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Mt 16, 21-27 |
En muchas ocasiones rechazamos la Voluntad de Dios y queremos imponer la nuestra. Son esos momentos en los que nuestros egoísmos nos superan y nos someten, e incluso nos parecen más acertados, mejores y convenientes que los que nos propone Dios. Es el caso que hoy nos relata el Evangelio de hoy cuando Pedro se lleva a parte a Jesús y empieza a increparlo: « ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte».
Sin
embargo la respuesta de Jesús fue contundente y firme: Jesús se volvió y
dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me
haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios». Realmente
Jesús nos descubre y nos retrata. Nuestros pensamientos no son como los
de Dios. Son pensamientos egoístas, materiales, caducos que no ven más
allá de lo finito.
No
cabe en nuestra cabeza que la vida empieza por la muerte, la muerte en
este mundo caduco que sólo nos sirve de purificación y de medio para
conseguir la verdadera, la que precisamente Jesús nos propone: «El que
quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que
la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el
mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su
Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta»
Indudablemente,
no se puede hablar más claro, pero, ¡asombrosamente!, no parecemos
estar más ciegos todos aquellos que no queremos entender y abrir
nuestros corazones a su Palabra. Pedro así lo entendió y supo acatar y
permanecer en la obediencia a la Palabra de Jesús.
Te
pedimos Señor nos des la luz y la sabiduría necesaria para entender y
obedecer tu Palabra haciéndola vida en nuestras vidas. Amén.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.