Cuando leemos este evangelio solemos identificarnos con el publicano. Todos nos experimentamos pecadores y venimos a la Eucaristía precisamente a pedirle perdón al Señor por nuestras muchas faltas y pecados. Sin embargo, necesitamos reflexionar serenamente y con el corazón abierto para experimentar si realmente estamos en lo cierto.
Es verdad que nos sentimos pecadores, pero también es verdad que luego en la vida de cada día actuamos más como fariseos que publicanos. Porque en muchas ocasiones, por no decir casi siempre, tenemos el dedo levantado para señalar y criticar negativamente las cosas que hacen los otros. No brindamos nuestra participación o compromiso, sino exigimos que otros lo hagan y supervisados incluso por nosotros.
Y también es verdad, aunque no lo digamos, que al criticar nos estamos considerando mejores que los otros, porque quien dice como hay que hacer las cosas, está diciendo que él sabe cómo hacerlas. Y esa forma de actuar es también decirle al Señor que soy una buena persona, que no me porto como otros entrometidos, y que, gracias a Dios, no soy así. Sin darnos cuenta nos parecemos más al fariseo que al publicano.
Ser como el publicano es descubrir el saberme redimido y salvado por la Misericordia de Padre Dios, y confiado en su perdón, y esforzarme, esperanzado, en que con su Gracia podré, cada día, ser un poquito mejor.
Pidamos hoy al Señor que nos de la Gracia de saber reflexionar y pedir, y que, como el publicano, sepamos pedir la compasión y perdón del Señor.
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