ORACIÓN PREPARATORIA:
Jesús. Yo estaba ahí desde hace dos
mil años. Fui yo quien te llevé a Anás y a Caifás, a Herodes y a Pilato, a los
azotes y a la corona de espinas, a la cruz y a la muerte.
Fui yo, Jesús. Fueron mis pecados
de ayer y de hoy y de siempre.
Yo te preparé este desfile de
sangre y de muerte. Este Vía Crucis. Yo he pisado este camino detrás de Ti,
gritando y riendo. Yo he pisado la sangre que Tú dejabas; yo he pisado el
sudor, los trocitos de piel que arrancó la tierra en tus caídas. Me pesa Jesús.
Hoy quiero recorrer este camino.
No como asesino(a). Si Tú me dejas, Jesús, quiero recorrerlo contigo. Esta
vez...como amigo(a).
PRIMERA ESTACIÓN: Jesús Condenado a Muerte.
Tenía que suceder así. Habías dicho
muchas cosas, habías hecho muchas cosas que no nos gustaban a los hombres. No
creas que ibas a escapar de nuestras manos. Nos habías llamado fariseos y raza
de víboras. Llamaste bienaventurados a los pobres; dijiste que era difícil que
los ricos entraran en el reino de los cielos. Dijiste que no era lícito desear
la mujer de nuestro prójimo. Dijiste que teníamos que amar a nuestros enemigos.
Hacías y decías muchas cosas que no
agradaban a los poderosos. Eras amigo de pobres, de extranjeros, de viudas. No
pediste una recomendación, una influencia, no adulaste a nadie. Tenía que
suceder. El mundo te tenía que condenar. Te condenaron entonces y te
condenaríamos ahora. Te estamos condenando todos los días. Porque no queremos
ni tus mandamientos, ni tus consejos; ni tu sacrificio, ni tu estilo.
Tenía que suceder así. Condenado a
muerte. Tú lo has buscado, Jesús. Ya sé, que si yo sigo tus pasos, también seré
condenado(a). Me apuntarán con el dedo, se reirán de mí, me llamarán hipócrita,
me tendrán por necio(a). Sin embargo, yo sé que Tú tienes razón. Dame fuerza,
Jesús, para seguir contigo. Aunque me tengan por loco(a), aunque me condenen.
Condenado(a) contigo. Porque yo se que Tú tienes razón.
SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús carga con la Cruz.
No, Jesús, Tú no. Esa cruz es mía.
No insistas; te digo que está hecho con mis pecados; soy yo quien debo cargar
con ella...Está bien Señor, es inútil luchar contigo; Tú eres Dios, Tú siempre
ganas. Llévala Jesús. Tú sólo puedes llevarla. Te lo pedimos todos los hombres.
Tú sabes muy bien cómo agarrarla. Tú fuiste carpintero desde niño. Tú sabes
cómo se agarra un pesado madero, cómo se carga sobre el hombro. Lo hiciste
muchas veces en Nazareth: cogías los maderos, los ponías sobre tus hombros, y
luego avanzabas...hasta donde había que avanzar. Tú te has entrenado toda tu
vida para esto: para saber llevar bien un madero. Este madero. La madera fue
siempre para Ti como una gran amistad. Tú la amabas, conocías todos sus
secretos. Por eso hoy Tú eres el único que conoces el secreto de esta madera de
la cruz. Abrázala, Cristo. Abrázala y anda. Nosotros vamos detrás para aprender
cómo se agarra, cómo se lleva una cruz. Porque no sabemos...Y nos hace mucha
falta.
TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez
Lo más sublime de este paso es
ver cómo se levanta Cristo. Se afianza sobre sus pies y sus manos agarran
resueltamente la Cruz que está en el suelo. Voluntad de cargar con la Cruz,
otra vez y todas las veces que haga falta. Sus brazos se tensan y la Cruz
vuelve a subir de la tierra, levantada por Dios. Cristo ha caído para que tú
sepas cómo se levanta uno de la tierra y cómo se vuelve a coger la Cruz.....Con
gallardía....Con la firmeza de Cristo. Dios quiere olvidarse de que has
caído.....A Dios le interesa saber que eres valiente....que te levantas....que
agarras la Cruz......que avanzas. Quedar tendido en el barro es de cobardes.
