SERÁN MI PROPIEDAD
Ex 19, 2-6; Rom 5, 6-11; Mt 9, 36-10, 8
El libro del Éxodo nos recuerda la relación de alianza que
Dios ofreció a Israel. Era un pacto bilateral con compromisos recíprocos entre Dios y su pueblo.
Los israelitas tendrían que obedecer las normas y mandatos acordados en el pacto. Entre
todos los mandatos sobresalía el deber de amar a Dios por encima de cualquier otra
realidad. Por su parte, Dios se comprometía a proteger y bendecir a su pueblo. Siendo Israel
su propiedad, nadie podría lastimarlo. Dios sería su defensor a condición de que ellos
vivieran como una comunidad fraterna y solidaria. Cuando esta relación de alianza se
degradó con el paso del tiempo, el Señor hizo una oferta novedosa: Él mismo reinaría en medio
de su pueblo. Ya no habría necesidad de reyes ni sacerdotes como en la antigua alianza.
Jesús inaugura el reino de Dios, ofreciendo la fuerza del Espíritu. Con esa misión
Jesús envía a los discípulos a visitar los caseríos de Galilea. No solamente tendrán que hablar,
sino ofrecer, sin condición alguna, el alivio y la salud a los necesitados.
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación
consagrada.
Del libro del Éxodo: 19, 2-6
En aquellos días, el pueblo de Israel salió de Refidim,
llegó al desierto del Sinaí y acampó frente al monte. Moisés subió al monte para hablar con Dios.
El Señor lo llamó desde el monte y le dijo: “Esto dirás a la casa de Jacob, esto
anunciarás a los hijos de Israel: ‘Ustedes han visto cómo castigué a los egipcios y de qué manera los
he levantado a ustedes sobre alas de águila y los he traído a mí. Ahora bien, si escuchan mi
voz y guardan mi alianza, serán mi especial tesoro entre todos los pueblos, aunque toda la
tierra es mía. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación consagrada’.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 99, 2. 3. 5.
R/. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo.
Alabemos a Dios todos los hombres, sirvamos al Señor con
alegría y con júbilo entremos en su templo. R/.
Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quien nos hizo
y somos suyos, que somos su
pueblo y su rebaño. R/.
Porque el Señor es bueno, bendigámoslo, porque es eterna su
misericordia y su fidelidad nunca se acaba. R/.
SEGUNDA LECTURA
Si la muerte de Cristo nos reconcilió con Dios, mucho más
nos reconciliará su vida.
De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 5, 6-11
Hermanos: Cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del
pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente habrá alguien
que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una
persona sumamente buena.
Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por
nosotros, cuando aún éramos pecadores. Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su
sangre, seremos salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de
Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucho más razón, estando ya
reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo. Y no sólo
esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien
hemos obtenido ahora la reconciliación.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Mc 1, 15
R/. Aleluya, aleluya.
El Reino de Dios está cerca, dice el Señor; arrepiéntanse y
crean en el Evangelio. R/.
EVANGELIO
Jesús envió a sus doce apóstoles con instrucciones.
Del santo Evangelio según san Mateo: 9, 36-10, 8
En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se
compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces
dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo
tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para
expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de
todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de
Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y
Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No
vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca
de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se
acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los
muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo,
pues, gratuitamente”.
Palabra del Señor
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