(Lc 15,1-32) |
Estoy embobado contemplando en mi mente el Evangelio
de hoy, domingo, 15 de septiembre. Me imagino que hoy, Jesús, estaría
comiendo con los corruptos- seguramente habría algún político- con los abortistas, las madres solteras, los adúlteros y adulteras, con algún homosexual, lesbiana y todos los que ustedes, del gremio de pecadores, quieran añadir.
Mi pregunta es: ¿Qué diríamos las fuerzas vivas de la Iglesia? ¿Qué diríamos los que, aun siendo pecadores, nos consideramos cercanos a la Iglesia? Supongo que murmuraríamos
y nos escandalizaríamos; supongo que nos parecería mal porque esa gente
no es para estar con ellos. La respuesta de Jesús todos, al menos los
que conocen el Evangelio, la conocen.
Son
los enfermos los que necesitan ser curados, y a ellos se dirige el
Médico. ¡Pero qué Médico! No hay otro igual. El único Médico capaz de
curar, no solo el cuerpo, sino también el alma y darle vida eterna en
plenitud de gozo y felicidad.
La
presentación que Jesús hace de su Padre no tiene palabras para
expresarla. Al menos yo en estos momentos me quedo sin palabras. Un
Padre que me ama hasta el punto de darme lo que ni es mío ni me
pertenece, pues de Él es todo. Pero me respeta por amor, me deja en
plena libertad y me deja marchar, incluso sabiendo que estoy equivocado.
Y no me regaña ni me amenaza. Se pone pacientemente a esperar con la
esperanza, valga la redundancia, de verme aparecer algún día.
¡Dios
mío, es asombroso! Necesitamos hasta su Gracia para darnos cuenta de
ello. Dios, Señor de la vida y la muerte, arrodillado a mis pies
esperando que decida darme cuenta de mi error. ¡Pero es que valgo tanto!
¿Quién soy yo para que te rebajes y mueras por mí, Señor? Y cuando
descubro mi error y decido volver, porque no tengo otra opción, o
morirme de hambre, Tú, Dios mío, me acoges no con reproches sino con
alegría, fiesta y misericordia.
Y
todo porque me quieres y así me lo demuestras. Estás dispuesto a dar tu
Vida por mí, un insignificante ser que te ha ofendido y dado la espalda
abandonándote por este mundo caduco y falso. Dios mío, ¿realmente valgo tanto para Ti?
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.