No es algo que sucedió, sino que sucede en todo momento. Jesús vive
entre nosotros y nos anima y conforta a seguirle y proclamar su
Evangelio. Hoy, el Evangelio, nos habla de la promesa del Espíritu
Santo, que nos será enviado para darnos la fortaleza y sabiduría que
necesitamos en aras de proclamar que Jesús Vive y camina con nosotros.
Todo se ha cumplido como estaba escrito: «Así está escrito que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos
al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de
los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros
seréis testigos de estas cosas. Mirad, voy a enviar sobre vosotros la
Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que
seáis revestidos de poder desde lo alto».
Y así ha sucedido. La Iglesia, su sucesora, continua proclamando su
Palabra, y en su Nombre. Y lo hace fortalecida y guiada en el Espíritu
Santo, la promesa del Padre. Nada viene de nosotros mismos, sino que
todo nos viene de lo Alto, del Espíritu que está con nosotros. No se
trata de saber, sino de ser instrumento del Espíritu para que sea Él
quien hable y proclame en nosotros.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.