y nos da la fe. Una fe sin obras es una fe
simulada y escondida en la mentira, pues, la fe exige que se vea en las
buenas obras.
PAPA FRANCESCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 29 de septiembre de 2021
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Catequesis 9. La vida en la fe
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro recorrido para comprender mejor la enseñanza de san Pablo,
nos encontramos hoy con un tema difícil pero importante, el de la
justificación. ¿Qué es la justificación? Nosotros, de pecadores, nos
hemos convertido en justos. ¿Quién nos ha hecho justos? Este proceso de
cambio es la justificación. Nosotros, ante Dios, somos justos. Es
verdad, tenemos nuestros pecados personales, pero en la base somos
justos. Esta es la justificación. Se ha discutido mucho sobre este
argumento para encontrar la interpretación más coherente con el
pensamiento del apóstol y, como sucede a menudo, se ha llegado también a
contraponer las posiciones. En la Carta a los Gálatas, como
también en la de los Romanos, Pablo insiste en el hecho de que la
justificación viene de la fe en Cristo. “¡Pero, yo soy justo porque
cumplo todos los mandamientos!”. Sí, pero de ahí no te viene la
justificación, te viene antes: alguien te ha justificado, alguien te ha
hecho justo ante Dios. “¡Sí, pero soy pecador!”. Sí eres justo, pero
pecador, pero en la base eres justo. ¿Quién te ha hecho justo?
Jesucristo. Esta es la justificación.
¿Qué se esconde detrás de la palabra “justificación” que es tan
decisiva para la fe? No es fácil llegar a una definición exhaustiva,
pero en el conjunto del pensamiento de san Pablo se puede decir
sencillamente que la justificación es la consecuencia de la «iniciativa
misericordiosa de Dios que otorga el perdón» (Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 1990). Y este es nuestro Dios, así tan bueno, misericordioso,
paciente, lleno de misericordia, que continuamente da el perdón,
continuamente. Él perdona, y la justificación es Dios que perdona desde
el inicio a cada uno, en Cristo. La misericordia de Dios que nos da el
perdón. Dios, de hecho, a través de la muerte de Jesús —y esto debemos
subrayarlo: a través de la muerte de Jesús— ha destruido el pecado y nos
ha donado de forma definitiva el perdón y la salvación. Así
justificados, los pecadores son acogidos por Dios y reconciliados con
Él. Es como un regreso a la relación original entre el Creador y la
criatura, antes de que interviniera la desobediencia del pecado. La
justificación que Dios realiza, por tanto, nos permite recuperar la
inocencia perdida con el pecado. ¿Cómo ocurre la justificación?
Responder a esta pregunta equivale a descubrir otra novedad de la
enseñanza de san Pablo: que la justificación ocurre por gracia. Solo por
gracia: nosotros hemos sido justificados por pura gracia. “¿Pero yo no
puedo, como hacen algunos, ir donde el juez y pagar para que me de
justicia?”. No, en esto no se puede pagar, ha pagado uno por todos
nosotros: Cristo. Y de Cristo que ha muerto por nosotros viene esa
gracia que el Padre da a todos: la justificación ocurre por gracia.
El apóstol siempre tiene presente la experiencia que cambió su vida:
el encuentro con Jesús resucitado en el camino a Damasco. Pablo había
sido un hombre orgulloso, religioso, celante, convencido de que en la
escrupulosa observancia de los preceptos estaba la justicia. Ahora, sin
embargo, ha sido conquistado por Cristo, y la fe en Él lo ha
transformado en lo profundo, permitiéndole descubrir una verdad hasta
ahora escondida: no somos nosotros con nuestros esfuerzos que nos
volvemos justos, no: no somos nosotros; sino que es Cristo con su gracia
quien nos hace justos. Entonces Pablo, para tener una plena conciencia
del misterio de Jesús, está dispuesto a renunciar a todo en lo que antes
era rico (cfr. Fil 3,7), porque ha descubierto que solo la
gracia de Dios lo ha salvado. Nosotros hemos sido justificados, hemos
sido salvados por pura gracia, no por nuestros méritos. Y esto nos da
una confianza grande. Somos pecadores, sí; pero vamos por el camino de
la vida con esta gracia de Dios que nos justifica cada vez que nosotros
pedimos perdón. Pero no justifica en ese momento: somos ya justificados,
pero viene a perdonarnos otra vez.
La fe tiene para el apóstol un valor global. Toca cada momento y cada
aspecto de la vida del creyente: desde el bautismo hasta la partida de
este mundo, todo está impregnado de la fe en la muerte y resurrección de
Jesús, que dona la salvación. La justificación por fe subraya la
prioridad de la gracia, que Dios ofrece a los que creen en su Hijo sin
distinción alguna.
