(Jn 14,15-21) |
Jesús
vive y está con y entre nosotros. Esa es la primera experiencia que
experimenta el creyente: El Espíritu de la Verdad está con nosotros y
nos acompaña para siempre. Jesús ha vuelto al Padre, pero nos ha dejado
la promesa de que volverá. Pero no nos ha dejado solos sino que el
Paráclito, El Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre de Jesús
nos guiará hasta su regreso.
Jesús
no nos deja huérfanos sino que nos deja en Manos de su Espíritu y en Él
nos unimos para cumplir sus mandamientos en el amor. El Espíritu
unifica a la Iglesia en Cristo, y a los creyentes los hace hombres de
comunión. El mundo no le conoce y se cierra a su acción y se disgrega y
enfrenta. No hay comunión cuando el Espíritu de Jesús no vive en el
hombre.
Así
nos parece utópico ponernos de acuerdo, ser fraternales y vivir en paz.
Así nos parece utópico que se erradique el hambre del mundo, la guerra y
las muertes de los más pobres e indefensos. Si el hombre no abre su
corazón al Espíritu de Jesús no puede amarle ni conocerle y no
encontrará la paz ni el verdadero amor donde se esconde el eterno gozo y
la plena alegría.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.