Las hojas reciben la vida a través de la savia que le suministra la raíz por medio del tallo. Desgajada de él moriría en poco tiempo. Necesitan la savia para sostenerse viva y dar frutos. De la misma manera, el creyente y seguidor de Jesús necesita estar injertado en Él, porque es Él la Vida y la Fuente que nos alimenta y nos sostiene.
Sí, es necesario tener obras, pero nunca desligadas de la Vida de la Gracia en el Señor. Diría que estar injertado en el Señor es sinónimo de bien obrar y de obras misericordiosas. La contemplación no es verdadera si ella misma te lleva a la concreción de transformar tu derredor en savia santificada que mana de la Vida de la Gracia. Por eso, respondiendo Jesús a Marta, le dice: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
Podemos cuidar el jardín de nuestra vida, abonarlo, limpiarlo y protegerlo de plagas, fuertes vientos y grandes tentaciones, pero sin agua no crecería ni maduraría nada. Es decir, sin la Vida de la Gracia terminaría por sucumbir a los peligros y pasiones de este mundo. Sí, claro, necesitamos obras, pero las obras son el resultado y la consecuencia del vivir injertado en el Señor. Porque una cosa lleva a la otra.
Faltaría a la verdad el que se esté con Jesús y no se tenga capacidad para amar. Sería imposible de entender. Algo no funciona, porque la compañía de Jesús nos lleva a derramar servicios y buenas obras en los más pobres y necesitados. Porque decirle sí a Jesús es decirle sí a aquellos que, carentes y necesitados, son hermanos nuestros en Xto. Jesús.
No habría otro camino a tomar. Escuchar a Jesús e injertarse en Él, tal como hizo María, la hermana de Lázaro, deriva en vivir en esa actitud amorosa y misericordiosa que encarna Marta, que descansa y se apoya en el Señor.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.