(Lc 1,39-45) |
Aquellos que buscan pruebas, aquí pueden encontrar una más entre las mil y una que hay. Isabel, llena del Espíritu Santo proclama: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
No se puede decir eso, sino a través de la acción del Espíritu Santo. ¿Cómo Isabel iba a saber el anuncio y la concepción del Hijo de Dios en María? Son detalles que, quizás, pasan desapercibido para muchos que no reparan en esa grandiosidad.
María es bendita porque es cree en el Señor. Y bendito es el fruto que concibe, por la acción del Espíritu Santo, en su vientre. María es bendita porque, llena de humildad, acude apresurada a atender a su prima Isabel sin vanagloriarse que momentos antes había sido elegida para ser la Madre de Dios. María entiende su elección como servicio y entrega a los demás, siendo corredentora en la Redención que su Hijo, Jesús, concebido en su vientres, es enviado por el Padre para rescate y salvación de todos los hombres.
María tiene en el centro de su vida la fe en Dios, y anunciada por el Ángel Gabriel como Madre del Hijo de Dios, se somete voluntariamente a su Voluntad para ser la esclava del Señor y hacer su Voluntad. En María, todos los creyentes tenemos un ejemplo de fe y confianza en el Padre Dios, y de hacer su Voluntad. Con razón, Jesús años más tarde, la pone como la primera en cumplir la Voluntad de su Padre (Mt 12, 46-50).
Pidamos al Padre que nuestra fe aumente y sea firme. Firme hasta el punto que seamos bendecido, por la Gracia de Dios, por depositar toda nuestra confianza y vida en Dios, nuestro Padre.
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