Levantarse, cargar la Cruz, seguir adelante....Ese es el gesto de Cristo, y el
de todos los cristianos.
CUARTA ESTACIÓN: Jesús encuentra a su Madre
María recordaba estas palabras.
Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón. Cuando en el camino
hacia la cruz encontró a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente
estas palabras. Con una fuerza particular. «Reinará.... Su reino no tendrá
fin», había dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado
a muerte, lleva la cruz en la que habría de morir, podría preguntarse,
humanamente hablando: ¿Cómo se cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo
reinará en la casa de David? ¿Cómo será que su reino no tendrá fin?. Son
preguntas humanamente comprensibles.
María, sin embargo, recuerda que
tiempo atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado: «Aquí está la esclava
del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ahora ve que aquellas
palabras se están cumpliendo como palabra de la cruz. Porque es madre, María
sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió
entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra».
De este modo, maternalmente,
lleva y abraza la cruz junto con el divino Condenado....mostrándonos a nosotros
también como debemos abrazarla. En el camino hacia la cruz, María se manifiesta
como Madre del Redentor del mundo.
«Vosotros, todos los que pasáis
por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta»
(Lm 1,12).
Es la Madre Dolorosa la que
habla, la Sierva obediente hasta el final....Madre de Cristo...Madre Nuestra.
QUINTA ESTACIÓN: Simón de Cirene
ayuda a Jesús a llevar la Cruz
No quería. Claro que no. Era como uno de
nosotros. No queremos llevar la cruz. A Simón le obligaron a llevarla. La Cruz
es algo inexorable, algo que encontraremos en cualquier camino de nuestra
vida....Agarró el madero con repugnancia. Sin embargo, poco a poco -No sabía
por qué -su mano comenzó a acariciar, a apretar aquel madero. Aquel madero
tenía algo....Hubo un momento, en un esfuerzo, en que la mano de Jesús, al
querer agarrar bien la Cruz, cogió debajo la de Simón, y levantó a la vez el
brazo de éste y la Cruz. Simón comprendió en un instante lo que a nosotros
tanto nos cuesta: Que es Cristo quien lleva su Cruz y gran parte de la nuestra.
¿Por qué quisiste, Jesús, tener necesidad de Simón? Has querido tener necesidad
de los hombres hasta para llevar la Cruz, para hacernos redentores contigo.
Para decirnos que nuestras cruces son redentoras, son una prolongación de tu
misma Cruz. Para decirnos que los hombres debemos ayudarnos unos a otros a
llevar nuestras cruces. En el camino de la vida, a mi lado, marchan muchos
seres humanos que a veces no pueden llevar su Cruz. Los has puesto tú allí para
que yo les eche una mano.....Y eras tú mismo que pasas tantas veces con la Cruz
a cuestas por todas las calles del mundo.
SEXTA ESTACIÓN: Una mujer enjuga el rostro de Cristo.
En el camino del calvario una
mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un
velo el sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en
el velo; un reflejo fiel, un «verdadero icono». A eso se referiría el nombre
mismo de Verónica. Si es así, este nombre, que ha hecho memorable el gesto de
aquella mujer, expresa al mismo tiempo la más profunda verdad sobre ella.
Un día, ante la crítica de los
presentes, Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite
perfumado sobre sus pies y los había enjugado con sus cabellos. A la objeción
que se le hizo en aquella circunstancia, respondió: «¿Por qué molestáis a esta
mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (...). Al derramar este ungüento
sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho» (Mt 26,10.12). Las
mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica. Se manifiesta así la
profunda elocuencia de este episodio. El Redentor del mundo da a Verónica una
imagen auténtica de su rostro.
El velo, sobre el que queda
impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos
dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el
prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.
Los actos de amor no pasan.
Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del
hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que «se despojó
de sí mismo tomando condición de siervo» (Flp 2,7).
Así se forma la identidad, el
verdadero nombre del ser humano.
SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
OCTAVA ESTACIÓN: Jesús habla a las hijas de Jerusalén.
