No se puede seguir a alguien si se tiene la mirada puesta en otras cosas. Todos sabemos por experiencia que cuando queremos seguir un camino hay que olvidarse de los otros. Ocurre que mientras nuestro paso no sea decidido y firme, nuestra elección y seguimiento siempre estará en peligro.
Por eso, Jesús nos advierte que seguirle a Él significa dejarlo todo, y nos lo explica con breves y sencillas parábolas que todos entendemos: Cuidar bien de tener lo necesario a la hora de construir una casa, no sea que nos quedemos a la mitad. O enviar a pactar con el enemigo a ser en números muy inferior a él son reflexiones que nos ayudan a poner nuestras ideas y criterios en claro.
De la misma forma, seguir al Señor teniendo la cabeza y el corazón en otras cosas se nos antoja imposible. Necesitamos poner al Señor en el primer plano de nuestra vida e, injertado en Él, fortalecernos en su Gracia para poder así luchar contra la corriente que nos impide avanzar en el camino.
Potenciar nuestro caminar en la Penitencia y Eucaristía, y apoyados en la oración será la mejor forma de demostrar nuestros deseos de decirle al Señor que queremos ser sus discípulos.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.