Una vez más, el Evangelio nos
descubre que son las obras lo verdaderamente importante, y no las
palabras. Porque de nada vale decir que iré si luego no voy. No podrás
ocultar tu incumplimiento, y tu palabra quedará en entredicho. Quizás
valdría más decir no, o decir sí, y cumplirlo en el caso que
corresponda. Las medias tintas son todavía peor porque descubren
indiferencia, tibieza y falta de responsabilidad.
Quizás
nuestra situación puede estar acomodada, situada y establecida de tal
forma que decimos sí a muchas cosas, pero nos movemos poco respecto a la
palabra que hemos dado. O incluso hacemos mutis alegando ciertas
razones que existen en nuestra cabeza, pero no en la realidad. Sin
embargo, estamos donde haya un cumplimiento o acto que se nos vea o que
nos resulte cómodo.
El
reto de Jesús debe ponernos en guardia, porque posiblemente aquellos
que consideramos más alejados, más pecadores o más incumplidores, que
han dicho en primera instancia que no, son los que compadecidos y
arrepentidos, luego ponen sus brazos para echar una mano y ser
misericordiosos y generosos. Y es que lo dice Jesús, y si Él lo dice y
nos lo advierte debemos mirarnos seriamente.
Porque
de nada me sirve decir que tengo fe y te sigo, Señor, si luego te veo
por la calle o junto a mí en la parroquia, o en mi propia casa y te doy
la espalda negándote. Dame fe, Dios mío, para que mi palabra vaya acorde
con mi vida en tu seguimiento y mi cumplimiento. Amén.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.