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Jn 3, 13-17 |
No
es cuestión de lamentaciones, ni tampoco de desesperación. Es verdad
que estamos muy heridos, pero no muertos, y si el Señor, enviado por el
Padre, no hubiese pasado, voluntariamente aceptada, por una muerte de
Cruz, nosotros estuviésemos irremediablemente condenados a una muerte de
perdición por nuestros pecados.
Pero
nada de eso, Jesús, aceptando voluntariamente la Voluntad del Padre, se
ha entregado libremente a una muerte de Cruz para remisión de nuestros
pecados y, por su amor, a rescatarnos para la Vida Eterna. ¡Estamos
salvados por la Cruz! Jesús, por Voluntad del Padre, ha bajado del
cielo, no para juzgarnos sino para salvarnos del juicio, porque por el
pecado estamos heridos y condenados, pero por el Señor y por su muerte
en la Cruz hemos sido rescatados y salvados para la vida eterna.
En
la Cruz, símbolo no de muerte sino de Resurrección, Jesús ha pagado por
todos nuestros pecados y nos ha rescatado como hijos adoptivos del
Padre igualándonos como coherederos de su Gloria. La Cruz se convierte
en signo de esperanza, porque nuestra vida está llena de cruces, cruces
que salen en nuestro camino aunque queramos evitarla. Cruces que nos
acusan y nos persiguen cuando vivimos en la verdad y en la renuncia a la
mentira e injusticia.
Son
las cruces que cada uno encuentra en su propia vida. Cruces que como
las alegrías y penas aparecen y desaparecen y nuestra misión es
aceptarlas siempre desde la Voluntad del Padre. Así hizo Jesús, el Hijo,
y libremente y voluntariamente, acepto una muerte de Cruz para
salvarnos.
Danos
Señor la fuerza y sabiduría de saber aceptar las cruces que sirven para
hacernos mejores y crecer en vivir y cumplir tu Voluntad, porque es esa
la que nos salva. Amén.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.