*¿Qué nos
platicarían estos grandes apostoles? ¡Cuántas cosas nos enseñarían! Sus palabras
son actuales, solo tenemos que leerlas en las Sagradas Escrituras.
Entrevista
a San Pedro en el cielo.
P. ¿Qué sentiste al negar a Cristo?
R. Fue el día más triste de mi vida;
no se lo deseo a nadie. Yo era muy duro para llorar, pero ese día lloré a
mares; no lo suficiente, porque toda la vida lloré esa falta. Sin embargo, por
haber negado al Señor un día, lo amé muchísimo más que si nunca lo hubiera
hecho. Esas negaciones fueron un hierro candente que me traspasó el corazón.
P. ¿Prefieres el nombre de Pedro al
de Simón?
R. Sí, porque el nombre de Simón me
lo pusieron mis padres; el de Pedro, Cristo. Además, es un nombre que encierra
un gran significado. Por un lado me hace feliz que Él me haya hecho piedra de
su Iglesia; por otro lado, me produce gran confusión, porque yo no era roca,
sino polvo vil. Cristo ya no me llama Simón, Él prefiere llamarme roca; y en el
cielo todos me llaman Pedro. Mi antiguo nombre ya se me olvidó.
Cuando pienso en mi nuevo nombre, cuando me llaman Pedro, inmediatamente pienso
en la Iglesia. Me llaman así con un sentido muy particular los demás vicarios
de Cristo que me han seguido, y yo siento ganas de llamarles con el mismo
nombre, porque todos somos piedra de la misma cantera, todos sostenemos a la
Iglesia.
P. ¿Qué sentiste cuando Cristo
Resucitado se te apareció?
R. Es difícil, muy difícil de
expresar, pero lo intentaré. Por un segundo creí ver un fantasma, luego sentí
tal alegría que quise abrazarlo con todas mis fuerzas. «¡Es Él!» pensé, pero
luego sentí cómo se me helaba la sangre, y quedé petrificado sin atreverme a
mover. Él fue quien me abrazó con tal ternura, con tal fuerza… Y oí muy claras
sus palabras: «Para mí sigues siendo el mismo Pedro de siempre».
P. ¿Qué consejo nos das a los que
seguimos en este mundo?
R. Puedo decirles que mi sucesor, el
Papa, sabe lo que hace. Háganle caso y les irá mejor. De igual forma, no dejen
de tener al Señor con ustedes en sus corazones y todos los aspectos de su vida
en todo momento.
Entrevista en el cielo a San Pablo.
P. ¿Qué sentiste en el camino hacia
Damasco, caído en el suelo, tirado en el polvo?
R. Yacía por tierra, convertido en
polvo, todo mi pasado. Mis antiguas certezas, la intocable ley mosaica, mi alma
de fariseo rabioso, toda mi vida anterior estaba enterrada en el
polvo. Fue cuestión de segundos. Del polvo emergía poco a poco un hombre
nuevo. Los métodos fueron violentos, tajantes, «es duro dar coces contra el
aguijón», pero sólo así podía aprender la dura lección. En el camino hacia
Damasco me encontré con el Maestro un día que nunca olvidaré. Aquella voz
y aquel Cristo de Damasco se me clavaron como espada en el corazón. Cristo
entró a saco en mi castillo rompiendo puertas, ventanas; una experiencia
terrible; pero considero aquel día como el más grande de mi vida.
P. ¿Sigues diciendo que todo lo que
se sufre en este mundo es juego de niños, comparado con el cielo?
R. Lo dije y lo digo. Durante mi
vida terrena contemplé el cielo por un rato; ahora estaré en él eternamente. El
precio que pagué fue muy pequeño. El cielo no tiene precio. ¡Qué pena da ver a
tantos hombres y mujeres aferrados a las cosas de la tierra, olvidándose de la
eternidad! Vale la pena sufrir sin fin y sin pausa para conquistar el
cielo. El Cristo de Damasco será mío para siempre; llegando aquí lo primero que
le he dicho al Señor ha sido: «Gracias Señor, por tirarme del caballo»; pues Él
me pidió disculpas por la manera demasiado fuerte de hacerlo.
P. Qué querías decir con aquellas
palabras: “¿Quién me arrancará del amor a Cristo?”
R. Pues que estaba seguro de que
nada ni nadie jamás me separaría de Él, y así fue. Y, si en la tierra pude
decir con certeza estas palabras, en el cielo las puedo decir con mayor certeza
todavía. El cielo consiste en: “Cristo es mío, yo soy de Cristo por toda
la eternidad” ¿Sabes lo que se siente, cuando Él me dice: «Pablo, amigo mío?».
P. Un día dijiste aquellas palabras:
“Sé en quién he creído y estoy tranquilo”. Explícanos el sentido.
R. Cuando llegué a conocerlo, no
pude hacer menos que seguirlo, quererlo, y pasarme a sus filas; porque nadie es
como Él de justo, de santo, y de verdadero. Supe desde el principio que no
encontraría otro como Él, que nadie me amaría tanto como aquél que se entregó a
la muerte y a la cruz por mí.
P. ¿Un consejo desde el cielo para
los de la tierra?
R. Uno sólo, y se los doy con toda
la fuerza: “Déjense atrapar por el mismo Señor que a mi me derribó en Damasco”.
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