Mantener la Luz del Espíritu siempre ardiente es mantenerla siempre encendida. Y ese es el objetivo de nuestro caminar. La llama de saber y creer que Jesús no está en el sepulcro. ¡Ha Resucitado! Ese es el fuego que mantendrá toda la leña de nuestra vida siempre ardiendo, porque su llamada es a arder siempre.
Estamos llamados a la Vida Eterna, y eso es lo que nuestro corazón arde en deseos. No dejemos, pues, que nuestra vida se apague. Para ello, tengámosla siempre prendida al corazón de Xto. Jesús. Y ya sabemos cómo hacerlo y de qué manera: agarrados a la oración; en Manos del Espíritu Santo, y entregados al servicio por amor.
No nos desanimemos, pues sabemos que es misión ardua y difícil, pero nunca imposible en Manos del Espíritu Santo, que, por amor, nos fortalece, nos dirige, nos ilumina, nos da la sabiduría y voluntad para, injertados en Xto. Jesús nunca desfallecer ni perdernos.