(Jn 9,1-41) |
Hay
quienes no ven la luz del sol y quienes viéndola no le dan la debida
importancia. Experimentamos la necesidad de ver, de ver físicamente lo
que hay a nuestro derredor y la luz del sol, pero percibimos que eso
sólo no nos basta. La luz del mundo no es suficiente. Y ocurre que
viendo no ven, pues con la simple vista de nuestros ojos no nos es
suficiente para encontrar el camino de salvación.
No
sólo se trata de ver, sino de ver la verdadera Luz donde se esconde la
Verdad. Aquel ciego, cuya vida desde su nacimiento estaba envuelta en
oscuridad, despertó a la luz cuando sus ojos se abrieron por la Gracia
del Señor. Sin embargo, la verdadera luz estaba delante de él: "Jesús, nuestro Señor".
Sucede
que muchos de nosotros, con buena salud óptica y mirada de águila nos
perdemos en el horizonte de este mundo viendo cosas aparentemente
importantes que sólo la tienen de verdad cuando son miradas y
contempladas desde la mirada del Señor. Él es la Luz verdadera y todo en
Él cobra verdadero sentido. Fuera de Él nada se sostiene ni nada tiene
sentido.
Por
eso, muchos que ven, no ven lo verdaderamente importante. Viendo no
ven, y creyéndose videntes están verdaderamente ciegos pues permanecen
en la oscuridad de este mundo, perdido y precipitado al abismo de la
oscuridad, pues rechazan la única y verdadera Luz.
Abre mis ojos, Señor, y dame la verdadera Luz que ilumina mi camino hacia Ti.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.