(Mt 21,33-43) |
Por
descontado que no compartimos sino con aquellos que nos produzca algún
interés o beneficio. Y no nos sentimos deudores de nadie. A nadie
debemos de responder ni rendir tributos. La Viña nos pertenece y la
administramos según nos convenga. Quizás nos parezca un cuento, pero es
la realidad de lo que ha ocurrido en el mismo pueblo de Dios y lo que
posiblemente ocurra en muchas parcelas de la Iglesia de hoy.
Hay
divisiones y diferentes punto de ver las cosas. Vivimos en este momento
un sínodo sobre la familia, porque hay muchos criterios diferentes o
diferentes formas de interpretar la situación de la familia. ¿Qué hacer?
¿Dónde recurrir? ¿Cómo administramos la Viña que se nos ha dejado? Son
preguntas que debemos, a la luz del Espíritu Santo tratar de responder.
La
historia nos descubre que los enviados, profetas, han sido rechazados,
incluso hasta con la muerte. Y su propio Hijo recibió el mismo trato.
Hoy quizás no rechazamos al Hijo, pero, ¿hacemos su Voluntad? Esa es la
pregunta que hoy el Evangelio nos interpela y nos lanza.
Tengamos presente las Palabras de Jesús: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los
constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el
Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo:
Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus
frutos».
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.