(Mt 14,22-33) |
¿Quién no ha pasado por huracanes y
tempestades que han amenazado su propia vida? ¿Cuántas veces hemos
experimentado hundir nuestra barca particular cuando las cosas se nos
han torcido en la vida? Todos en algún momento de nuestra vida hemos
experimentado miedo y dudas al caminar sobre el filo de la navaja de
nuestra propia vida, pero lo importante es, como Pedro hoy, tender
nuestra pobre mano en la confianza de que el Señor nos tenderá la suya
para salvarnos.
Sin
lugar a duda, nuestro camino está en la otra orilla. Hemos de pasar de
un mundo mercantilista, egoísta y consumista, marcado por la ambición de
ganar y sometido al odio, la venganza y el desamor, a un mundo de
fraternidad, de justicia, de comprensión, de paz y amor. Y esa travesía
no lo podemos hacer solos, porque nuestra barca zozobra ante las muchas
tempestades y vientos huracanados que nos salen al paso.
Es
verdad que sentimos miedos, e incluso exigimos pruebas que nos
garanticen la seguridad y la salvación. Pedro, en quién Jesús pone su
confianza y su Iglesia, le exige demostrarle su Poder y Divinidad:
«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». ¿Cuántas
veces hemos hecho nosotros lo mismo? ¿Cuántas veces hemos exigido al
Señor una prueba de su Divinidad? ¿Es qué merecemos esa prueba?
Nos
ha sido regalada la salvación por un amor Infinito, y todavía exigimos
pruebas de esa salvación. Esa realidad descubre la evidencia de lo
tocado que está nuestra alma por el pecado. Nos envuelve en la más
absoluta oscuridad que aprovecha el Maligno para perdernos e inclinarnos
a atrevernos a pedirle pruebas al Señor, e incluso dudar como hizo
Pedro. Está claro que los vientos y las tempestades nos superan y nos
llenan de dudas y miedos.
Pero,
Tú Señor, siempre apareces frente a la barca de nuestra vida. Siempre
nos anima y nos susurra ¡adelante!, y nos infundes valor y confianza.
Ese: « ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!», nos sabe a Gloria y nos invade de confianza y paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión nos ayuda a conocernos, también a conocerte, y en el mutuo conocimiento nace la comprensión, la confianza, las diferencias, los defectos, las virtudes...etc.
Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.