Ellas eran buenas, Cristo. Lloran
porque tienen compasión de Ti. Son buenas. Pero lloran por lo que te han hecho
a Ti.....los otros, claro. Lloran por lo malo que han sido contigo...los demás,
desde luego. Nos es muy fácil llorar por lo mal que hacen las cosas los demás;
lo mal que está el mundo, la juventud,los cines, la economía, la política, las
costumbres, la religión, los curas, los gobernantes, la moral pública...¡Qué
bien lloramos, Cristo, los pecados de los demás! ¡Qué destreza la nuestra de
plañideros profesionales! Todo está mal, todos te ofenden, Cristo; lo
deploramos todo, lo deploramos todo. Todo, menos nuestros propios pecados. Eso
ya es otra cosa. Por mi Tribunal supremo pasa todo el mundo; todos menos yo
mismo. "Llorad por vosotras". Cristo.....la verdad....., no se me
había ocurrido; yo veo muy bien los defectos de los demás, pero
yo.....Señor...., dame sinceridad y luz para ver y admitir que YO soy un gran
pecador; que YO te he puesto así. Señor, que vea que Yo soy ese leño
seco......Cristo, que aprenda a llorar por mí. Por mis pecados.
NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
DÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es
despojado de sus vestidos
y le dan a beber hiel y vinagre.
«Después de probarlo, no quiso beberlo» (Mt
27,34).
No quiso calmantes, que le
habrían nublado la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz
conscientemente, cumpliendo la misión recibida del Padre.
Esto era contrario a los métodos
usados por los soldados encargados de la ejecución. Debiendo clavar en la cruz
al condenado, trataban de amortiguar su sensibilidad y consciencia. En el caso
de Cristo no podía ser así. Jesús sabe que su muerte en la cruz debe ser un
sacrificio de expiación. Por eso quiere mantener despierta la consciencia hasta
el final. Sin ésta no podría aceptar, de un modo completamente libre, la plena
medida del sufrimiento.
En efecto, Él debe subir a la
cruz para ofrecer el sacrificio dé la Nueva Alianza. Él es Sacerdote. Debe
entrar mediante su propia sangre en la morada eterna, después de haber
realizado la redención del mundo (cf. Hb 9, 12).
Consciencia y libertad: son los
requisitos imprescindibles del actuar plenamente humano. El mundo conoce tantos
medios para debilitar la voluntad y. ofuscar la consciencia. Es necesario
defenderlas celosamente de todas las violencias. Incluso el esfuerzo legítimo
por atenuar el dolor debe realizarse siempre respetando la dignidad humana.
Hay que comprender profundamente
el sacrificio de Cristo, es necesario unirse a él para norendirse, para no
permitir que la vida y la muerte pierdan su valor.
UNDÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es crucificado
Tus manos abiertas Cristo, más
abiertas que nunca para perdonar. Tus pies quietos, Cristo, más quietos que
nunca para que podamos encontrarte siempre. Tu cuerpo Cristo, que se ajusta tan
maravillosamente a la cruz, hecho por Dios en forma de cruz, destinado para la
Cruz. Tu cuerpo y los cuerpos de todos nosotros, sorprendentemente fabricados
en forma de Cruz, con destino divino de que nos abracemos a ella. La cruz que
es nuestra empresa y nuestro triunfo. La cruz para la que estamos hechos; la
cruz de la que huimos como necios. Por tus manos clavadas y abiertas, por las
mías ligeras, sensuales, hábiles para la injusticia, cerradas para odiar y
golpear. Perdónanos Señor, que ya sabíamos lo que hacíamos. Por tus pies quietos,
cosidos y ensangrentados, por los míos que han corrido por tantos caminos
tortuosos, por mis pies manchados con el fango de la vida. Perdónanos, Señor
que ya sabíamos lo que hacíamos. Perdónanos Cristo, que ya sabíamos que era
pecar; aunque supiéramos lo que era clavarte de manos y pies, aunque supiéramos
lo que era tenerte colgado entre el cielo y la tierra por tres horas de
tormento. Perdónanos Señor. ¡Aunque supiéramos lo que hacíamos!.
DUODÉCIMA ESTACIÓN: Jesús muere en la Cruz.
