La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es tan
antigua como la Iglesia, pues tuvo principio en la cruz, en que aquel Divino
Corazón, atravesado por la lanza, abrió desde entonces para los cristianos un
asilo inviolable.
Los mayores santos de todos los siglos, Santa
Gertrúdis, Santa Catalina de Sena, Santa Teresa, San Bernardo, San Buenaventura
y otros muchos, practicaron esta devoción; pero estaba reservado a nuestros
tiempos ver honrado el Sagrado Corazón de Jesús en un culto público que
principió en Francia, valiéndose Dios para manifestar esos designios de
misericordia en el establecimiento de esta devoción, de la persona de una
sencilla religiosa de la Visitación, llamada Margarita María.
Jesucristo que la había favorecido ya con sus más
preciosos dones, se le apareció, y descubriéndole el Corazón le dijo:
“Ve aquí este Corazón que tanto ha amado a los
hombres; que para demostrarles su amor no ha perdonado nada hasta desfallecer y
consumirse; y que en vez de agradecimiento, no recibe de la mayor parte más que
ingratitudes y desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdad por mi en el
Sacramento de mi amor, siendo lo más sensible que así obren aún los corazones
que me están consagrados. Por lo mismo te encargo que en el primer viernes
después de la octava del Santísimo Sacramento, se dedique una fiesta particular
para honrar mi Corazón, haciendo una reparación de honor con una satisfacción
pública, y ofreciendo la Comunión de aquel día con el objeto de reparar las
ofensas que ha recibido mientras está expuesto en los altares; y te prometo que
mi Corazón se dilatará para derramar en abundancia las influencias de su divino
amor sobre todos los que le tributen este obsequio.”
La humilde religiosa
respondió confundida. –“Pero, Señor, ¿a quién te diriges? A esta miserable
criatura, a esta pobre pecadora a quien su misma indignidad haría capaz de
impedir el cumplimiento de tus designios. ¡Tu, Señor, tienes tantas almas
generosas para ejecutarlo!
Y qué, le respondió el Señor, ¿no sabes que siempre
me valgo de los objetos más débiles para confundir los fuertes, y que
regularmente hago visible mi poder con más brillo en los pequeños y pobres de
espíritu para que nada se atribuyan a si mismos?”.
“Pues bien, Señor, replicó la religiosa, dame los
medios de ejecutar lo que me mandas”.
Jesús entonces añadió: “dirígete a mi siervo el P. la Colombiere, y dile de mi
parte, que haga cuando pueda para establecer esta devoción y dar a mi Corazón
este gusto; que no se desanime por las dificultades que encuentre y que no
faltarán, sino que tenga presente que quien desconfía de sí mismo poniendo toda
su confianza en mí, es todopoderoso”.
El P. la Colombiere no era de esos espíritus
ligeros que todo lo creen sin discernimiento; pero como tenía bien
experimentada la santidad de aquella religiosa, y reconoció por señales
sensibles la verdad de sus comunicaciones con Dios, no pudo prescindir de dar
crédito a lo que por medio de su sierva le ordenaba nuestro Señor, creyendo
debía contribuir al establecimiento de una devoción tan santa, que por otra
parte nada tenía que pudiese hacerla sospechosa.
Comenzó, pues, por sí mismo, queriendo ser el
primer discípulo del Corazón de Jesucristo, y el primer adorador de su amor
según las reglas prescritas a la Sor Margarita María. Consagrandose enteramente
a este Sagrado Corazón y al amor que justamente se le debe; le ofreció cuanto
tenía y cuanto podía ser a propósito para honrarle, considerándose dichoso, si
podía ser la víctima de Jesucristo; y esta consagración de sí mismo a nuestro
Señor la hizo solemnemente el Viernes 21 de Junio, después de la octava de la
fiesta del Santísimo Sacramento del año de 1675, día que puede considerarse
como en el que hizo su primera conquista el Corazón de Jesús.
Combatida y hasta vituperada desde entonces esta
piadosa devoción, como lo ha sido siempre y los son todas las obras de Dios; ha
llegado por fin a establecerse en todo el mundo con un éxito prodigioso, particularmente
desde que fue solemnemente aprobada por los soberanos pontífices; y así quedó
justificada la confianza con que la venerable Margarita María acostumbraba a decir: “Aún cuando viese al mundo entero
desencadenado contra esta devoción, no perdería la esperanza de verla
establecida, habiendo recibido de la misma boca de mi Salvador la seguridad de
conseguirlo”.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.