Se hace difícil hablar del matrimonio, porque dependerá de la fe en nuestro Señor el tratamiento que le demos a nuestra unión matrimonial. Las cosas son tratadas según con la mirada que les mire. Los contratos tienen unas condiciones, pero muchos se rompen sin cumplirlas.
Vivimos en estos momentos una crisis de justicia. Hay muchas leyes constitucionales que, al parecer, no se cumplen, y cada cual trata de aplicarla según sus intereses. El resultado es la separación y la desunión. Y eso mismo ocurre en el matrimonio. Si das la espalda a lo que dice Jesús, para ti el matrimonio es cosa de prueba y de experimento. Si me va mal, o no me satisface, lo dejo y a formar otro.
El sentido común no parece que apruebe eso. La fidelidad nos dice, en lo profundo de nuestra conciencia, que cuando se promete debe cumplirse. Y el amor, el verdadero y auténtico, es un amor que se descubre en los momentos y circunstancias más difíciles y duras. Y es cosa de dos, porque de lo contrario esclaviza y somete, y se convierte en egoísmo dejando de ser amor.
Por lo tanto, lo que induce a separar son amores contaminados, egoístas, placenteros, que miran sólo para sí mismos y que se olvidan del otro cuando no les satisface sus intereses. Y eso es lo que ocurre, buscan estar en la Iglesia, pero cumpliendo sus intereses y egoísmos. Y claro, chocan con la Palabra de Jesús, que nos invita a vivir un amor solidario, comprometido y desapegado que estabilice la convivencia, la educación, los cuidados y protección de los hijos y hagan de los pueblos espacios de convivencia, de justicia y de paz.
Y todos sabemos que el sostén de los pueblos se apoya en las familias. Familias construidas en el verdadero amor al que invita Jesús. Todo lo demás es demagogia, mecanismos de defensa que tratan de justificar lo injustificable.
Indudablemente, tendremos que ser como niños para darnos cuenta que seguir los caminos y las enseñanzas que Jesús nos indica es la mejor propuesta el mundo que vivimos.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.