Padre, perdónalos porque no saben
lo que hacen» (Lc 23,34).
En el culmen de la Pasión, Cristo
no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su
sufrimiento. El sabe que el hombre. Más que de cualquier otra cosa, tiene
necesidad de amor: tiene necesidad de la misericordia que en este momento se
derrama en el mundo.
«Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Así responde Jesús a la petición del
malhechor que estaba a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu
Reino» (Lc 23,42) La promesa de una nueva vida. Este es el primer fruto de la
pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de esperanza para el
hombre.
A los pies de la cruz estaba la
madre, y a su lado el discípulo, Juan evangelista. Jesús dice: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre» (Jn
19,26-27).
«Y desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Es el testamento para las personas
que más amaba. El testamento para la Iglesia.
Jesús al morir quiere que el amor
maternal de María abrace a todos por los que Él da la vida, a toda la
humanidad.
Poco después, Jesús exclama:
«Tengo sed» (Jn 19,28). Palabra que deja ver la sed ardiente que quema todo su
cuerpo.
Es la única palabra que
manifiesta directamente su sufrimiento físico. Después Jesús añade: «¡Dios mio,
Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; cf. Sal 21 [22], 2); son las
palabras del Salmo con el que Jesús ora. La frase, no obstante la apariencia,
manifiesta su unión profunda con el Padre. En los últimos instantes de su vida
terrena, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se desarrollará ya
sólo entre el Hijo que muere y el Padre que acepta su sacrificio de amor.
Cuando llega la hora de nona,
Jesús grita: «¡Todo está cumplido!» (Jn 19,30). Ha llevado a cumplimiento la
obra de la redención. La misión, para la que vino a la tierra, ha alcanzado su
propósito.
Lo demás pertenece al Padre:
«Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu» (Lc 23,46). Dicho esto, expiró. «El velo del Templo se rasgó en
dos...» (Mt 27,51). El «santo de los santos» en el templo de Jerusalén se abre
en el momento en que entra el Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: El Descendimiento.
Tómalo, Madre, ya está; te lo
devolvemos. Así, en tus brazos, Madre, como lo tenías en Belén, ¿te acuerdas?
Tú nos lo diste en Belén para nosotros, para todos los hombres. Mira como te lo
hemos puesto...Perdona, Madre, te lo estabas temiendo: que los hombres no
sabríamos cómo tratar a Dios. Hoy te lo devolvemos; es el mismo. Ya sabemos que
Tú le reconoces a pesar de todo...., eres su Madre. El mismo que tu adormecías
en Belén meciéndole en tus brazos, cantándole una canción. Ahora también está
dormido; lo hemos conseguido nosotros, ha pasado por nuestras manos criminales;
le hemos cantado la canción del pecado y de la muerte. Se ha dormido, Madre, y ya no sabemos qué
hacer con Él. Hemos venido también, para pedirte una cosa....Que nos perdones,
de tu parte.....y de parte de Él. Otra
cosa, Madre...Dale un beso de tu parte.....y de la nuestra. Así,.....como se los dabas en Belén.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN: Jesús es sepultado.
Te han llevado. Te han puesto en
las tinieblas, te han cubierto con unos lienzos; después han rodado la piedra
de tu sepulcro; terminó el sufrimiento. Todo se ha acabado. ¡¡¡No!!! ¡Tu
Viacrucis Cristo, no ha concluido!! Tu cuerpo místico seguirá recorriendo el
camino del Calvario hasta el fin de los Siglos.
Tú sigues sufriendo en todos los hombres que nos vamos relevando en el
camino de la Cruz. Cristo, que todavía pasas por todos los caminos del mundo
con las cruces de todos los hombres; de los que no quieren; de los que no
pueden llevar su Cruz; de los que caemos tantas veces; de los que no ayudamos a
llevar la cruz de nuestro hermano; de
los que dejamos la nuestra sobre los hombros de los demás....Sabemos que detrás
de la Cruz y de la muerte está la Victoria; pero solos no podemos. Señor, te
pedimos que vengas otra vez a corre el camino de la Cruz. Esta vez el nuestro.
Cristo, hermano.....Ven otra vez....con nosotros.
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