(Lc 12,32-48) |
Se puede ir detrás de muchos tesoros. Son esos pequeños ideales que nos forjamos a lo largo de nuestra vida, pero lo único verdaderamente importante es saber y darnos cuenta cual es el verdadero Tesoro que merece la pena luchar por él y gastar toda la vida en encontrarlo y guardarlo.
Hay muchos tesoros falsos y aparentes que nos seducen y nos vuelven ciegos y empecinados. Son tesoros efimeros, caducos y que de la misma manera que relucen y aparentan dar brillo, se apagan y quedan en la oscuridad. Son tesoros que parecen estar al alcance de la mano, pero que nos someten y dominar y nos esclavizan encadenándonos a ellos. Son tesoros engañosos y llenos de mentiras y falsedades.
Y debemos cuidarnos de ese peligro que nos acecha en todo momento en el transcurso de nuestra vida. Porque hay tesoros que se adecuan a todas nuestras épocas y nos seducen en cualquier momento de nuestra vida. Diriamos que a cada edad correponde un tesoro. Sin embargo, la única realidad es que hay sólo un verdadero Tesoro, y ese Tesoro no hay que buscarlo fuera sino dentro.
El verdadero Tesoro está dentro de cada uno de nosotros. Es el Reino de Dios que está impreso en nuestro corazón. Es la huella de Dios que nos mueve a buscar el gozo y la felicidad eterna en el amor. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y tratar de limpiar y perfeccionar esa semejanza en el esfuerzo de parecernos lo más posible a nuestro Creador, es la máxima aspiración y el Tesoro mayor y verdadero que realmente buscamos.
Porque en Él satisfacemos todas nuestras aspiraciones y alcanzamos nuestra meta final: La Vida Eterna. Todo lo demás es historia para un día. No vale para nada acumular tesoros que mueren por sí mismo y que el tiempo acaba con ellos. Pidamos al Señor que busquemos el verdadero Tesoro que persiste y que nos llena plenamente y eternamente.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.