(Mt 6,24-34) |
La
razón nos descubre con una lógica aplastante que dos cosas no pueden
permanecer en el mismo lugar, pues donde está una no puede ocuparlo
otra. De la misma forma, nuestro corazón no puede servir a dos señores,
pues se dará más a uno y terminará por dejar al otro.
El
Señor nos deja claro que dependiendo de lo que guardemos en nuestro
corazón, estaremos con unos o con otros. Es decir, si en mi corazón
entra el dinero, el éxito, la vanagloria, los privilegios, el triunfo y
la admiración del poder, Jesús será desplazado a un lugar secundario o
casi inexistente, porque lo que me importa y de lo que está lleno mi
corazón son de las cosas del mundo.
Será
el mundo mi dueño y a él serviré. Jesús quedará postergado y sólo para
momentos puntuales de necesidad, enfermedad o situaciones que el mundo
ni nadie te soluciona. A veces recibo petición de oraciones de personas
que su fe está dormida y alejada de la Iglesia. Y es que todos nos
acordamos de Dios cuando nos falla el mundo y nuestras limitadas y
pobres fuerzas.
Condición
indispensable y necesaria es vaciar mi corazón de todo aquello caduco,
de aparente hermosura y felicidad, de falsas promesas e hipocresías, y
mentiras, a veces revestidas de una falsa piedad. Y llenarlo de la única
y pura Verdad que proviene del Señor, a quién entregaremos nuestra vida
en servicio y obediencia porque Él es nuestra meta y nuestra felicidad.
En
vano serán todos nuestros esfuerzos y logros, porque lo que viene y
está en el mundo es caduco y vacío en el tiempo. Nada importa sino el
Señor que siempre permanece y está. En Él nos apoyamos y a El servimos.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.