Es el segundo año que vivimos una semana misionera proclamada por los misioneros claretianos. El año pasado vivimos la experiencia de ahondar en la persona de JESUCRISTO y la Eucaristía. Este año nos centramos en su Madre, María, para contemplar desde, su ejemplo y entrega al plan de DIOS, las actitudes que la definen como Madre de la Iglesia y camino, para siguiendo sus huellas encontrarnos con su HIJO, nuestro SEÑOR JESUCRISTO.
En el primer día contemplamos la serenidad con que María afronta los acontecimientos que DIOS tiene pensado para ella. Frente a sus planes, como toda chica joven, de formar su propia familia y dedicar su vida a la crianza y educación de sus hijos junto con su marido, irrumpe la decisión del SEÑOR de escogerla para que sea la Madre de su HIJO. Y ante esta repentina elección, que sobrepasa toda imaginación y la deja sumida en la más perpleja turbación, María dice SÍ, "hágase tu Voluntad".
Prioriza la Voluntad de su DIOS ante que todos sus planes, sus
proyectos, su prometedora vida y los problemas que todo eso conllevara
con su elección. ¿Cómo explicar a José tal Gracia de ser la elegida para
la Madre del Libertador esperado por su pueblo? ¿Cómo explicar a su
familia la concepción sin conocer a ningún varón? ¿Cómo enfrentarse a
tantas criticas, incomprensiones y ataques? Pues, ante todo esto María
dice : "SÍ", "hágase tu Voluntad".
¿Y nosotros? ¿Qué decimos nosotros? ¿Qué hacemos nosotros ante los problemas y circunstancias de nuestra vida?. ¿Cómo los afrontamos? ¿Qué pensamos que DIOS nos pide? ¿Cómo nos esforzamos en saberlo? ¿Cuales son nuestras prioridades, nuestras metas, nuestros esfuerzos? ¿Somos capaces de salir de nuestras comodidades, de nuestro propio mundo, instalados en la seguridad, en el miedo a qué dirán de nosotros? ¿Somos capaces de mantener la serenidad ante nuestros miedos, temores, problemas? ¿Somos capaces de decir "SÍ".
María nos dice que SÍ, que se puede, permaneciendo y estando en el
SEÑOR. Y no nos lo dice, sino que su vida nos lo testimonia. Y lo
consigue apoyando su fe sobre roca, no sobre la arenas movedizas, que se
nos presentan como paso seguro y firme, para luego derrumbarse y
tragarnos hundiéndonos en el lodo de la hipocresía, el engaño, la
soberbia, la venganza, la muerte. La roca de su HIJO, verdadero HIJO de
DIOS que nos sostiene y nos lleva, con su muerte y Resurrección al
PADRE, que nos espera con la puerta abierta para salir a nuestro
encuentro y rodeándonos con sus brazos dándonos la bienvenida a una vida
plena y eterna.
Pero, para eso, María nos revela en el peregrinar de su vida, el siguiente paso que debemos guardar en nuestro Belén interior (corazón), que nos habilita a responder, sin ningún titubeo la afirmativa palabra de "SÍ", si quiero seguirte, ¡SEÑOR!, y estoy dispuesto a que se haga tu Voluntad en mí y en todos nosotros. Es la consecuencia de estar sereno, fortificado en su presencia, para luego responder con total disponibilidad a su llamada.
¿Estamos nosotros en esa actitud? Dejémonos de mirar a nuestro
alrededor, porque el SEÑOR a quién mira es a ti, a mí, y a cada uno de
nosotros en particular. Y es de cada uno de quién espera una respuesta,
como Andrés, Santiago, Juan, Pedro, Pablo y muchos más. No justifiquemos
nuestra respuesta en esto o lo otro. Y, menos aún en las actitudes de
los otros. ¡NO!, miremos a María, pues ella aglutina y conforta a los
que siguen adelante, sin mirar a otro lado.
Nuestra respuesta es particular, no en consecuencia de lo que hagan los demás. Es tú respuesta, y tu respuesta amorosa en relación también con los otros. No, sin los otros, y dependiendo de lo que hagan los otros, sino en ellos y con ellos, abrazando en esas circunstancias, ¿nos será eso lo que DIOS nos pide?, la Cruz de tu vida: perdonando y amando, porque los que te hacen mal no saben lo que hacen.
Es el momento de fijarnos en María de nuevo, para contemplar la
naturalidad y sencillez con que ella se entrega a esa enorme tarea que
le sobrepasa. Hacernos sencillos como palomas que conocedores de
nuestras limitaciones y pobrezas nos despojamos de nosotros para que sea
el SEÑOR quién haga y deshaga en nosotros. Es la huella de María de
acatar en la serenidad, con la fortaleza recibida de quien la guía,
abierta a su entrega y disponibilidad, de forma sencilla y natural
confiada en el SEÑOR.
La sencillez es la hija de la pobreza, porque solo cuando se es pobre se
es sencillo. No se puede estar instalado en la riqueza de la
arrogancia, de la soberbia, del poder, de la exigencia, de mis propias
ideas y ser sencillo. Todo eso llevará a imponer, a escoger tu camino y a
no necesitar ni desear que Otro te guíe. Ser sencillo implica ser
pobre, y María se hace pobre. Está despojada de todo y se entrega a que
le digan de todo. Sóla ante el peligro, pero segura de que Quien la
entrega así, la acompaña y la salva porque la ama hasta dar su vida por
ella.
¿Y somos nosotros pobres? ¿Pobres hasta dejarnos interpelar, criticar,
molestar, comprometer y disponernos al servicio de los demás? ¿Estamos
dispuestos a ir tirando todo aquello que nos va impidiendo ser más amor
y, por lo tanto, servicio, perdón y disponibilidad; serenidad, sencillez
y fortaleza para que el ESPÍRITU SANTO nos lleve de su MANO y no
convierta a la Gracia del SEÑOR? La respuesta está dentro de nosotros y
sólo en nosotros, no busquemos fuera.
Y todo esto nos hará dócil al ESPÍRITU del SEÑOR. Es en lo que terminó María: siendo dócil a la Voluntad del SEÑOR. Cuando abonamos y cultivamos todas estas actitudes, el fruto último es la obediencia a todos sus mandatos, porque ya no somos nosotros los que vivimos en nosotros, sino que es el mismo CRISTO quién vive en cada uno de nosotros y nos guía.
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Y todo eso se puede unir por el amor. Amar es permanecer unidos en Aquel que nos une: Jesús de Nazaret.