Por eso no debemos concluir, por tanto, que para Pablo la Ley mosaica
ya no tenga valor; esta, de hecho, permanece un don irrevocable de
Dios, es —escribe el apóstol— «santa» (Rm 7,12). También para
nuestra vida espiritual es esencial cumplir los mandamientos, pero
tampoco en esto podemos contar con nuestras fuerzas: es fundamental la
gracia de Dios que recibimos en Cristo, esa gracia que nos viene de la
justificación que nos ha dado Cristo, que ya ha pagado por nosotros. De
Él recibimos ese amor gratuito que nos permite, a su vez, amar de forma
concreta.
En este contexto, está bien recordar también la enseñanza que
proviene del apóstol Santiago, quien escribe: «Ya veis como el hombre es
justificado por las obras y no por la fe solamente —parecería lo
contrario, pero no es lo contrario— […] Porque así como el cuerpo sin
espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (St 2,24.26).
La justificación, si no florece con nuestras obras, estará ahí, bajo
tierra, como muerta. Está, pero nosotros debemos realizarla con nuestras
obras. Así las palabras de Santiago integran la enseñanza de Pablo.
Para ambos, por tanto, la respuesta de la fe exige ser activos en el
amor por Dios y en el amor por el prójimo. ¿Por qué “activos en ese
amor”? Porque ese amor nos ha salvado a todos, nos ha justificado
gratuitamente, ¡gratis!
La justificación nos introduce en la larga historia de la salvación,
que muestra la justicia de Dios: frente a nuestras continuas caídas y a
nuestras insuficiencias, Él no se ha resignado, sino que ha querido
hacernos justos y lo ha hecho por gracia, a través del don de
Jesucristo, de su muerte y resurrección. Algunas veces he dicho cómo es
la forma de actuar de Dios, cuál es el estilo de Dios, y lo he dicho con
tres palabras: el estilo de Dios es la cercanía, compasión y ternura.
Siempre está cerca de nosotros, es compasivo y tierno. Y la
justificación es precisamente la cercanía más grande de Dios con
nosotros, hombres y mujeres, la compasión más grande de Dios hacia
nosotros, hombres y mujeres, la ternura más grande del Padre. La
justificación es este don de Cristo, de la muerte y resurrección de
Cristo que nos hace libres. “Pero, Padre, yo soy pecador, he robado…”.
Sí, pero en la base eres un justo. Deja que Cristo haga esa
justificación. Nosotros no somos condenados, en la base, no: somos justos. Permitidme la palabra: somos santos,
en la base. Pero después, con nuestra obra nos convertimos en
pecadores. Pero, en la base, somos santos: dejemos que la gracia de
Cristo emerja y esa justicia, esa justificación nos dé la fuerza de ir
adelante. Así, la luz de la fe nos permite reconocer cuánto es infinita
la misericordia de Dios, la gracia que obra por nuestro bien. Pero la
misma luz nos hace también ver la responsabilidad que se nos ha
encomendado para colaborar con Dios en su obra de salvación. La fuerza
de la gracia tiene que combinarse con nuestras obras de misericordia,
que somos llamados a vivir para testimoniar qué grande es el amor de
Dios. Vamos adelante con esta confianza: todos hemos sido justificados,
somos justos en Cristo. Debemos implementar esta justicia con nuestras
obras.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, hoy hay
varios. Hoy celebramos la fiesta de los santos arcángeles Miguel,
Gabriel y Rafael. Cada uno de ellos realizó una misión especial en la
historia de la salvación. Invoquemos su protección, para que también
nosotros, con ayuda de la gracia divina, podamos cumplir la misión que
el Señor nos encomienda y seamos testigos de su misericordia a través de
nuestras obras y con toda nuestra vida. Que Dios los bendiga. Muchas
gracias.
LLAMAMIENTO
Me enteré con dolor de la noticia de los ataques armados que
sucedieron el pasado domingo contra los pueblos de Madamai y Abun, en el
norte de Nigeria. Rezo por aquellos que han fallecido, por los que
resultaron heridos y por toda la población nigeriana. Deseo que en el
país esté siempre garantizada la seguridad de todos los ciudadanos
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos profundizando en la Carta de san Pablo a los gálatas. Uno
de los temas que propone —y que ha sido muy discutido a lo largo de los
siglos— es el de la justificación. No es fácil dar una definición exhaustiva, pero del pensamiento del Apóstol se desprende que somos justificados por la misericordia de Dios, el cual nos ofrece el perdón y nos reconcilia con Él por la fe en su Hijo Jesucristo.
La justificación por la fe destaca la primacía de la gracia,
que Dios ofrece a todos los que creen en su Hijo, sin hacer
distinciones. Por tanto, lo que nos justifica no es nuestro propio
esfuerzo, sino la gracia de Cristo. Su amor gratuito nos permite,
a su vez, amar a los demás. Esto no significa que en la vida cristiana
las obras no tengan ningún valor. Como dice el apóstol Santiago: «Dios
hace justo al hombre también por las obras y no sólo por la fe» (St
2,24), es decir sobre la Justificación gratuita las obras nos ayudan.
Por tanto, la respuesta de la fe exige que expresemos con gestos
concretos el amor a Dios y a nuestros hermanos.