No hemos sido creados para morir, sino para vivir eternamente. Esa es la promesa que Jesús nos trae de su Padre, y nos la ofrece por amor hasta el extremo de entregar su Vida por cada uno de nosotros. Él ha pagado el precio de nuestro rescate, y nos ha redimido para el perdón y la misericordia de Dios.
En momento puntuales de su vida, Jesús revela su poder y nos testimonia que para el Padre no hay nada imposible. En el evangelio de hoy lo hace resucitando al hijo de una pobre viuda de Naím. Quiere enseñarnos que el Amor del Padre es tan grande que entrega a su único Hijo para que pague con su vida el rescate de nuestro perdón y salvación.
Nada debemos temer si estamos en y con el Padre Dios. Jesús, enviado por el Padre, nos protege y nos salva. Su misericordioso Corazón nos acoge y nos da las fuerzas que necesitamos para seguir sus pasos y no desfallecer. En y por Él estamos llamados a una vida de gozo y eternidad. No dejemos que nada de este mundo nos pueda distraer, desorientar y perder ese inmenso Tesoro de nuestra salvación.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.