San Eladio de Toledo, Arzobispo |
En Toledo, en Hispania, san Eladio, que, después de haber
dirigido los asuntos públicos en el palacio real, fue abad del monasterio de
Agali y, elevado después al obispado de Toledo, se distinguió por los ejemplos
de caridad.
Arzobispo importante por su cometido entre los visigodos
toledanos de su tiempo. Tuvo el buen gusto de admitir al diaconado a san
Ildefonso que le sucedería también en la sede arzobispal de Toledo. Pasó
dieciocho años al servicio de los cristianos como sucesor de los Apóstoles,
desde que murió Aurasio, su antecesor en el mismo ministerio, y construyó
también el templo de santa Leocadia.
Su padre llevó antes que él su nombre y ocupaba un cargo
importante en la Corte. En familia de buenos cristianos nació Eladio, en
Toledo, pasando la segunda mitad del siglo VI. Llega a sobresalir tanto en el
cuidado de los negocios y tan merecedor es de confianza que el rey lo nombra
administrador de sus finanzas ¡un antecedente de los ministros de Hacienda de
hoy!
No se le sube a la cabeza de mala manera el honor, ni las
riquezas, ni el poder que su cargo conlleva. No, no se dejó deslumbrar por la
grandeza. Desde siempre era conocida su devoción y la fidelidad a las prácticas
de vida cristiana. San Ildefonso dice de él que «aunque vestía secular, vivía
como un monje». Y no le faltaba razón, porque frecuentaba el retiro monacal del
monasterio Agaliense próximo a Toledo y algo se le pegaría.
Entre los afanes de las cuentas, recaudaciones, ajustes y
distribución de dineros le llega la hora de la vocación a cosas más altas. Hay
un cambio de negocio y quien lo propone es el Señor. Con voluntad desprendida
deja bienes, afanes terrenos, comodidades, familia y mucho honor. Tomado
hábito, a la muerte del abad, los monjes le eligen para esa su misión.
Después viene otra muerte, porque así vamos pasando los
hombres. Se resiste Eladio a aceptar la distinción de arzobispo, pero la silla
toledana necesita un sucesor después de la muerte de Aurasio. Los años no son
obstáculo para reformar el estamento eclesiástico, mejorar el estado secular y
cuidar el culto divino. Como obispo no puede olvidar a los más necesitados en
lo material porque sin caridad no hay cristianismo creíble; y es en este punto
donde su discípulo y sucesor Ildefonso escribe: «Las limosnas y misericordias
que hacía Eladio eran tan copiosas que era como si entendiese que de su
estómago estaban asidos como miembros los necesitados, y de él se sustentaban
sus entrañas»; este era un motivo más para cuidar la austeridad de su mesa
arzobispal, debía ser frugal en la comida para no defraudar a los pobres.
Aún tuvo más entresijos su vida; negoció delicadamente con
Sisebuto la ardua cuestión que planteaba la convivencia diaria entre las
comunidades de judíos y cristianos que era fuente permanente de conflictos
religiosos y de desorden social.
Murió el 18 de febrero del año 632.
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